Vanguardia

Café Montaigne 257

- JESÚS R. CEDILLO

Gracias por leerme. Hoy tocaba en este generoso espacio de VANGUARDIA nuestro encuentro sabatino con Dios, “Hablemos de Dios”. Pero, en virtud de que usted es quien manda en mis letras, recibí no pocos comentario­s del texto pasado donde abordé a vuela pluma la siempre fatal (tocar el cielo y el infierno a la vez) relación entre las drogas, las bebidas, los alucinógen­os de cualquier tipo con la nunca bien entendida del todo creación artística de los seres humanos.

Varios lectores como usted, quien hoy me favorece con su lectura, me apuraron a seguir el tema de la absenta, las bebidas alcohólica­s, su marcada influencia en la obra de arte y la contaminac­ión y matrimonio existente entre el artista y las musas en turno. No poca cosa. El abogado Gerardo Blanco Guerra, quien amén de ser especialis­ta en Derecho electoral y uno de los liderazgos políticos en pleno ascenso, es un asaz lector, me hizo la siguiente acotación: al ajenjo, la absinthe, la absenta, la llamada “hada verde”, también se le conoce como el “diablo verde”. Muy correcto lo anterior.

Lo he escrito antes: todo está en William Shakespear­e sabiéndolo leer puntillosa­mente. Shakespear­e, siempre Shakespear­e, el gran poeta escribió en “Enrique IV”: “Puedo convocar a los espíritus del infinito. / Claro que puedo hacerlo, / y cualquier otro también; / ¿pero acudirán cuando yo los convoque?”. Estos “espíritus del infinito” tratarán de revivir la rosa agonizante de la creación artística cuando ésta ya no se presenta tan a menudo como el artista quisiera. Para mantener viva la inspiració­n, o bien, para que sea la urdimbre básica de la obra misma, el creador acudirá puntual a la estimulaci­ón artificial de los sentidos. Eso que otro alucinado, Charles Baudelaire nombró como “los paraísos artificial­es”.

Algunos ejemplos al azar bajo pena de repetir lo ya muy conocido, y también bajo pena de repetir lo ya escrito por este columnista en otras ocasiones. Fuseli, el artista suizo, practicaba una manera sui generis de convocar a las musas y así poder trabajar: comía carne cruda en la cena a fin de tener espléndido­s sueños y visiones que al día siguiente transforma­ba en fantástica­s imágenes. El estimulant­e de Friedrich Schiller para crear ha pasado a la posteridad por el extraño, ingenuo y hasta inocuo del mismo: en Schiller, el aroma de las manzanas podridas le ayudaba a evocar un estado de ensoñación, por ello, siempre tenía algunas en el cajón de su escritorio.

La escritora sueca Marika Stiernsted­t empezó a beber por sentir una gran ansiedad, dado que el alcohol produce un estado de indulgenci­a, su afición a la bebida pronto se reflejó en sus escritos. La escritora luego contaría que podía identifica­r línea por línea los pasajes que había escrito bajo la influencia del alcohol, pues eran definitiva­mente inferiores al resto de su producción. El alcohol produce entonces un estado alterado, Thomas Moore lo dejaría así por escrito: “Si llenas con agua el vaso / no escribirás sabiamente, / pues el vino es el corcel del Parnaso / que lleva al bardo a las alturas”.

En el Salmo 60, la gente, el pueblo de Jehová se queja del buen Dios cuando los maltrata y los hizo “beber vino de aturdimien­to”. Entonces, vea usted que aquí y somerament­e ya estamos viendo que la relación, el matrimonio entre el alcohol o plantas alucinógen­as o comida alucinógen­a, puede conducir a crear mejor (Malcolm Lowry, Francis S. Fitzgerald), o bien las drogas y tanto y tanto alcohol amén de llevarte a ser uno de los mejores creadores, te puede dejar como piltrafa humana y pidiéndole perdón a Dios (Charles Baudelaire).

ESQUINA-BAJAN

Uno de los libros más hermosos y deslumbran­tes que usted puede leer en su vida, señor lector, es el siguiente: “El Collar de la Paloma” de Ibn Hazm de Córdoba (994-1063). Este es un tratado sobre el amor y los amantes. El mismo filósofo por todos reverencia­do, don José Ortega y Gasset dijo en su momento: “(es) el libro más ilustre sobre el tema del amor en la civilizaci­ón musulmana”. El libro es muy difícil de conseguir (al menos para mí, que ando de librería en librería, de esas ya quebradas y en el olvido: de madera, hormigón, block y tabiques). Hace poco tiempo di con él en una librería en Monterrey y desde entonces no ha abandonado mis ojos.

Hay vinos de aturdimien­to, hay vinos que te llevan al cielo, pero también te llevan al infierno tan temido. ¿Cuál preferir? Nos responde el poeta de Córdoba, Ibn Hazam, en uno de sus maravillos­os poemas:

Las criaturas de Dios que ves son todas distintas:

Tú bebe lo bueno, si no te es dado lo mejor. No te contentes con el agua turbia más que a la fuerza,

Cuando sobre la tierra no hay otra aguada. Pero al agua salobre no te acerques, porque no se traga,

Y un hombre libre debe de preferir la sed. ¡Caray! A otro público con semejantes y perfectos versos. Y este consejo poético, usted lo sabe, también es algo bíblico. O al revés. El genio es el mismo. Quienes redactaron la Biblia fueron poetas; hombres, no ángeles. Lea usted el siguiente consejo que le endereza el atormentad­o Pablo a Timoteo: “Ya no bebas agua, sino usa de un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedad­es”. (1ª De Timoteo, 5:23).

LETRAS MINÚSCULAS

“Me quedé con ella a solas, sin más tercero que el vino…”, Ibn Hazam.

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