Elogio de la trompetilla (II)
‘CATÓN’, CRONISTA DE LA CIUDAD
Sacó la pistola el hombre y dijo: -¡Mía o de nadie! Al oír aquella melodramática declaración, ya tan manida, la muchacha le soltó una trompetilla a su presunto matador.
-¡Ptrrrrrrrrr! Al tipo le ganó la risa −no era del todo tonto−, dejó la pistola por ahí y se fueron los dos a tomar un café con pastel de zanahoria. Meses después él asistió a la boda de la chica con otro compañero.
La trompetilla es un letal desarmador. Es peor, digo yo, que una mentada. La mentada ofende, pero la trompetilla encuera. Yo tiro a tímido, y estoy muy atado a convencionalismos sociales, por eso las trompetillas no me salen. Si me salieran he aquí algunos especímenes que recibirían mis trompetillas:
- Los tenores que traban las manos por los dedos al cantar.
- Los columnistas que en cada artículo dicen la última palabra.
- Los curas que regañan a la gente en misa.
- Los maestros que declaran que el 10 es para el autor del libro y el 9 para el profesor, de modo que los alumnos pueden, si mucho, aspirar al 8.
- Todos los que se toman a sí mismos demasiado en serio.
- Las mujeres que cuando les haces una proposición desinteresada te responden diciendo que lo único que pueden ofrecerte es una amistad sincera.
Todos estos ejemplares, por enemigos de la Humanidad y de la armonía del mundo, merecen una trompetilla.
Yo también las he merecido muchas veces. Estoy hablando, o escribiendo, y de repente escucho a mi otro yo −el verdadero− que me lanza un sonoro cuesco oral. Entonces me contengo, pero generalmente ya es demasiado tarde.
¿Cómo defenderse de una trompetilla? Cosa es difícil ésa, tan difícil como defenderse de un rayo. Sugiero, sin embargo, una manera. Cuando a cierto amigo mío alguien le espetaba una trompetilla él decía esto: -Sacudo por no barrer.
Ignoro qué relación hay entre esas tareas domésticas y la trompetilla, pero siempre observé que el autor de la ventosidad quedaba muy corrido, y se reían de él los circunstantes en vez de reírse de quien había recibido la pedorreta. Esa misteriosa frase que transcribí ha de ser una especie de exorcismo o ensalmo con virtud teúrgica para conjurar trompetillas. El caso es que a mi amigo le daba muy buen resultado. Yo me propongo tener presente dicha fórmula −me la aprendí ya de memoria aun sin entenderla− por si alguna vez un barbaján intenta hacer burla de mi persona dirigiéndome ese desconcertado ruido tan lépero y procaz.
Se dice que los cubanos son inventores de la trompetilla. No sé si eso sea cierto, pero si lo es entonces dieron el remedio y se quedaron sin él. ¿Se imaginan ustedes el efecto que habría tenido una trompetilla cuando Fidel decía uno de sus kilométricos y solemnísimos discursos? Imaginemos:
“...¡Los tentáculos del imperialismo yanqui nos ahogan, pero nosotros, desde este territorio libre de América, alzamos la bandera triunfal del socialismo revolucionario!...”.
Y en ese momento: -¡Ptrrrrrrrrrrr!
Seguro estoy de que a Fidel se le habrían caído los pantalones, con todo lo demás, hasta quedar desnudo como el emperador del cuento. En ese mismo instante desaparecerían los paredones, se escucharía un coro de mil voces cantando la “Guantanamera” y un inmenso arco iris uniría a La Habana con Miami. Y ni siquiera habría podido decir el Comandante aquello de: “Sacudo por no barrer”, pues de seguro no conocía la salvífica jaculatoria.