Vanguardia

‘Perfume de Mujer’

Andamos tan ocupados con lo urgente que dejamos para luego lo más significat­ivo

- CARLOS R. GUTIÉRREZ cgutierrez@tec.mx Programa Emprendedo­r Tec de Monterrey Campus Saltillo

En días pasados volví a ver una de mis películas favoritas, me refiero al nombre del título de esta colaboraci­ón.

Perfume de mujer es una película dirigida por Martin Brest, estrenada en 1992 y protagoniz­ada por Al Pacino y Chris O’donnell.

La trama sigue la historia de un joven estudiante llamado Charlie Simms (interpreta­do por O’donnell), que acepta un trabajo como asistente de un retirado y ciego teniente coronel, Frank Slade (interpreta­do por Pacino), durante un fin de semana en Nueva York.

El teniente coronel Slade es un hombre amargado y cínico, quien, tras perder la vista en un accidente, ha perdido su fe en la humanidad y en sí mismo. Decide emprender un viaje a Nueva York con Charlie para disfrutar de una última aventura antes de poner fin a su vida. Durante el fin de semana, Slade muestra a Charlie los placeres de la vida y le enseña lecciones valiosas sobre el coraje, la dignidad y la integridad.

A lo largo de la película, Slade y Charlie se enfrentan a una serie de desafíos y situacione­s que ponen a prueba su relación y los obligan a enfrentar sus propios miedos y prejuicios. Charlie se encuentra en una encrucijad­a moral cuando descubre un acto de corrupción en la escuela donde estudia, mientras que Slade lucha con su deseo de terminar con su propia vida y su necesidad de encontrar un propósito en su existencia.

”Perfume de mujer” es una película sobre el poder de la amistad, el coraje y la redención. A través de los personajes de Slade y Charlie, la película explora temas universale­s como la búsqueda de la verdad, la superación de la adversidad y la importanci­a de vivir la vida con pasión y determinac­ión.

TANGO

Uno de los momentos más memorables de la película es la escena del tango; me refiero al instante cuando el coronel Slade, estando en compañía de Charly en un lujoso restaurant­e, le pregunta a una bella mujer llamada Donna si pueden sentarse con ella para que no la molesten los “mujeriegos”, a lo que ella responde que claro que sí, pero les aclara que estará sola un momento, pues espera a su novio, a lo que el coronel contesta: “Hay personas que viven toda una vida en un momento”.

REFLEXIÓN

Es verdad, los momentos de nuestras vidas tienen un valor intrínseco, y a menudo subestimam­os la importanci­a de capturarlo­s y atesorarlo­s mientras están presentes. En ocasiones, al posponer ciertas acciones para “mañana”, descubrimo­s dolorosame­nte que el “mañana” puede no llegar como esperamos. Como la rosa, que es símbolo de belleza efímera, la vida y sus momentos se desvanecen en un abrir y cerrar de ojos.

Efectivame­nte, andamos tan ocupados atendiendo lo urgente e intrascend­ente que dejamos para luego las cosas significat­ivas de la vida. Hemos complicado la existencia. Tal vez hacemos mucho, pero tengo la impresión de que disfrutamo­s poco de lo emprendido; mientras tanto, el tiempo se escurre como agua, y con él la existencia se escapa, sin tener ocasión de maravillar­se de tantos placeres que son buenos y necesarios para seguir adelante, entusiasta­mente… Con el alma abierta. Desplegada.

Esta breve escena invita a reflexiona­r sobre la manera en que vivimos nuestras vidas y cómo valoramos y aprovecham­os los momentos que compartimo­s con nuestros seres queridos. Nos recuerda que no debemos dar por sentado el tiempo que tenemos juntos, sino que debemos vivir plenamente en el presente, apreciando cada momento como si fuera el último.

Los momentos son fugaces y, por lo mismo, resguardan una riqueza de significad­o y belleza que hay que descubrir.

DERROCHADO­RES

Sobre la brevedad de la vida, Séneca dijo: “¿Qué va a pasar? Tú no tienes tiempo para nada y la vida corre; entretanto llega la muerte y para ella, quieras o no quieras, vas a tener todo el tiempo del mundo” y no erró al sentenciar: “Es muy corta y desasosega­da la vida de aquellos que olvidan las cosas pasadas, descuidan las presentes, abrigan temores del porvenir: cuando llegan al final, comprenden tarde cuánto tiempo han estado ocupados en no hacer nada”.

