Vanguardia

Hablemos de Dios 169

- JESÚS R. CEDILLO

Agradezco que usted me lea y haga suyas estas letras, esta ya larga saga y exploració­n sobre Dios y lo divino. Y también, sobre lo contrario: el otro lado de la moneda, sí, el mal, el diablo, Satanás; eso llamado maldad. Lo cual no pocas veces es lo que domina la escena de la vida completa. De nueva cuenta: agradezco que usted me lea y que haga suyas estas letras e ideas. Y también el lado oscuro: cuando mis ideas y tesis no le gustan y polemiza usted conmigo por mis letras abonadas.

Hartos comentario­s me han llegado con motivo de las últimas entregas de esta saga. La numerada “167” donde hablé sobre el matrimonio entre vida y abonado con lo esencial para vivir: la gastronomí­a y la bebida, los placeres de la vida. Mi teoría fue bien recibida y comentada. Luego, la columna de la semana pasada, “Hablemos de Dios 168”, donde apenas inicié la exploració­n de algo histórico, ¿por qué el diablo siempre escucha y pacta con uno. Y lo que usted siente: por más llanto y crujir de dientes cuando imploramos a Dios algún favor, ¿por qué tarda tanto en contestar o no contesta?

Muchos, hartos comentario­s me han llegado de ambos textos. Voy a abonar letras a los dos temas y espero tener el suficiente talento para tejerlos juntos. Aquí me planto y aquí voy. Le doy las coordenada­s de nuevo: la Biblia de los hermanos cristianos, la Biblia de los católicos y el “Corán” de los hermanos musulmanes, siempre violentos y siempre en el ojo del huracán (vea usted lo de la matanza en Rusia), en su base, en su columna vertebral… es lo mismo. Los hermanos judíos tienen en la Torah su piedra de toque, la única. Pues sí, es la misma de nosotros y de los hermanos cristianos. También, la de los hermanos musulmanes. En el “Corán”, Sura 4, 40-42, en un verso se lee: “El que tiene por compañero al Demonio, qué detestable compañero tiene”. En otros versos se lee: “Adorad a Dios y no le asocies nada en esta adoración. Amad a vuestro padre y a vuestra madre… Dios no ama a los que son avaros…”. En fin, le digo que es lo mismo. ¿Existe el diablo, existen los ángeles? Pues siendo el mismo libro, aunque reescrito por cada bando en pugna; pues sí, por ejemplo en el “Corán” hay tres tipos de seres intermedia­rios, digamos, son los ángeles, los “dijnns” creados por fuego y luego los demonios o “Iblis”, es decir, Satán.

¿Por qué y para qué ser eternos, por qué buscamos una y otra vez eso imposible: la inmortalid­ad? ¿Qué es la vida, qué es la muerte? Los vivos no pocas veces quieren estar muertos (las legiones de suicidas en todo el país, y más en esta región norteña lo demuestran) ¿Y los muertos? Pues no sabemos. Sólo están muertos y no saben, no piensa, no sienten, nada. En lo absoluto. Eso de vida eterna es un galimatías. ¿Para qué vivir eternament­e? Si Dios existe, debe de aburrirse sobremaner­a. ¿Y la muerte? No lo sé. Nunca he estado muerto. Y si acaso he estado muerto, no lo recuerdo. Es aquella farsa de la resurrecci­ón o de reencarnar en otras vidas terrenas. Si usted cree en Dios y en la Biblia, eso es imposible. Siempre serán los poetas los que nos van a clarificar el terreno minado a pisar. Es uno mexicano, injustamen­te olvidado hoy, Manuel Gutiérrez Nájera, quien apoyado en las odas de Horacio, escribe los siguientes versos:

“¡No moriré del todo, amiga mía! De mi ondulante espíritu disperso, algo en la urna diáfana del verso, piadosa guardará la poesía”.

ESQUINA-BAJAN

Vemos en este poderoso cuarteto del poeta, una variante sobre la inmortalid­ad: no apela a la eternidad divina, sino a algo más y a la mano para él, pero harto complicado por todos y para todos: apela a ser eterno en la “urna diáfana del verso”, la eternidad en las letras. Sí, él lo logró. Pero la humanidad, la mayor parte de ella, no quiere ni le interesa estar “viva” en las letras, sino en la vida terrena. Y hoy, en la vida virtual.

Por eso, por ello de lo comentado en la columna anterior, vender el alma al diablo por bienes materiales. Pero ojo, no por la vida eterna, porque ha decir de Robert Louis Stevenson en su cuento de “El diablo en la botella”, eso el diablo no lo puede conceder. En un fragmento de su textos, dos personajes de la narración, al tratar de vender uno la botella (para no perder su alma, la botella debe de ser vendida siempre en menor precio a lo pagado) y el otro, entre escéptico y atraído por la oferta, le advierte: “Hay una cosa que el diablo de la botella no puede hacer… y es prolongar la vida…”.

¿Leyó el texto de Stevenson en su momento el maestro Arreola? Pago sin ver: sin duda. El maestro Juan José Arreola tiene su propio cuento al respecto, se llama “Un pacto con el diablo”. En éste, el mismo diablo se le aparece al protagonis­ta cuando va al cine a ver una película la cual trata de un pacto con el diablo con el protagonis­ta llamado Daniel Brown… lo anterior es un genial palimpsest­o literario. Hay muchos vasos comunicant­es entre el texto de Stevenson y Arreola. Uno a vuela pluma, en ambos los protagonis­tas le confiesan a sus parejas -mujeres, al parecer, el diablo jamás hace pacto con mujeres. ¡No he encontrado un solo texto de ello!- del trato macabro y se echan a llorar.

LETRAS MINÚSCULAS

Va para largo la exploració­n, pero ¿por qué no entregarse sólo a vivir y olvidarse de la enfadosa muerte, como lo ha sugerido el chef Juan Ramón Cárdenas?

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