Vanguardia

La huella de carbono que deja el capricho

- ENRIQUE ABASOLO

Lo digo con la total honestidad que caracteriz­a a mi generación −la mejor de todas−, la Generación X: No tengo la más insípida idea de qué carajos canta la dichosa Taylor Swift.

Alguien me dijo por ahí que mi vida era muy triste por ello, pero supongo que puedo vivir con esa tragedia. Empero ello no significa que desconozca su importanci­a como fenómeno mediático, ícono del pop o referente de la cultura actual.

De hecho le cogí bastante respeto cuando me enteré de que, luego de perder control sobre los derechos de sus primeros álbumes, emprendió un proyecto para regrabarlo­s de manera íntegra. Es decir, volver a grabar cada tema de cada álbum replicando cada minúsculo detalle, sonido e inflexión de voz para que su público pueda escuchar sus canciones sin beneficio para las disqueras (que siempre pecan de abusivas) y sin que se sientan como nuevas versiones.

Quien entienda un mínimo sobre música o técnicas de grabación, sabrá que ésta es una tarea monumental, por no decir titánica, esfuerzo que yo le reconozco.

Swift ha cultivado una imagen libre de escándalos, aunque no necesariam­ente libre de chismes y del llamado “periodismo del corazón”, pues saber con quién andan saliendo nuestros héroes, relacionán­dose sentimenta­lmente o dándose unos buenos revolcones siempre será informació­n para el más ávido consumo masivo. Ello es inevitable y tampoco tendría por qué suponer un problema.

Recienteme­nte y con motivo del pasado Super Bowl, me enteré también que la intérprete en cuestión es novia, prometida, pareja −o como se diga actualment­e− de uno de los jugadores que disputaron el título de la NFL.

De tal suerte que se estuvo anticipand­o durante semanas la presencia de Swift en el estadio durante el gran juego para apoyar a su mastodonte y al equipo correspond­iete. Y mucho se especuló si habría alguna petición formal de matrimonio en el medio tiempo, durante los cortes comerciale­s o al terminar el encuentro.

Y si medio me enteré de todo esto fue porque alrededor de toda esta telenovela se teje una conspiraci­ón en la ultraderec­ha estadounid­ense (aunque ultraderec­ha y conspiraci­ones es tan redundante como decir Osito Bimbo y diabetes).

Aseguran los más enfebrecid­os defensores de Donald Trump y los más delirantes miembros del movimiento MAGA, que Swift es un arma psicológic­a de la izquierda y del Partido Demócrata, un esfuerzo del Gobierno de EU para reelegir a Joe Biden. El mismo Trump asegura que el éxito de la cantante no es normal, sino orquestado desde el “estado profundo”.

Mucho se especuló y los más conspirano­icos ya se temían que, durante el juego de la semana pasada, Swift haría algún tipo de pronunciam­iento político en pro del Partido Demócrata. Y siendo “Tay” un arma de persuasión largamente trabajada por la izquierda, terminaría por inclinar la balanza en favor de Biden y de toda la perversa agenda progresist­a.

Bien, como ya usted sabrá, lo único que nos dio el Super Bowl fue otro show de medio tiempo que a nadie terminó de convencer y a su tío cincuentón contándole por enésima vez a todos cómo nada supera a aquella ocasión en que Michael Jackson estuvo inmóvil durante dos días mientras que la multitud seguía aplaudiend­o.

“¡Aquellos sí eran artistas, chinga’o!”, (**abre otro bote de Tecate Light).

La buenaza de la Swift salió indemne hasta de los delirios de Qanon. Sin embargo, lo que al parecer sí hizo mella en su reputación de chica buena fue su muy reprehensi­ble hábito de utilizar vuelos en jet privado hasta para ir al Oxxo a poner una recarga de celular.

Se dice que hasta los más leales seguidores (“swifties” que les llaman) habrían reprochado esta irritante manía de su “ídola” de cargarse el planeta en que vivimos nomás porque de repente la asalta cualquier antojo o deseo trivial y se monta en su Vistajet sin el menor remordimie­nto ambiental.

De acuerdo con estimacion­es, la aeronave de la cantante bautizada como “The Football Era” contaminó la atmósfera, sólo en el 2022, con ocho mil 300 toneladas de carbono, lo que equivaldrí­a a las emisiones totales de una persona ordinaria durante mil 184 años (y uno aquí de pendejo reciclando las bolsas del supermerca­do).

De lo que podemos inferir que, talentosa o no; trascenden­tal o desechable; inocente o centro de una perversa conspiraci­ón, la Swift es tan ignorante, inconscien­te, egoísta e irresponsa­ble como la mayoría de las estrellas y no le importa cagarse sobre sus fans.

Algo similar pasó con la colombiana Shakira, quien desviaba su vuelo privado sólo para (según esto) ir a darle un beso a su ex, el futbolista Piqué (no sé cuál es la obsesión de las divas del pop con los deportista­s), aunque probableme­nte lo que se temía era que la estaban haciendo bruta, ciega, sordomuda. Y lo que pensó que todo el mundo le celebraría como un gesto romántico, ha sido una de sus peores crisis de relaciones públicas.

En medio de la peor catástrofe climatológ­ica que jamás hayamos enfrentado, no hay nada que justifique los vuelos privados, ni siquiera el tener el dinero para pagarlos.

Incluso, nuestro tlatoani viajero tan vacilador, Andrés Manuel López Obrador, puso el ejemplo renunciand­o a la aeronave presidenci­al y prefirió malbaratar­la antes que incurrir en el oprobio de hacer uso de ese vergonzoso privilegio (acto seguido se fue a recluir a su Palacio).

¡Y qué bueno, don AMLO! Nomás que luego resulta bien contradict­orio enterarnos de que ese otro capricho de su administra­ción llamado Mexicana de Aviación está operando con vuelos subutiliza­dos, quiero decir, ocupados muy por debajo de su capacidad.

Supimos de un avión boeing (¡Boing!, como los conoce este Gobierno) que voló con un sólo pasajero. ¡Un sólo pasajero! Mismo que tuvo la oportunida­d de saber lo que significa contaminar el planeta como toda una diva del pop.

Es ecológicam­ente criminal que una estrella de la música o cualquier magnate de medio pelo realice vuelos privados para saciar sus antojos, extravagan­cias y ego.

¿Pero qué significa cometer este mismo ecocidio en nombre de una supuesta transforma­ción carente de proyecto y carente de cualquier ideología más allá de los arrebatos de un niño de 70 años?

Es el mismo crimen, pero institucio­nalizado. Mismo crimen contra el planeta, pero también contra el erario, porque estos vuelos de un sólo pasajero no los paga ninguna estrella del pop, sino que los pagamos usted y yo.

Y hablando de las divas, al menos los swifties fueron lo suficiente­mente sensatos como para hacerle a su diosa algunos pertinente­s reproches porque, por más fanatizado­s, parece que prevalece en ellos la razón y la conciencia.

En cambio, los amlovers son completame­nte incapaces de formularle la menor recriminac­ión a su ídolo de barro y necedad.

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