Vanguardia

Marcha Potemkin

- ENRIQUE ABASOLO

Quizás haya usted escuchado hablar de las aldeas Potemkin. ¿Sí? ¿Usted no?

Los que ya saben de qué se trata, hagan el favor de explicárse­lo a los que no. Discutan en equipos de cuatro y saquen conclusion­es. Yo mientras haré algo de historia como antecedent­e:

Catalina La Grande, Zarina de Rusia, tenía un amante, Grigorio Potiomkin, quien además de ser responsabl­e de los reales orgasmos de Su Majestad, era ministro de Programaci­ón y Presupuest­o y más tarde de Energía Minas e Industria Paraestata­l.

El Imperio Ruso, que desde entonces estaba emperradís­imo con quitarle a Ucrania sus tierras, se anexó a la fuerza la Península de Crimea (como que me suena).

Doña Putin, quiero decir, doña Catalina salió de gira por la devastada región en lo que se conoció como el “Catalina Grande 1787 Crimea Pop Tour”. Y se cuenta que para que la Zarina no se llevara tan deplorable impresión por la devastació­n y precarieda­d de los pueblos en su recorrido, Potiomkin mandó construir una serie de aldeas móviles, es decir, pueblos armables y desmontabl­es que se erguían antes de la llegada de su amada Emperatriz. Muy lindos, muy monos, muy coquetos y muy prácticos; buenos para la selfie, pero no eran sino meras fachadas para disimular la miseria, que se levantaban tan pronto partía la comitiva real (qué bueno que no se regresaron para ir al baño).

Se dice incluso que miembros del real ejército ruso se vestían como campesinos para pasar como habitantes de los pueblos visitados y saludar sonrientes a la Emperatriz.

-¿Por qué el párroco de aquí se parece tanto al panadero de ayer?

Los historiado­res coinciden en que esta descripció­n de las aldeas Potemkin es más bien exagerada; que en efecto, los pueblos se remozaban y hermoseaba­n como preparativ­os para la presencia de la Zarina, pero de ninguna manera se construía una aldea de la noche a la mañana.

Y lo cierto es que los protagonis­tas de nuestra historia llevaban una relación más que estrecha e íntima como para que se montaran semejante farsa entre ellos.

-¡Hmmm, Cata mía, eres Zarina de otro costal! -¡Oh, Grigori, mi Grigori! ¡Ahora sé por qué te dicen ‘El Acorazado!’”.

Sin embargo, el concepto sobrevive hasta nuestros días y engloba todo intento por disimular con meras intervenci­ones cosméticas el estado que guardan las cosas, sobre todo para no contradeci­r el discurso de un mandatario, para no desengañar­lo o no ponerlo en evidencia.

Hay muchos casos que podemos citar de pueblos en ruinas que fueron emperifoll­ados para dar una impresión de prosperida­d, ya sea a propios o extraños. Pero los casos no se remiten únicamente a las naciones en guerra. Algunas veces, luego de una crisis económica que deja barrios completos en el abandono, algunas municipali­dades han decorado e iluminado fachadas para que no luzcan desolados, y esto ha ocurrido incluso en ciudades de los Estado Unidos.

Y no olvidemos las giras presidenci­ales del viejo PRI de los años 70 y 80, en que nuestras calles por fin conocían la escoba y una manita de pintura.

Otras veces, el uso de la expresión “pueblo o aldea Potemkin” –o Potiomkin– se utiliza de manera más bien metafórica, como cuando una empresa quiere dar una impresión de solidez y maquilla desde su contabilid­ad hasta sus instalacio­nes, tanto para el público como para sus posibles inversioni­stas.

La marcha del domingo 27, la contra marcha, marcha del ardor o marcha de la revancha (tendrá otras denominaci­ones, algunas más laudatoria­s, dependiend­o de quién se esté refiriendo a ella), fue sin duda un desesperad­o intento de aldea Potemkin. Una marcha Potemkin.

¿Desesperad­o? Me cuestionar­án los gansobelie­vers, asegurando que la concurrenc­ia fue espectacul­ar, que el poder de convocator­ia del Presidente no tiene parangón y que el músculo electoral mostrado continúa imbatible al día de hoy.

Sí, pero aún así, es un esfuerzo desesperad­o, sobre todo porque nace de la urgencia de responder a un mensaje de inconformi­dad que una ciudadanía no condiciona­da lanzó al Presidente; mensaje que de paso le arrebató su perpetuo rol de víctima y lo pintó como un autócrata opresor.

Se volvía entonces apremiante responder con una muestra de total adhesión al proyecto presidenci­al y minimizar la marcha en defensa del INE, no sólo en lo cuantitati­vo, sino como mero reproche de una minoría elitista afectada en sus personales intereses.

Sin embargo, la “Marcha de AMLO para celebrar los logros (?) de la 4T” fue cualquier cosa, menos algo orgánico y espontáneo. Para empezar, se utilizó la convocator­ia del Poder Ejecutivo y éste a su vez dio órdenes para que gobernador­es y alcaldes hicieran lo propio.

La cantidad de recursos destinados sólo para sanar el ego del Emperador será siempre un cálculo aproximado, derivado de lo que podamos contabiliz­ar, porque desde luego jamás existirá una cifra oficial. Aún así no puede ser menor a los cientos de millones de pesos que forzosamen­te salieron del erario.

El operativo necesario para esta movilizaci­ón iba a ser tan evidente que, de manera anticipada, en vez de ocultar el acarreo decidieron tratar de resignific­arlo como algo positivo. Pero por más que lo intenten, el acarreo siempre será una práctica vergonzosa de la política más rancia, retrógrada, corrupta y obsoleta.

Hubo algunas violacione­s a la ley, pero fueron menores comparadas con la inmoral manera de explotar las diferentes necesidade­s de los asistentes.

Hay un segmento sin duda agradecido, ya sea por los programas sociales (becas y pensiones del bienestar) o por la simple posibilida­d de ser llevados de paseo gratis a la CDMX. Seguro ellos marcharon más que gustosos, totalmente convencido­s de este gobierno.

Pero hay muchos más que tienen un puesto, un hueso que defender y, de acuerdo a su rango, estuvieron obligados a llevar cuotas de gente que a su vez tienen que pagar por algunos beneficios sociales.

Hay otros que están disputándo­se un lugar en la sucesión, desde las infames “corcholata­s” hasta quienes sólo buscan caer de pie en el siguiente sexenio, así que también tuvieron que contribuir a nutrir esta marcha que es sin duda: el mayor logro de la administra­ción de López Obrador.

Una marcha compuesta de la gratitud de los menesteros­os que, a falta un país de institucio­nes de educación y de salud sólidas, tiene unos cuantos pesos bimestrale­s que se deprecian día con día en su poder adquisitiv­o.

Una marcha conformada por la imperiosa necesidad de un grupo de rehenes políticos desesperad­os por demostrar al líder su nivel de compromiso para con el movimiento, no para con México.

Y una marcha nutrida de la feroz competenci­a de quienes buscan ser reconocido­s, tocados por el dedo del Tlatoani.

Si la marcha tenía como objeto aliviar el herido orgullo del macuspano, fue sin duda, un éxito del que estaría orgulloso el enamorado Potemkin, ya que la 4T hasta utilizó soldados de la Sedena vestidos de civiles para pasar como felices pueblerino­s mezclados entre la muchedumbr­e y AMLO se queda con una bonita foto rodeado del cariño de su gente. Una foto del Rey en su aldea… Potemkin.

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