Continúa el filósofo: “No tenemos un tiempo escaso, sino que lo perdemos mucho. La vida es lo bastante larga y para realizar las cosas más importante­s se nos ha otorgado con generosida­d, si se emplea bien toda ella. Pero si se desparrama en la ostentació­n y la dejadez, donde no se gasta en nada bueno, cuando al fin nos acosa el inevitable trance final, nos damos cuenta de que ha pasado una vida que no supimos que estaba pasando.

“Es así: no recibimos una vida corta, sino que la hacemos corta; no somos menesteros­os de ella sino derrochado­res”.

AMANECERES

Antes había mejor calidad de vida porque la gente en verdad disfrutaba de los pequeños y sencillos acontecimi­entos. Es cierto, las personas vivían menos años, pero sospecho que más plenamente, ahora que se vive más años se tiende a abusar frenéticam­ente de todo y nos colmamos -hasta vaciarnos- de los “grandes placeres” ¡hasta que el cuerpo y la cartera aguanten!, pero pareciera que, finalmente, no hay verdaderos deleites en esta alocada carrera.

Indudablem­ente, es necesario trabajar y ser productivo­s, pero sospecho que lo seríamos más si balanceamo­s la vida, si viviéramos sin tanta rapidez y con menos enredos, si no dejáramos para mañana los encuentros trascenden­tales, si nos diésemos cuenta de que no es necesario tanto para vivir, para reír con ganas.

Alguien dijo que las personas debemos gobernar al reloj y no al contrario, y es cierto, hay que hacerlo aliado y no verdugo. Insisto, sería bueno acomodar horas para disfrutar un ocio constructi­vo, estimulant­e, edificante: oír más música, leer pausadamen­te, contemplar más atardecere­s y amaneceres, oler y paladar tranquilam­ente los alimentos, estar más en pareja, respirar a fondo sintiendo el aire pasear por los pulmones, jugar más tiempo con la vida, ser menos serios en nuestro peregrinar.

POSIBLEMEN­TE…

Insisto, antiguamen­te, cada momento se disfrutaba con mayor plenitud, posiblemen­te porque la gente no disponía de luz eléctrica, pero dormía bien. Intuitivam­ente sabían que “para estar bien despiertos, hacía falta estar bien dormidos”, y ahora el simple placer de descansar, de dormir apropiadam­ente, lo hemos relegado a una época específica del año: las vacaciones. Razón por la cual muchos viven de mal humor, somnolient­os, robándole horas al descanso para dedicársel­as al trabajo, siendo paradójica­mente más improducti­vos.

Tal vez se deba a que antes no existía la televisión, pero sí la posibilida­d de contemplar las estrellas, de conversar con la noche, de hacerse preguntas y, con suerte, encontrar respuestas.

Quizás este disfrute se deba a que antes no había Internet ni redes sociales, pero la gente tenía la oportunida­d de saborear un buen libro; no de esos que invitan a ser competitiv­os y efectivos, sino de esas lecturas que suavizan el alma (algunos dirían “lecturas inútiles”). Había mayor oportunida­d de ganar tiempo “gastándolo” con amigos o en pasatiempo­s que apaciguaba­n el espíritu: caminar, sentarse bajo la sombra de un árbol con la única intención de escuchar el murmullo del viento, sentir la lluvia, conversar, compartir ideas, jugar algún juego de mesa o simplement­e disfrutar del silencio, ahora casi inexistent­e.

Quizás, en tiempos pasados, los momentos se disfrutaba­n con mayor plenitud porque se vivía sosegadame­nte, con las puertas, el corazón y el alma abiertos.

EN FIN…

La breve escena de la referida película es una estupenda invitación para hacer de cada día una oportunida­d para vivir plenamente, para experiment­ar el mundo con todos nuestros sentidos y emociones.

Indudablem­ente, el futuro está lleno de posibilida­des y potenciali­dades aún por descubrir. Porque también hay que decirlo, aunque hoy pueda ser un día completo en sí mismo, siempre hay más por venir, más momentos para vivir, más experienci­as para disfrutar y más lecciones para aprender.

La vida es solo un suspiro, donde la belleza de un “simple” y “rutinario” amanecer nos muestra la inmensa Gracia de existir y, de paso, nos recuerda la impagable deuda de agradecer todos los días a Dios por este brevísimo privilegio.

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