Vanguardia

Los Santos Reyes y los reyes santos

‘CATÓN’, CRONISTA DE LA CIUDAD

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Las más bellas palabras que conozco acerca de los Reyes Magos las dijo San Juan Crisóstomo, buen decidor: “No se pusieron en camino porque habían visto la estrella. Vieron la estrella porque se habían puesto en camino”.

Sabemos muy poco acerca de los Santos Reyes. Generalmen­te se sabe poco de los reyes, y mucho menos se sabe de los santos. Eso de que los reyes se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar es una tradición que arranca de San Beda, uno de los primeros hagiógrafo­s, es decir, escritores de vidas de los santos. A lo mejor no se llamaban así, y los que se llaman ahora Baltasar, Melchor o Gaspar deberían llamarse de otro modo. Sabemos, sí, por San Mateo, que eran tres, y que llevaron regios presentes al Niño en el portal: oro, porque era rey; incienso, porque era Dios; mirra, porque era hombre. Esto último se explica: la mirra es una sustancia muy amarga.

Lo de magos no debe interpreta­rse a la manera de Merlín o Harry Potter. En Persia recibían el nombre de magos los hombres sabios. Muy probableme­nte de ese remoto país llegaron los tres reyes. Otros dicen que de la India. Hay otra leyenda acerca de los reyes. A la mitad del camino dudaron de encontrar al Niño. Entonces la estrella se les ocultó en un cielo oscurecido por densos nubarrones. La fe es cosa muy rara: a unos se les acaba en la oscuridad; otros, en cambio, la pierden cuando el sol les da de frente. Los magos dudaron en las tinieblas, que no eran tan tenebrosas si en ellas brillaba aquella estrella. Pero su fe languideci­ó, y entonces perdieron la estrella, y se perdieron ellos también.

Sigue diciendo esa leyenda que, asustados por la oscuridad, los magos hicieron oración. Su plegaria la dirigieron a aquel a quien ni siquiera habían visto: al Niño de Belén. En ese instante las nubes se disiparon y en el cielo profundame­nte azul de los desiertos volvió a brillar la estrella, luminosa.

Yo he visto la estrella de Belén. La vi una Noche de Reyes en el espléndido planetario del Museo de Ciencias y Artes de Chicago. Por 5 dólares pude contemplar el cielo tal como deben haberlo visto, según los astrónomos modernos, los magos del Oriente en su camino hacia el portal. También vi el cielo como estaba cuando se apareció el ángel a los pastores y les dijo “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.

El 6 de enero la Iglesia Católica celebra la Epifanía: Dios hecho hombre se manifiesta en forma y con figura de hombre. Los escolástic­os tenían un argumento complicado para explicar el Misterio de la Encarnació­n. El hombre ofendió a Dios con la desobedien­cia de Adán. Como la ofensa fue a Dios, que es infinito, entonces también la ofensa fue infinita. Nadie más que Dios la podía lavar. Pero sucede que la ofensa le fue inferida a Dios por el hombre. Entonces Dios se hizo hombre, y así lavaron juntos la ofensa un hombre que tenía la infinitud de Dios y Dios mismo hecho hombre.

Es difícil entender eso, por algo es un misterio. Lo que sí podemos entender –o sentir, que es la mejor forma del entendimie­nto– es la belleza que hay en este día, el 6 de Reyes, tan lleno de sentido divino y de tradición humana.

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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