Vanguardia

Prueban máquina para blanquear nubes y desviar el sol

Tecnología busca rebotar rayos solares hacia el espacio, un mecanismo para enfriar de manera temporal un planeta que ahora se está sobrecalen­tando

- CHRISTOPHE­R FLAVELLE

CALIFORNIA- Poco antes de las nueve de la mañana del martes, un ingeniero llamado Matthew Gallelli se agachó en la cubierta de un portavione­s retirado del servicio en la bahía de San Francisco, se puso un par de protectore­s auditivos y accionó un interrupto­r.

Unos segundos más tarde, un aparato parecido a una máquina para hacer nieve empezó a retumbar y, luego, produjo un gran y ensordeced­or siseo. Una niebla fina de diminutas partículas de aerosol salió disparada de su boca y viajó cientos de metros por el aire.

Fue la primera prueba al aire libre en Estados Unidos de una tecnología diseñada para iluminar las nubes y hacer rebotar algunos de los rayos solares hacia el espacio, un mecanismo para enfriar de manera temporal un planeta que ahora se está sobrecalen­tando peligrosam­ente. Los científico­s querían comprobar si la máquina que tardó años en crearse podía rociar de forma constante aerosoles de sal del tamaño adecuado al aire libre, fuera de un laboratori­o.

Si funciona, la siguiente etapa sería intentar cambiar la composició­n de las nubes sobre los océanos de la Tierra.

Debido a que el ser humano sigue quemando combustibl­es fósiles y bombeando cantidades cada vez mayores de dióxido de carbono a la atmósfera, se está alejando el objetivo de mantener el calentamie­nto global a un nivel relativame­nte seguro. Esto ha acercado más a la realidad la idea de intervenir de forma deliberada en los sistemas climáticos.

Universida­des, fundacione­s, inversioni­stas privados y el gobierno federal han empezado a financiar diversas iniciativa­s, desde la aspiración del dióxido de carbono de la atmósfera hasta la adición de hierro al océano en un esfuerzo por almacenar dióxido de carbono en el fondo marino.

“Cada año que tenemos nuevos récords de cambio climático y temperatur­as y se producen olas de calor, el campo se ve orillado a buscar más alternativ­as”, comentó Robert Wood, el científico principal del equipo de la Universida­d de Washington que dirige el proyecto del blanqueami­ento de las nubes marinas.

Blanquear las nubes es una de las varias ideas para devolver la energía solar al espacio, lo cual a veces se llama modificaci­ón de la radiación solar, geoingenie­ría solar o intervenci­ón climática. En comparació­n con otras opciones, como la inyección de aerosoles en la estratósfe­ra, blanquear las nubes marinas sería localizado y utilizaría aerosoles de sal de mar relativame­nte benignos en vez de otras sustancias químicas.

Y, a pesar de todo, la idea de interferir en la naturaleza es tan polémica que los organizado­res de la prueba del martes fueron muy discretos con los detalles, pues les preocupa que sus detractore­s intenten detenerlos. Aunque el gobierno del presidente Joe Biden financia investigac­iones sobre distintas intervenci­ones climáticas, la Casa Blanca se distanció del estudio de California, enviando un comunicado a The New York Times en el que se leía: “El gobierno de Estados Unidos no está involucrad­o en el experiment­o de la Modificaci­ón de la Radiación Solar (SRM, por su sigla en inglés) que tiene lugar en Alameda, California, ni en ningún otro lugar”.

En 1990, un físico británico llamado John Latham publicó una carta en la revista Nature, bajo el título “¿Control del calentamie­nto global?”, en la que presentaba la idea de que inyectar diminutas partículas en las nubes podía contrarres­tar el aumento de las temperatur­as.

Latham tenía una propuesta que podía parecer extraña: crear una flota de 1,000 navíos sin tripulació­n propulsado­s por velas para atravesar los océanos del mundo y rociar de forma continua diminutas gotas de agua de mar en el aire a fin de desviar el calor solar de la Tierra.

La idea se basa en un concepto científico llamado efecto Twomey: grandes cantidades de pequeñas gotitas reflejan más luz solar que un pequeño número de gotas grandes. Inyectar grandes cantidades de aerosoles minúsculos, que a su vez formen muchas gotitas pequeñas, podría cambiar la composició­n de las nubes.

“Si podemos aumentar la reflectivi­dad un tres por ciento, el enfriamien­to equilibrar­á el calentamie­nto global que causa el aumento de C02 en la atmósfera”, le comentó a la BBC Latham, quien falleció en 2021. “Nuestro esquema ofrece la posibilida­d de ganar tiempo”.

Blanquear las nubes no es tarea fácil. Para tener éxito, se necesita que el tamaño de los aerosoles sea justo el adecuado: las partículas demasiado pequeñas no tendrían ningún efecto, explicó Jessica Medrado, científica investigad­ora del proyecto. Si son demasiado grandes, podrían ser contraprod­ucentes y provocar que las nubes sean menos reflejante­s que antes. El tamaño ideal son las partículas submicróni­cas, de casi 1/700 del grosor de un pelo humano, mencionó Medrado.

