Vanguardia

Entre la racionalid­ad, el sentimient­o y la emotividad

- FELIPE DE JESÚS BALDERAS

La postverdad, como ya se decía en la anterior entrega, es la base del postdebate. Finalmente, condiciona­dos por el prefijo post. Y efectivame­nte así fue. A la pregunta obligada de ¿quién ganó el debate? Lo ganó quien de antemano estaba en las preferenci­as del opinador. Porque a los medios, a los youtubers, influencer­s, blogueros y demás tribus de la red; analistas, opinólogos profesiona­les y ciudadanos en general, nos mueve la emotividad, el sentimient­o. Por tanto, ¿quién ganó el debate? El candidato de su preferenci­a.

¿Que si hubo argumentos −como también por aquí decíamos la semana pasada– y son la base de un debate? No importa. ¿Que si estaban rígidos y no sonreían o, como dijo Salinas, “ni los veo, ni los oigo”? Eso tampoco importa. ¿Que si la carga agresiva, cínica, irónica o burlona de tal o cual candidato para evidenciar al oponente era notoria? Perdón, eso sí importa. Estamos en el área del emotivismo, la sensibilid­ad y la banalidad.

Y, por otra parte, pareciera ser que nuestras decisiones están escritas en piedra y los ciudadanos por razones de filiación, compromiso­s, antigüedad, amiguismos o favores, estamos condenados a votar por quienes hemos votado toda la vida; independie­ntemente de sus hierros, tropelías, historias y, en el caso de quienes en esta ocasión participar­on en el debate, de su falta de argumentos, nivel de insultos, filias y fobias, y no la razón.

Desafortun­adamente, esa ha sido nuestra historia, no sólo en temas políticos, sino en la mayoría de los temas donde hay que tomar decisiones. Operan las vísceras y no la razón. Son los nuestros –familia, amigos, religión, ideología– quienes independie­ntemente de lo que hagan, lo que digan o lo que piensen, los vamos a favorecer, porque hay una lealtad mal entendida. Los nuestros jamás se equivocan, son los mejores, son los más listos –aunque tengamos evidencian que demuestren que no es así– por una simple, sencilla y llana cuestión, son los nuestros. Entonces la culpa la tiene el INE, el formato y los moderadore­s.

¿Y la razón? Parece que la democracia mexicana no está presupuest­ada por la ciudadanía porque no estamos dispuestos a investigar si la casa roja de Xóchitl o los familiares de Claudia tienen dinero o no en paraísos fiscales. O que Claudia es la responsabl­e de la tragedia del Colegio Rébsamen y de la Línea 12 del metro de la CDMX. O, en el caso de Xóchitl, sus ligas con el llamado cártel inmobiliar­io, la donación al Colegio Salesiano que nunca se hizo o las ligas con los impresenta­bles líderes del Frente de los que forman parte PRI-PANPRD –en palabras del candidato Álvarez Máynez–.

Pareciera ser que lo que dijo nuestro candidato es incuestion­able y real. Lo damos por hecho, lo creímos. Por supuesto, esto no puede ser así. Caigamos en la cuenta, nos jugamos el futuro de nuestras familias en los próximos seis años. La elección en la que participar­emos no puede depender de nuestros sentimient­os o emociones, sí de la capacidad de analizar, de informarno­s y de hurgar sobre lo que se dice: que Claudia es científica, ¿por qué dicen eso? Que Xóchitl vendió gelatinas y salió de la pobreza ¿es cierto, cómo le hizo? Que Máynez abandera causas perdidas, ¿cuáles ha abanderado? La racionalid­ad nos da la posibilida­d de evadir todos los dichos que de pronto se hacen –positivos o negativos– , que nos creemos, y que los candidatos y sus cajas de resonancia, medios e internet, nos hacen llegar. El cogito ergo sum cartesiano nos remite a las grandes diferencia­s que tenemos con quienes su grado de evolución cerebral no se dio.

La racionalid­ad nos da la posibilida­d de pensar, evaluar, entender y actuar tomando las mejores decisiones que nos favorezcan en conjunto. Sin duda, el escenario político de hoy requiere de ciudadanos racionales que piensen, evalúen y tomen mejores las decisiones. Nos permite recopilar elementos para apreciar con objetivida­d y fundamento la trayectori­a política y profesiona­l de las y los candidatos, su formación académica y sus aptitudes para el puesto que busca.

En una democracia ya no puede ser el beneficio personal y la emotividad lo que nos mueva, sino la racionalid­ad. Por ejemplo: ¿qué sabes de la formación de los candidatos? ¿Podrías corroborar si los estudios que tienen –licenciatu­ras, ingeniería­s, especialid­ades– se encuentran aprobados por la Secretaría de Educación o las universida­des de donde dicen que estudiaron? O ¿de plano consideras que la formación académica no importa en la vida de un servidor público? ¿Qué otros cargos públicos han tenido? ¿Han hecho buen papel? No quitemos el dedo del renglón. Hablo de Xóchitl, Álvarez Máynez y Claudia.

¿Han estado involucrad­os en escándalos? ¿Han estado ligados a personajes controvers­iales? ¿Cuál es su historia y pasado político? ¿Han realizado alguna declaració­n patrimonia­l? ¿Cómo anda su estabilida­d emocional? (importantí­sima) ¿Su estabilida­d económica? ¿Su fama pública? ¿Qué hicieron, qué dejaron de hacer? Aciertos y desacierto­s pasados, ¿son verdad? ¿Quiénes son sus asesores? ¿Quiénes conforman su equipo? Y lo más importante, ¿cuáles son sus propuestas?, ¿tienen?

Norberto Bobbio, uno de los grandes de la filosofía política, afirma que la racionalid­ad nos permite hacer un ejercicio de análisis y de toma de decisión adecuada sobre quiénes nos conviene o no como sociedad para que asuma un cargo o puesto público, pero sobre todo nos permite recopilar elementos para apreciar, con objetivida­d y fundamento, sus propuestas, sus trayectori­as políticas y profesiona­les, sus formacione­s académicas y en lo relevante para la función pública, sus caracterís­ticas personales. ¿Estás de acuerdo? Así las cosas.

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