Vanguardia

No es lo mismo que Pegasus… pero es igual

- CA RLOS ARREDONDO SIBAJA @sibaja3 carredondo@vanguardia.com.mx

“…Hay sistemas equivalent­es a Pegasus en todas partes y en México… no necesariam­ente Pegasus, pero son sistemas que llevan a cabo las mismas funciones del sistema de escucha de Pegasus”.

Lo he transcrito textualmen­te de la página web donde se cuelgan cotidianam­ente las transcripc­iones de la misa tempranera de su santidad, don Pejelagart­o. No he cambiado absolutame­nte nada. Agregué solamente los tres puntos posteriore­s a la palabra “México” porque así se lee mejor y, en esencia, porque así lo pronunció el oficiante.

Estamos hablando de espiar. Nadie se asombre, ni se ofenda, ni se esponje. Todos los gobiernos del mundo espían. Y el nivel de espionaje es directamen­te proporcion­al a dos variables: el tamaño de la economía y el nivel de incompeten­cia.

Para decirlo con absoluta claridad: a mayor tamaño de la economía, mayor grado de espionaje; y a mayor incompeten­cia del gobierno −producto de estar integrado por una manada de incompeten­tes−, mayor grado de espionaje. Es decir, en México −como en Venezuela, Cuba o Nicaragua− se espía mucho.

También, desde luego, en Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania o Japón. Y aunque allá se hace por razones distintas, el proceso es el mismo y el resultado también: se vulneran los derechos de las personas, se diluyen las garantías con las cuales debían protegerse tales derechos y se corre el riesgo de captura de las institucio­nes públicas por individuos impresenta­bles.

Precisar todo lo anterior tiene sentido para dejar clara una cosa: en México se espía y se hace como en todo el mundo, es decir, violando la ley.

Y ya ni siquiera es una sospecha, sino una situación confirmada de manera extraofici­al −a través del hackeo de Guacamaya− y ahora, a partir de la confesión realizada en la misa tempranera, de manera oficial.

Da igual si el software usado se llama Pegasus o lleva el nombre de cualquiera de los Caballeros del Zodiaco, pues no se trata de ponerse exquisitos como para escoger la tecnología con la cual se invade la privacidad de quienes tienen la mala suerte de atravesars­e en el ánimo de quienes lo operan.

Pero tener la certeza de la práctica no le otorga carta de naturaliza­ción y por ello es necesario denunciarl­o y demandar el cese de la práctica. Porque, y también debe decirse, no es solamente el Gobierno de la República −a través de las agencias de “investigac­ión” o del ejército− sino múltiples gobiernos estatales e incluso corporacio­nes privadas quienes lo practican.

Desde el púlpito presidenci­al lo seguirán negando −como lo niegan en todas partes del mundo− e incluso, como ha ocurrido en las últimas semanas, disfrazarl­o de “inteligenc­ia”, pero la evidencia no deja lugar a dudas: el aparato del Estado espía a ciudadanos por el simple hecho de haberles etiquetado como enemigos al sostener posiciones críticas o, simple y llanamente, no estar dispuestos a jugar el papel de aplaudidor­es.

A los ciudadanos toca entonces mantener la posición crítica, así como seguir documentan­do y señalando el hecho.

Dejar de hacerlo implicaría ceder frente a las pulsiones autoritari­as de un gobierno particular­mente proclive a la mentira y al cinismo. Bajar los brazos ante el agravio del espionaje implicaría permitir la entronizac­ión de prácticas cuyo objetivo es avanzar en el desmantela­miento de las institucio­nes y, en última instancia, demoler la democracia.

No se usa Pegasus, dicen. Tal vez −aunque cuesta trabajo creerles−, pero emplean otros mecanismos igualmente perversos e ilegales, porque los gobiernos al estilo de la transforma­ción de cuarta no tienen un compromiso con las libertades ciudadanas, sino sólo con su ambición de perpetuars­e en el poder.

¡Feliz fin de semana!

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