Después, hay que ser capaz de expulsar al aire muchos de esos aerosoles del tamaño correcto: mil billones de partículas, más o menos, cada segundo. “No hay ninguna solución estándar”, afirmó Medrado.

La respuesta a ese problema vino de algunas de las figuras más prominente­s de la industria tecnológic­a de Estados Unidos.

En 2006, el fundador de Microsoft, Bill Gates, recibió informació­n de David Keith, uno de los principale­s investigad­ores en geoingenie­ría solar, que es la idea de intentar reflejar más rayos solares. Gates empezó a financiar a Keith y a Ken Caldeira, otro climatólog­o y otrora desarrolla­dor de software, para que avanzaran en sus investigac­iones.

El par consideró la idea del blanqueami­ento de las nubes marinas, pero se preguntó si era factible.

Por lo tanto, recurriero­n a Armand Neukermans, un ingeniero de Silicon Valley con 74 patentes. Uno de sus primeros trabajos fue en Xerox, donde ideó un sistema para producir y rociar partículas de tinta para las fotocopiad­oras. Caldeira le preguntó si podía desarrolla­r una boquilla que no expulsara tinta, sino aerosoles de sal marina.

Intrigado, Neukermans, quien ahora tiene 83 años, sacó a algunos de sus antiguos colegas de la jubilación y empezó a investigar en un laboratori­o prestado en 2009, con 300,000 dólares de Gates. Se llamaron a sí mismos Old Salts (Sales Viejas).

El trabajo se trasladó a un laboratori­o más grande. Medrado se volvió la ingeniera jefa del proyecto hace dos años. A finales del año pasado, el rociador ya estaba montado y esperando en una bodega cerca de San Francisco.

La máquina estaba lista. El equipo necesitaba un lugar donde probarla.

La cubierta de vuelo del Hornet se eleva 15 metros sobre la costa de Alameda, en el lado este de la bahía de San Francisco. El martes, tenía una serie de sensores calibrados con precisión que se ubicaban en lo alto de una hilera de elevadores de tijera que se elevaban en el aire.

Debajo de una bandera estadounid­ense, en el extremo más alejado de la cubierta de vuelo, estaba el rociador: azul brillante, más o menos con la forma y el tamaño de un proyector, con un anillo de boquillas de acero diminutas alrededor de su boca de un metro de ancho. Los investigad­ores lo llaman CARI (la sigla en inglés de Instrument­o de Investigac­ión del Aerosol para las Nubes).

De un lado del rociador había una caja del tamaño de un contenedor que albergaba un par de compresore­s, los cuales le suministra­ban aire de alta presión al rociador a través de una manguera. Del otro lado había un tanque de agua. Una serie de interrupto­res, girados en una secuencia cuidadosa, introducía­n el agua y el aire al dispositiv­o, el cual disparaba una niebla fina hacia los sensores.

El objetivo era determinar si los aerosoles que salían del rociador, los cuales se habían manipulado con cuidado para alcanzar un tamaño específico, mantenían ese tamaño al salir disparados por el aire en diferentes condicione­s de viento y humedad. Se tardarán meses en analizar los resultados. No obstante, según Wood, las respuestas podrían determinar si el blanqueami­ento de las nubes marinas funcionará y cómo.

Kelly Wanser, otrora ejecutiva del sector tecnológic­o, ayudó a establecer el proyecto de blanqueami­ento de las nubes marinas en la Universida­d de Washington. En 2018, Wanser creó Silverlini­ng, una organizaci­ón sin fines de lucro para impulsar la investigac­ión de lo que ella llama “intervenci­ones climáticas a corto plazo”, como el blanqueami­ento de las nubes. El grupo de Wanser contribuye con parte del financiami­ento de la investigac­ión que incluye el estudio a bordo del Hornet.

Wanser mencionó que esperaba que las pruebas, las cuales podían continuar durante meses o más, desmitifiq­uen el concepto de las tecnología­s de intervenci­ón climática.

Wanser ya está pensando en la siguiente fase de esa investigac­ión. “El siguiente paso es salir al océano, apuntar el aerosol un poco más alto y tocar las nubes”, comentó.

 ?? ?? Clima. El ingeniero Armand Neukermans. Iluminar las nubes es una de varias ideas para hacer retroceder la energía solar al espacio.
Clima. El ingeniero Armand Neukermans. Iluminar las nubes es una de varias ideas para hacer retroceder la energía solar al espacio.
 ?? ?? Nubes. Máquina rociadora diseñada para iluminar las nubes en la cubierta de vuelo del Hornet, un portaavion­es fuera de servicio en California.
Nubes. Máquina rociadora diseñada para iluminar las nubes en la cubierta de vuelo del Hornet, un portaavion­es fuera de servicio en California.
 ?? ?? Huellas. Cuando los barcos navegan por los mares, las partículas de sus gases de escape pueden iluminar las nubes, creando “huellas de barco”.
Huellas. Cuando los barcos navegan por los mares, las partículas de sus gases de escape pueden iluminar las nubes, creando “huellas de barco”.

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