Vanguardia

Hice match con mi obra maestra

- ALEXA MARIEL TORRES BUSTAMANTE

El pincel danzaba suave sobre el lienzo; sin embargo, por más deleite que hubiera en mi labor, mis manos seguían temblorosa­s por el exceso de trabajo. Llevaba casi ocho horas dentro de aquel sofocante taller de paredes azules, esmerándom­e en mi última obra. Todas mis piezas eran un preciado tesoro, ya que me brindaban memorias agradables de cuando realizaba con mi trazo cada detalle. Al recordar tales experienci­as, mi cuerpo se llenaba de euforia y adrenalina. Se me ponían los pelos de punta cuando observaba aquellos cuadros; pero ninguno era todavía lo suficiente­mente bueno para mí.

Hasta que lo encontré a él y su belleza formidable en una aplicación de citas. El cansancio no me iba a alejar ni un minuto más de la que sería mi obra maestra.

En ese momento yo estaba manchada de pies a cabeza y mi mente se encontraba mareada. El olor a óxido de la pintura comenzaba a hacer efecto y pesaba su hedor; pero tenía la mente llena de ideas que plasmaba a diario para consumar mi gran obra, que no se podía comparar con las demás.

Él era mi sueño desde que lo conocí, haciendo match en Tinder. Era un chico de tez blanca, ojos lindos en forma de almendra y cabello negro con mechones grisáceos. Lo que más me gustaba de él eran sus mejillas, que por cualquier contacto se teñían de rosa por el rubor acumulado. Era una señal.

Un atributo para destacar de mis ilustracio­nes es el rojo vivo del lienzo, el color que no podía faltar en mis cuadros. Tan llamativo, brillante, placentero de ver, el matiz perfecto ha sido siempre mi obsesión y parte importante de mis decisiones. Cuando conduzco me hipnotiza el esmeralda del semáforo y me encanta disfrutar el rubí de los crepúsculo­s. Mi closet es abundante en ropa con tela del mismo color. Y creo que entre todas las Apps de ligue por esa misma razón también elegí a Tinder.

Después de tantas pinceladas, por fin había terminado. Mis ojos se cristaliza­ron por la conmoción al ver la imagen completa. Un retrato perfecto de mi enamorado con cientos de flores y otros adornos a su alrededor. No podía creer que yo hubiera hecho tal pieza de museo. Mi trabajo me proporcion­aba una dulce emoción: saber cómo una persona podía aportar al artista mucho más que su figura. Su rol ya no se reducía al de modelo, sino a sustancia de la obra.

El cuerpo de mi cita yacía flácido, vacío y sin vida sobre la cama. Su vigor contribuyó mejor que los anteriores. Ahí caí en cuenta que siempre fue el indicado, la cereza más rojiza del pastel. Su pintura era de un tono más hermoso y su consistenc­ia más fluida para correr con facilidad sobre el lienzo. Sin duda, su sangre era la mejor de todas y yo, el artista más feliz por haber encontrado en Tinder una gran paleta de colores en rojo.

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