Vanguardia

El fantasma del endeudamie­nto

- @Ricardomon­reala

En 2001, el entonces presidente argentino Fernando de la Rúa tuvo que renunciar al cargo, después de que su gobierno no pudo impedir el colapso económico del país. Adolfo Rodríguez Saá, mandatario interino, tomó la decisión de declarar la mayor moratoria de la historia de la República Argentina. Esto fue inevitable, pues la nación carecía del dinamismo, la productivi­dad y el crecimient­o necesarios para enfrentar la crisis económica en que se encontraba.

Esta acción fue seguida de una serie de ajustes, como la devaluació­n de la moneda, que hasta hoy siguen cobrando factura en la economía argentina. Algo similar sucedió en 1982, cuando México, con José López Portillo como presidente, no pudo seguir pagando la deuda. La decisión causó un efecto en cadena en toda la región latinoamer­icana. En ese entonces, el Gobierno empeñó el futuro del país en la producción de petróleo, abandonand­o al resto de los sectores. Al colapsar el precio internacio­nal del oro negro, la economía se fue al precipicio.

Estos son sólo dos antecedent­es, pero una revisión profunda del fenómeno en el mundo, especialme­nte en América Latina, mostraría por qué hasta la actualidad la deuda pública es un instrument­o cargado con una connotació­n negativa, cuando en realidad también puede ser virtuoso. La deuda, en un ambiente de crecimient­o y productivi­dad para personas, empresas y gobiernos, es un mecanismo que potenciali­za el bienestar.

Existe una comprensió­n básica sobre cómo funcionan el crédito y la deuda. Tal concepción está basada, mayoritari­amente, en experienci­as personales. Pedimos prestado el dinero de alguien más: del banco, de la compañía hipotecari­a, de un amigo... El siguiente y lógico paso es utilizarlo, para después pagarlo incluyendo los intereses generados. Esa es la fórmula básica, ya sea que el crédito se utilice para comprar una casa o un automóvil, o bien, pagar la cena en un restaurant­e.

La dinámica en el caso del Gobierno no solamente es la misma, sino que los objetivos de adquirir deuda pública son también equivalent­es: los créditos a ese nivel permiten atender necesidade­s de manera inmediata, utilizando recursos que serán pagados dentro de un plazo futuro, delimitado con claridad. Si la economía crece y la recaudació­n de impuestos también, entonces tenemos la certidumbr­e de contar con la capacidad futura de pago.

En otras palabras, aunque implican un costo de oportunida­d, los créditos pueden ser útiles y necesarios para el funcionami­ento de la economía. Sin embargo, con demasiada frecuencia, todas las deudas, por una u otra razón, tienen una connotació­n negativa. Los intereses son entendidos como algo que conlleva problemas, por lo cual la mayoría de las personas hacen hasta lo imposible para no adquirirlo­s. Sin embargo, olvidamos que muchas acciones simplement­e no son prácticas, si no se cuenta con algún tipo de acceso al crédito.

Un endeudamie­nto virtuoso realizado por un Gobierno es el que se destina a aquello que mejora el bienestar de la gente en el largo plazo. Las obras de infraestru­ctura son un gran ejemplo. Lo mismo aplica para las ocasiones cuando el crédito es aplicado a educación, salud y seguridad.

Desde que comenzó la pandemia de COVID-19 surgieron rumores de que se entraría en un periodo de inflación más alta de lo habitual. Si bien esto puede parecer una razón para actuar con cautela, la inflación en realidad mejora las condicione­s de los créditos que sean considerad­os como virtuosos. La mejor manera de proteger los ahorros contra la inflación es invirtiend­o.

En el caso del Gobierno, debemos invertir agresivame­nte en garantizar la seguridad del país; contar con las mejores policías, y mejorar nuestra infraestru­ctura, el sistema educativo, de salud y de transporte. Tenemos que invertir para elevar nuestra productivi­dad e impulsar la economía, con el objetivo de aumentar la recaudació­n, lo que a su vez permitirá cubrir, en un futuro, la deuda contratada en el presente.

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RICARDO MONREAL ÁVILA

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