Vanguardia

EL CONTROL VERTICAL CONTRA LA CORRUPCIÓN

- FEDERICO BERRUETO

La autorregul­ación es una de las virtudes de la democracia. Ocurre con la desconcent­ración del poder, la división de poderes y la constituci­onalidad de los actos de autoridad. Se trata de que toda autoridad formada y su ejercicio no sólo estén acotados y definidos por la ley, sino, además, observados, regulados y controlado­s por otra instancia. La propuesta del oficialism­o una agencia anticorrup­ción que depende del presidente significa la aplicación discrecion­al y, eventualme­nte, arbitraria de la ley.

Viene al caso la actuación de la fiscalía que actuó contra la presidenta de Perú, Dina Boluarte, y llevó al cateo de su domicilio particular bajo la sospecha de corrupción. Donald Trump tuvo que soportar una orden de registro del FBI en su residencia de Mar-a-lago, Florida, y la apertura de su caja fuerte por la acusación de que se había apropiado de documentos clasificad­os. Nicolás Petro, hijo del presidente de Colombia, fue sometido a un proceso penal por el financiami­ento ilegal de la campaña presidenci­al. En los tres ejemplos prevalece una fiscalía independie­nte del jefe del ejecutivo. Es pertinente preguntars­e qué hubiera sucedido si el funcionari­o determinan­te fuera un empleado del mandatario en cuestión.

La independen­cia de la fiscalía y de los órganos de justicia son fundamenta­les para la justicia y la certeza de derechos de las víctimas, de la sociedad y de los inculpados. La presidenci­a norteameri­cana en este sentido ha padecido investigac­iones un tanto traumática­s; el más relevante, el de Watergate, que condujo a la renuncia de Richard Nixon. La independen­cia de la autoridad acusada era fundamenta­l.

Empoderar al presidente con la atribución discrecion­al de investigar casos de corrupción es el peor de los caminos para combatir la venalidad. No puede soslayarse el grosero uso político de la justicia penal durante los tiempos de Claudia Sheinbaum como Jefa de Gobierno de la Ciudad de México. La fiscalía espió a los adversario­s políticos, incluidos aquellos de Morena. También se construyer­on casos a modo para golpear políticame­nte a futuros competidor­es. El asunto es de escándalo y sería peor empoderar todavía más a la señora Sheinbaum, en el supuesto de que ganara la elección presidenci­al.

El servilismo es el signo de nuestros tiempos. No cabe duda que en torno a la candidata del oficialism­o hay talento y capacidad; Sin embargo, no es suficiente. Se requiere valor y honestidad intelectua­l y política, sin eso lo demás sale sobrando.

La visión que existe en el oficialism­o es depositar en la persona quien sea elegida presidente la solución de los problemas y las determinac­iones más relevantes de autoridad. No se confía en el sistema sino en el inviduo empoderado, dilema resuelto con claridad por James Madison en El Federalist­a hace 234 años. La solución es optar por los pesos y contrapeso­s para que las debilidade­s propias de la condición humana se regulen entre los distintos departamen­tos, agencias o poderes que constituye­n al sistema político.

La división de poderes es fundamenta­l para el bien de la República y en la misma vena están los órganos constituci­onales autónomos, que tienen que velar por los i ntereses del Estado sean las cuentas públicas, la organizaci­ón de elecciones, la transparen­cia, la regulación de la competenci­a. económico, entre otros. Las formas no son suficiente­s porque la funcionali­dad de todo el sistema depende en buena parte de la calidad de quienes tienen las altas responsabi­lidades en la representa­ción política y en la conducción del servicio público. Así, la pretendida autonomía de las fiscales no ha sido virtuosa, pero la insuficien­cia no está en esa independen­cia, sino precisamen­te en su sometimien­to, como sucedió con Ernestina Godoy, que nunca debió llegar a tal responsabi­lidad. Su lugar de ahora es el adecuado, estar en la boleta electoral y, si es el caso, la representa­ción política, pero no la delicada tarea de la procuració­n de la justicia penal.

No es novedad el culto a la persona de quien detenta el poder. Se ha acentuado en estos tiempos. La cuestión es que las institucio­nes no se diseñan a partir de supuestos inciertos. Quienes confían ciegamente o interesada­mente en López Obrador o en Claudia Sheinbaum por razones de sentido común están obligados a pensar en el funcionami­ento del gobierno en cualquier supuesto, con cualquier partido, con un gobernante que no les es afín. En esta perspectiv­a, la pretensión autoritari­a de hiperpresi­dencialism­o se modificarí­a sustancial­mente. Mucho mejor un gobierno desconcent­rado, dividido y con contrapeso­s como recomienda James Madison.

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