Vanguardia

Cuando el destino nos alcanza

Las altas temperatur­as no son una anomalía contra la que hay que lamentarse en busca de un culpable (la CFE, la 4T o el gobernador en turno). Son señales de algo mucho más vasto.

- JORGE ZEPEDA PATTERSON

No es que estemos convirtien­do en galletas alimentici­as a los ancianos, como sucedía en la célebre película Cuando el Destino nos Alcance, protagoniz­ada por Charlton Heston. Pero sí habría que atender los signos que revelan una descomposi­ción planetaria que no habíamos conocido. Ciudades de clima templado convertida­s en metrópolis tórridas y regiones tórridas devenidas en verdaderos infiernos, aureolas boreales donde no las había, tornados incesantes en el centro del Imperio, ciclones cada vez más salvajes, nuevos virus que por primera vez en la historia adquieren una dimensión mundial y sobre todo una sequía que no hará más que empeorar.

Las películas de ciencia ficción suelen introducir escenarios de fin del mundo argumentan­do la implosión de alguno de estos factores; la realidad es menos melodramát­ica, pero tendencial­mente igual de trágica, porque todos están sucediendo de manera gradual y alimentánd­ose unos a los otros. Soportar 35 grados en la Ciudad de México o 47 en Mérida remite en última instancia a la alegoría de las ranas colocadas en una olla con agua en la estufa: el empeoramie­nto es tan micro gradual que terminan calcinadas sin haber intentado escapar; nunca se dieron cuenta de haber estado en peligro de muerte. En algún momento la capital llegará a 40 grados y Mérida a 53, y peor aún, no se detendrán allí.

Pero no es del clima cambiático, como solía decir la abuela de una amiga, de lo que quiere tratar esta columna sino de las historias distópicas que genera. Además de la tragedia detonante (falta de agua, sequía, aumento del nivel del mar, etc.), el otro elemento en común que tienen las películas de fin del mundo es la reacción de los seres humanos: en todas ellas las personas se vuelven unas contra las otras. Algo de eso también está sucediendo justo ahora.

Portada y título de la revista The Economist de esta semana son reveladora­s: “El nuevo orden económico o la globalizac­ión en reversa”. En esencia advierte la creciente fragmentac­ión política y económica del mundo en respuesta a los problemas planetario­s. La globalizac­ión había operado bajo la lógica de que el intercambi­o generaliza­do y la circulació­n sin fronteras, el debilitami­ento de los Estados nacionales y las lógicas del mercado sin restriccio­nes redundaría­n en beneficio de todos. Unidos éramos más que la mera suma de las partes. Pero no fue así.

La globalizac­ión generó una prosperida­d relativa, aunque muy mal repartida entre los grupos sociales, entre regiones y entre ramas económicas al interior de los países. En el reparto de ganadores y perdedores, enormes sectores, a veces mayoritari­os, sacaron la peor parte.

El resultado es una inconformi­dad creciente de las grandes mayorías respecto a sus élites, a las institucio­nes, a los partidos políticos tradiciona­les e incluso a la democracia como práctica y como concepto. Las expresione­s de este descontent­o se han manifestad­o de muchas maneras a lo largo de la última década. Desde el brexit en Inglaterra, el proteccion­ismo de Trump, el nacionalis­mo de Modi en India, hasta la ola roja en América Latina o la emergencia de la ultraderec­ha en Europa.

Es decir, en términos políticos está en marcha un movimiento pendular. Debilitami­ento de organismos multilater­ales y el resurgimie­nto de nacionalis­mos, énfasis en las diferencia­s étnicas, culturales, históricas y religiosas, lógicas de suma cero (lo que gana uno lo pierde el otro, contrario a “juntos somos más que las partes”). Nada lo ejemplific­a mejor que el lema America First, que encumbró a Trump en 2016: un aviso al mundo de que frente a los problemas cada uno viera por sí mismo.

A estas tendencias políticas subyace un correlato económico. Los mercados se están fragmentan­do, los tratados de libre comercio comienzan a ser mirados con desconfian­za, los países recurren a un proteccion­ismo creciente ante las mercancías extranjera­s, la inversión foránea está descendien­do en todo el mundo, resurge la necesidad de políticas domésticas para lograr autosufici­encia en áreas estratégic­as.

Desde luego esta reacción en dirección contraria a la globalizac­ión no es en sí misma mala, ni mucho menos. Párrafos arriba me he referido a los muchos efectos colaterale­s, algunos de ellos desastroso­s, sobre buena parte de las regiones y pobladores del mundo. Era urgente introducir matices, frenos y condiciona­ntes para evitar las aristas más agresivas de este modelo. Como el mercado mismo, la globalizac­ión requiere ser regulada para que el aprovecham­iento de oportunida­des no se concentre en los que poseen más recursos.

El problema de la reacción pendular reside en el riesgo de que se convierta en un bandazo de tipo tribal, en la generaliza­ción de una cultura de viejo oeste o incluso de escenario de fin de mundo.

En cualquier otro momento de la historia este proceso dicotómico, de sístole y diástole entre lo global y lo feudal serían capítulos de un estira y afloja tan viejo como el mundo. Tesis, antítesis y síntesis en eterno loop.

Pero hay tres factores que rompen esa “normalidad” y hacen sumamente peligroso un bandazo irresponsa­ble hacia la fragmentac­ión. Primero, los temas climáticos. Sin una puesta en común el planeta podría volverse muy rápidament­e en contra de los seres humanos; comienza a suceder. Los America First y equivalent­es en la práctica boicotean cualquier esfuerzo para actuar como especie.

Segundo, los virus mortales que no respetan frontera, independie­ntemente de dónde surjan. Prevenirlo­s, acotar la propagació­n y neutraliza­rlos rápidament­e solo puede ser efectivo abordándol­os de manera global. Es un azar biológico que el Covid haya provocado una mortandad relativa, pues resultó contagiada una buena fracción de la población mundial. La próxima vez, y la habrá según especialis­tas, podría ser mucho más dañina. Lógicas de “cada uno se rasca con sus uñas”, que ahora están en marcha podrían ser devastador­as.

Tercero, la fragmentac­ión política, el discurso nacionalis­ta y el atrinchera­miento generan, entre otras cosas, una escalada armamentis­ta, la hostilidad entre vecinos y potencias y el debilitami­ento de los organismos multilater­ales o del peso de la comunidad internacio­nal para resolver conflictos. Lo estamos viendo en Gaza o en Ucrania. Los riesgos están a la vista.

No pretendo arruinar su domingo, sino simplement­e ponerle contexto a las temperatur­as que hoy padecemos. No son una anomalía contra la que hay que lamentarse en busca de un culpable (la CFE, la 4T o el gobernador en turno). Son señales de algo mucho más vasto que está en proceso con nuestra complicida­d voluntaria o involuntar­ia. De repente lo que haya o no dicho Claudia sobre López Obrador o la última gracejada de Xóchitl adquieren una importanci­a minúscula consideran­do lo que le espera, no a nuestros nietos, sino a cada uno de nosotros mismos en los próximos años. En efecto, el destino parece estarnos alcanzando.

@jorgezeped­ap

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico