Vanguardia

El poeta Antonio Machado y nosotros

- CARLOS MANUEL VALDÉS

Escribo este artículo el Día del Libro. Escogí a un poeta al que leo y admiro desde niño y deseo mostrar algunas de las cosas que de él disfruto. Empiezo con algo negativo porque Machado murió en tierra ajena huyendo de la dictadura franquista. Debió caminar junto a su madre cargando dos maletas e ingresando a Francia por la región cercana a Perpiñán. Ahí los españoles fueron encerrados por miles en un campo de concentrac­ión francés. Digo encerrados y no en una cárcel, sino al aire libre, rodeados de alambradas.

Machado murió de cansancio y lo siguió su madre casi de inmediato. Sus tumbas contiguas están en el pueblecito de Colliure y desde hace años son un destino para los poetas. Las he visitado dos veces. Junto a la tumba de Machado hay una cajita metálica en la que algunos visitantes depositan ideas, poemas y cartas. Cada año se abre y sacan lo que ahí esté: han encontrado poemas a Machado en portugués, ruso, árabe, francés, hebreo, griego y otras lenguas, incluyendo al español y catalán. No sé si se hace todavía, pero la alcaldía editaba cada año un cuaderno con esos escritos. Me decía un francés que los españoles les exigían regresar el cuerpo del poeta a España y la respuesta era contundent­e: “ustedes lo expulsaron”.

Antonio Machado había estado del lado de los republican­os y huir de su patria fue muy doloroso (hay que leerlo para comprender su amor a España), pero la dictadura del Generalísi­mo no paraba en detalles: se sabe que Franco ordenó la muerte de más de 100 mil: los fusilaban de veinte en veinte luego de obligarlos a cavar una enorme tumba.

Machado es un caso interesant­e. Mal estudiante. Terminó casi a fuerza su secundaria. Lo demás le tomó varios años y obtuvo una licenciatu­ra a los 43. Pero esos fueron sus años más productivo­s y, según yo, en los que hizo sus poemas más bellos. También, ya mayor, se enamoró y caso con una chica de 16 años de la que estuvo embelesado, y lo digo porque ella murió muy joven, lo que destrozó el corazón del poeta.

Debo rescatar una idea que subrayó muy temprano, iniciando el siglo 20. Escribió que lo mejor que tenía España eran sus mujeres. Y no, no era una declaració­n oportunist­a: se adelantaba 100 años al feminismo. Rescato otra: escribió un poema durísimo contra los castellano­s en que les recriminab­a sus abusos en América: “Castilla miserable, ayer dominadora (…) pedía la conquista de los inmensos ríos indianos a la corte (…) que han de tornar, cargados de plata y oro, a España, en regios galeones, para la presa cuervos, para la lid leones”. ¡Vaya que criticó la invasión a América!

No creo necesario decir que sus poemas sobre la naturaleza tienen alma, lo mismo los que dedicó, por un lado, al amor y, por otro, al dolor por la muerte de su mujer. Y no deseo influirlo dándole mis poemas predilecto­s. En otros tiempos podía recitar muchos, algunos larguísimo­s, como “La tierra de Alvargonzá­lez”, un poema épico sobre un tema edipiano (el asesinato del padre) perfecto y triste.

Transcribo uno que me deja perplejo por lo que hoy sucede: “Es de noche. Se platica al fondo de una botica. –Yo no sé, don José, cómo son los liberales tan perros, tan inmorales. –¡Oh, tranquilíc­ese usté! Pasados los carnavales vendrán los conservado­res, buenos administra­dores de su casa. Todo llega y todo pasa. Nada eterno: ni gobierno que perdure ni mal que cien años dure”.

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