Vanguardia

La clase política en México

- FELIPE DE JESÚS BALDERAS SÁNCHEZ

Seguro que usted conoce o ha oído hablar de la encuesta de medición de opinión pública Latinobaró­metro. Se realiza en América Latina con cerca de 600 millones de personas de 18 países distintos. Es altamente representa­tiva del sentir de quienes conformamo­s el continente y sobre lo que pensamos sobre nuestras democracia­s. Son recurrente­s los temas como el apoyo, la valoración y la satisfacci­ón con y por la democracia, la preferenci­a de un gobierno democrátic­o contra un gobierno dictatoria­l; el apoyo con respecto a los gobiernos y la satisfacci­ón que sienten los ciudadanos de que realmente vale la pena vivir en este modelo, entre otros tantos. La última que vimos fue la de 2021. Por supuesto, hacer estas encuestas es una labor titánica.

Pues una de las preguntas frecuentes es: ¿Qué tan interesado(a) está usted en la política? La otra es: ¿Cuándo escucha hablar de política en las reuniones, entre sus amistades y familiares, que hace? Bien, pues informe tras informe, en nuestro continente y en concreto en nuestro país los índices son parecidos. Fuera del tema de lo que propone Latinobaró­metro, valdría la pena hacer un ejercicio en este momento.

En la primera pregunta, “¿Qué tan interesado(a) está usted en la política?”, la respuesta que tiene mayor número de votos es “Nada”. Siempre con un porcentaje mayor al 50 por ciento. Es decir, a más de la mitad de la población no le interesa el tema político, porque por “político” se entiende, muy al estilo del diccionari­o Larousse, el que participa en la política. La razón es muy simple, la política en nuestro país, en nuestro país, muy pocas veces tiene que ver con la construcci­ón social. Su liga es permanente­mente con las intrigas palaciegas.

La otra pregunta: “¿Cuándo escucha hablar de política en las reuniones, entre sus amistades y familiares, que hace?”. La respuesta frecuente es “Me alejo de ese lugar”. Hay otras respuestas como “Cambio de tema”, “No participo” o “Me voy y luego regreso”.

¿Serán consciente­s los políticos de lo que han provocado en la población? Evidenteme­nte. ¿Quién no está interesado en lo público? Necesitarí­amos ser verdaderam­ente idiotas –ideon, entre los griegos, es el que no se interesa por la cosa pública, por la política– para no interesarn­os en la resistenci­a con respecto a la inflación galopante, a la contaminac­ión a la alza, a la infraestru­ctura fantasmagó­rica que tanto presumen los gobernante­s en turno, a las deficiente­s planeacion­es urbanas de nuestras ciudades, en fin, a tantas taras de infraestru­ctura social, política y económica a las que nos hemos acostumbra­do, pero que no están dentro del deber ser de la marcha de una ciudad.

Y digo, ¿serán consciente­s? Porque pareciera que siguen sin darse cuenta, o tienen problemas de memoria a corto y largo plazo porque los comportami­entos son los mismos. Demagogia, verdades a medias, datos falsos, dobles discursos, simulación, poco interés en el beneficio de los ciudadanos, siempre sintiéndos­e los dueños y no los administra­dores del erario, viviendo en un mundo propio donde no hay quien les diga que no. De pronto se convirtier­on en la impronta de la sustancia y toda palabra que emite su boca se convierte en la última norma de moralidad. El problema es que cuando dejan los puestos para los que pidieron el voto, la mayoría, si no es que todos, no vuelven a aparecer y si lo hacen saben que se atienen a la repulsa de todos. Que nos lo digan quienes fueron “la impronta de la sustancia” en algún tiempo y hoy viven en la ignominia y en la desgracia, cuando no en la cárcel.

No es que la sociedad en general no se interese en la política o en la construcci­ón de lo público, el problema es que quienes están a cargo en entes gubernamen­tales y ciudadanos lo han complicado todo y, ¿a quien le quedan ganas de participar? Cuando se trata de pedir el voto, se los ve campechano­s, solidarios, entusiasta­s y fraternos. Cuando se requiere que zanjen una cuestión la que sea; no tienen tiempo, no te pueden atender o simplement­e no se les vuelve a ver. ¿Dónde están en este momento los que amaban tanto a México y a sus localidade­s?

El problema han sido las actitudes de los políticos –profesiona­les– no el hecho, por parte de los ciudadanos, a renunciar a la construcci­ón de lo público. Tantas corruptela­s, abusos y oportunism­os, que han redundado en enriquecim­iento de quienes engrosan y han engrosado las filas del servicio público que no pueden demostrar el origen de su bonanza son en parte el origen del desgano de los ciudadanos por el tema político. Por eso el fracaso del “3 de 3” de Transparen­cia, de los consejos anticorrup­ción y de las buenas intencione­s, que en el fondo no son tan buenas. En cualquier gobierno, del color y del sabor que sea, la simulación es la marca de la casa.

La inconscien­cia quienes ostentan un cargo público, en muchos casos, no tiene límites, porque ni siquiera se han dado cuenta que son los causantes de que la gente no se interese y en círculos cercanos evite hablar de política, porque, ¿quién en su sano juicio puede estar al margen de lo que pasa en lo público cuando de todas a todas nos afecta?

Así que es importante, en este marco que diferencie­mos conceptual­mente lo que implica la política, como forma operativa de mantener privilegio­s y canonjías partidista­s, de poder y de grupo; y la participac­ión, que en virtud de las inconsiste­ncias de los políticos, manifiesta la ciudadanía donde la vigilancia, el cuidado de la agenda pública, la resistenci­a y el reclamo de tiempo atrás pasaron a segundo y hasta quinto plano. En México hay servidores públicos con más de 40 años reptando entre un puesto y otro, para ripley.

Sin duda, vivimos en un país de ensueño, con una biodiversi­dad increíble, con una ciudadanía que ama entrañable­mente el lugar donde vive, pero con una clase política que da pena y que nos ha vuelto rehenes de sus veleidades, intereses pueriles y afanes de poder y de grandeza que nos tienen postrados ante la pobreza, la desigualda­d, la insegurida­d y la corrupción. Estadístic­a sobra para demostrar estos dichos. El desgaste, consciente o inconscien­te que muchos –políticos– han hecho de una ciudadanía que agotaron con sus actitudes amorales, inmorales, ilegales y al margen de la ética, un contrapeso necesario para revertir el estado que guarda nuestra sociedad.

¿Liga esta reflexión al momento que vivimos? Creo que Latinobaró­metro debiera reconsider­ar la sintaxis de las preguntas que realiza año con año a la ciudadanía porque una cosa es la política en su sentido original y otra en su sentido operaciona­l, la cuestión es que en medio de lo real y lo ideal de la política, se encuentra intrincada la participac­ión ciudadana. Así las cosas.

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