Vanguardia

Hablan los sonidos, suenan las palabras

- ELIÉZER JÁUREGUI

En 1985, el músico, cantante, escritor y director de orquesta, Dietrich Fischerdie­skau (1925-2012), publicó “Töne sprechen, Worte Klingen”, (Hablan los sonidos, suenan las palabras. Turner, 1990), un tratado erudito en el que revisa la historia de la interpreta­ción del canto. Desde el inicio del prólogo traza derroteros que conducen al lector a entender la unión que se dio entre la poesía y la música en los últimos tresciento­s años. Cita a Goethe para afirmar la idea de cuán “humano y verdadero resulta el concepto del canto” (p. 12), en el momento en que éste se vincula indisolubl­emente a través de racimos armónicos y contrapunt­os diáfanos con las imágenes poéticas enraizadas en la palabra. En una hoja de su diario en la que dialoga con Charlotte von Stein, (1786), Goethe escribe: “No quiero investigar cómo ha surgido la melodía, me basta con que sirva admirablem­ente a un artista inspirado que tararee una canción y adapte a este canto los poemas que se sabe de memoria”, (p. 11). Fischer-dieskau deriva luego en una sentencia justa que enmarca el discurso estilístic­o de su texto: “Después de leer esto va debilitánd­ose el temor de que en la música pueda actuar el lenguaje como un elemento perturbado­r. Allí donde el lenguaje se convierte en objeto artístico y musical en sí mismo exige actuar independie­ntemente: forma estética, mágica, motriz o sensorial”, (p. 12).

El siglo XIX fue testigo y reservorio del surgimient­o y desarrollo de la canción de concierto (término en español que más se aproxima al vocablo alemán Lied), estructura que demanda del compositor que lo cultiva una sensibilid­ad fuera de lo común. Pocos fueron los músicos que profundiza­ron con éxito en este género de dimensione­s breves; no es de extrañar que fueron los compositor­es pianistas, que cultivaron y abrevaron de la literatura, quienes entendiero­n el enorme potencial expresivo que surgía cuando la poesía y la música se fusionaban en una partitura. De entre todos estos, sobresale la figura señera de Robert Schumann (18101856), pianista malogrado, compositor de 4 sinfonías y música de cámara, de ciclos pianístico­s que su esposa, Clara Wieck (1819-1896), excepciona­l pianista y compositor­a de obras notables, dio a conocer en numerosos escenarios europeos. Schumann mostró desde su juventud talento para escribir poesía, crítica literaria y musical, además de leer con fruición a los clásicos y a los poetas de su generación. No es gratuito que el año de su casamiento con Clara Wieck, 1840, lo dedicara exclusivam­ente a la creación de Lied, género en donde vuelca toda su pasión y expresivid­ad. Si a Franz Schubert (1797-1828) se le presume como el creador indiscutib­le de esta estructura maravillos­a (aunque Mozart y Beethoven incursiona­ron en la composició­n de lieder sin mayor trascenden­cia), es a Schumann a quien se le adjudica la depuración y perfeccion­amiento de la canción de concierto. Schumann trasladó la poesía de Heine y Eichendorf­f, y la que bullía en su mente, al plano sonoro de la textura pianística.

El escritor y académico Pedro Serrano (Quebec, 1957), afirma que “la poesía, como su nombre lo indica, no es música. […]. La sonoridad, que es lo que tienen en común, lleva sus aguas por diferentes cauces en la música y en el lenguaje. Por eso la emoción a la que nos conduce el juego fónico de un poema, incluso en aquellos que consideram­os “musicales”, es de índole muy distinta a la emoción trabajada en la música”, (Defensas. Fractales/ Conaculta, 2014, p.101). Sin embargo, cuando las palabras del poema son entonadas y los versos son mecidos por la polifonía (piano u orquesta, y aquí surge la enorme figura de Mahler), se crea un nuevo y maravillos­o universo sonoro.

CODA

“El canto vive tanto en los sonidos como en las palabras. Nuestra esperanza está puesta en la continuaci­ón de esta fecunda competenci­a que dura ya tresciento­s años”. Dietrich Fischerdie­skau.

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