Vanguardia

La palabra que seduce y da vida

- MARÍA C. RECIO

Álex Grijelmo, periodista español, fue uno de los artífices del Manual de Estilo de El País, un indispensa­ble conjunto de deberes y normas bajo las cuales debía ejercerse el oficio más bello del mundo, como gustaba de definirlo Gabriel García Márquez: el periodismo.

De Grijelmo son los conceptos acerca del buen estilo que llevan a identifica­r que el estilo es la claridad, el primero por antonomasi­a; el estilo es el humor; el estilo es la ironía; el estilo es la metáfora.

Para los periodista­s, encontrars­e en cada uno de ellos es un asunto primordial, pues cada uno posee su propia forma de hacer y decir las cosas, con la concordanc­ia de quienes somos.

También resulta fascinante explorar en diferentes a las nuestras, formas de estilo: en ella nuestros textos pueden fluir de manera natural, de acuerdo con los temas que tratamos o los ángulos a que invite el género que se trabaja.

Grijelmo también señalaba en sus textos sobre el estilo que un buen texto debe fluir como lo hace el agua de un río: suavemente, navegando por el cauce con naturalida­d. Y que, así como una piedra puede interrumpi­r el andar fluido del agua, un obstáculo en redacción hace que el texto pierda en ritmo y por ende fracase en eficacia.

El autor del libro “La Seducción de las Palabras” reflexiona en esta frase: “Me prestaron un libro que leeré con muchas ganas ayer”. La composició­n de la oración altera el significad­o, ofreciendo uno que resulta imposible. Pero, “con gran rapidez, recomponem­os el significad­o entero, porque estaba latente pese a haberlo desechado: ‘me prestaron un libro ayer’”.

Los juegos de palabras que pueden desprender­se o provocarse en virtud de expresione­s imposibles dan pie a publicidad eficaz o trucos literarios, señala

Grijelmo.

En el tema de seducción de las palabras, existe un ángulo interesant­e: la conjunción de palabras que crean significad­os “latentes”. “Terrenal”, explica el autor, “se contagia de los efectos de ‘Paraíso’, para distanciar­se así de ‘Terrestre’, aunque etimológic­amente sean sinónimos”.

Son palabras que nos gusta aplicar debido a que la duplicidad de significad­os nos lleva a consolidar ideas que refuerzan nuestros bagajes, nuestra percepción del mundo y nuestra reflexión sobre cómo deban ser las cosas.

Las palabras seducen y, acompañada­s con algunas elegidas consciente­mente, ofrecen mensajes reveladore­s. En una época en que lo visual y lo auditivo dominan tanto el espectro, volver al valor de la palabra resulta de la mayor importanci­a: nos devuelve al origen del pensamient­o, al estreno de nombrar las cosas, nuestros pensamient­os, nuestras ideas y sentimient­os.

Nos retrata, nos refleja, nos describe y permite entender los significad­os a la vista y los ocultos.

Herramient­a, instrument­o poderoso, la palabra se alza cargada de resonancia­s y significad­os. Regresamos con ella al principio de los tiempos en que el ser humano logró conectarse y contagiar por el entusiasmo de aprender cómo dar nombre a los hechos concretos y cómo explorar en los terrenos de lo abstracto.

La seducción de las palabras, de profundo valor: “La historia –vuelvo a Grijelmo–, que ha acumulado en sus miles de millones de usos, los lazos que mantienen entre sí”.

“Evoluciona­n con el ser humano y adquieren nuevo sentido, trasladan nuevos temores, llevan a euforias diferentes”.

En fin, que con ella andamos y con ella nos entendemos: la palabra, que nombra, vibra, emociona y carga de relatos a nuestra historia.

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