Vanidades (México)

Ángeles Mastretta

- Por CYNTHIA LEPPÄNIEMI Fotografía ZONY MAYA

Escritora, esposa, madre, ama de casa... Ángeles Mastretta es una mexicana con muchos roles que, al parecer, compagina muy bien. En la sala de su casa conversamo­s sobre las mujeres en pleno 2020 y acerca de sus planes a corto plazo y, ¿por qué no?, de sus vanidades.

Mientras se arregla para la entrevista y sesión de fotos, la esperamos unos minutos en su sala admirando el buen gusto de la “señora de la casa”. No tarda mucho en bajar, y cuando llega, la habitación se llena de energía y de una vibra amena. Ángeles es una mujer que no puedes dejar de ver ni escuchar por su elocuencia y personalid­ad arrollador­a. Es parlanchin­a, como ella misma admite, y muy, pero muy ocurrente. Nos hace reír a todos con cada frase y nos sorprende por su ironía, y es que se ríe hasta de sí misma. Me saluda con un abrazo que me hace sentir todo, menos que soy una perfecta desconocid­a para ella. Y al sentarnos para comenzar la charla, me presta toda su atención, con esa mirada penetrante tan suya, un detalle que me hace sentir importante y profundame­nte agradecida.

“¡ Claro que conozco Vanidades, ¡es una marcota! Y ¿quién no ha pasado por Corín Tellado?”, expresa mientras hojea una de nuestras revistas. Después conversamo­s sobre su más reciente libro, Yo misma (Seix Barral, 2019), que publicó a propósito de su cumpleaños 70, donde reunió frases, citas y hasta tuits que ha escrito en diferentes contextos. Cuando le menciono que me sorprendió al leerlo, me contesta que a ella también. “Me dije: ‘No puede ser que voy a cumplir 70 y no tengo un libro, ¡son mis 70!, y es muy doloroso como para no acompañarm­e con un libro’”, señala con ironía. “Había pensado ponerle Yo misma a una autobiogra­fía y, como hay que usar lo que se tiene a la mano, como cuando guisas, utilicé el título como si se tratara de perejil”. Este proyecto “está hecho de pedazos míos, de mis libros, ocurrencia­s, fantasías y sueños, de memorias y anotacione­s deliberada­s”. Y al leerlo, encontré una antología que revela la mente y el corazón de la autora de Arráncame

la vida. “Te encuentro a ti”, le expreso. “¿Tú crees?, eso sería buenísimo”, contesta. “Ojalá que la gente que no me ha leído lo compre para saber quién soy”.

En la Edad de Oro

Sobre el hecho de cumplir 70 años, le pregunto cómo la hace sentir su edad. “Tuve una infancia bastante feliz. Eso te marca. Soy una optimista escarmenta­da. Lo que ha estado pasando en el país es como para llorar, pero me pongo la sonrisa y salgo a recibir a mis nietos y juego con ellos”, afirma. Le cuestiono si considera que estos tiempos que vivimos hacen todo más difícil para las mujeres. “No, creo que ahora es más fácil porque ya se atreven a hablar de todo eso que ya sucedía, sólo que no era visible. Mujeres de mi edad ya salen a decir: ‘A mí me puso las manos encima en los pechos, me los tocó’, y pienso que a lo mejor a mí también me pasó y ni siquiera me daba cuenta. No encuentro a quién podría culpar del #MeToo, a lo mejor era muy ingenua, pero creo que hoy las niñas que se sienten acosadas se atreven a decirlo sin culpa. Antes no se hacía porque podían quitarte hasta el trabajo”, contesta en relación con el acoso sexual y la violencia de género. “Hoy día las

“( Yo misma) está hecho de pedazos míos, de mis libros, ocurrencia­s, fantasías y sueños, de memorias y anotacione­s deliberada­s”.

mujeres están más acompañada­s de lo que estaba yo, aunque claro, hay otras dificultad­es”, asegura, aludiendo a su hija Catalina. “Cuando empecé mi vida laboral, 25% de las mujeres trabajaba y ahora 70% lo hace fuera de casa”. Mastretta rememora su juventud y reflexiona respecto a cómo ha cambiado el rol femenino o, mejor dicho, cómo las mujeres hemos modificado la manera en que nos vemos a nosotras mismas. “A los 20 años descubrí que era una solterona porque mis amigas de 19 ya se habían casado... Veía a mi alrededor y decía: ‘No me quiero casar con ninguno de estos posibles pretendien­tes’. Me sentía cercada e incapaz de expresarlo… empecé a inconforma­rme con mi cuerpo; de ser una niña flaca y ágil, me volví gordita, y de jugar y tirarme al suelo y subirme a los árboles, me convertí en una señorita y tuve que usar medias y tacones. Ahora me visto igual que mi hija, uso tenis y jeans… Hay un gran cambio hasta en los atuendos. Todo es más lúdico, incluso la relación con nuestro cuerpo”.

Un momento decisivo

Ángeles recuerda su llegada a la Ciudad de México, provenient­e de su natal Puebla, y cómo encontró su lugar en la urbe. Primero entró a la Ibero, pero no se sintió cómoda. “Me faltaba estilo, ¡no leía Vanidades lo suficiente!”, bromea. Pero, “ya en serio”, dice, “veía que las niñas en la Ibero iban arregladís­imas, la mayoría buscaba marido y eso no sucede ahora”. Se cambió a la UNAM a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, un sitio que le pareció majestuoso, donde empezó a sentirse en paz consigo misma. “Allí aprendí que sin importar cómo me llamara, la gente no me iba a mirar y evocar la divinura de mi mamá y decir: ‘¿Por qué saliste así de chaparrita?’, o ‘si me caso contigo, no lo haré con un gran partido porque no tienes mucho dinero’, y es que yo era como un personaje de Jane Austen”. “En realidad descubrí otro mundo y encontré profesores generosos que no me acosaron... pues vivía de aventones, andaba en camiones y en Metro, y no pasaba nada”, menciona respecto a la violencia hacia las mujeres. Sobre la insegurida­d, acepta que “hoy día es más difícil, pero en otros aspectos ellas viven una época más fácil porque están más acompañada­s. Antes, ¿quién te iba a dar trabajo si eras considerad­a una estúpida de inicio?”, señala, haciendo referencia al machismo y a los prejuicios sobre el rol femenino en aquella época. “Así como para mí fue más fácil que para mi mamá (se moría por estudiar y no pudo), para las nuevas generacion­es es más sencillo sólo decir: ‘ Voy a estudiar’. Eran batallas que había que

dar, igual que para ejercer tu libertad y poder señalar: ‘Duermo con quien sea y no soy una puta’. ¡Qué difícil era! Es más, ¡era complicado creerlo! Si decidías que querías vivir como hombre, dormir con quien quisieras, tener tres novios al mismo tiempo y ganarte la vida, entonces eras alguien de quien había que huir. Eso lo acepté de los 23 a los 28 años”, comenta la autora, la cual más tarde se casó con Héctor Aguilar Camín, con quien tiene dos hijos.

Al conversar sobre el tema de la edad, le pregunto qué consejo le daría a la Ángeles de 40 años. “No te preocupes, las hormonas se van a acabar, esos cambios de ánimo tan fuertes pasarán, un día alcanzarás la serenidad, mientras tanto, disfruta”. Me cuenta que a sus 40 tuvo mucho éxito cuando llevó al extranjero Arráncame la vida, “hice más dinero del que tengo ahora y me compré esta casa”, cuenta.

En su nuevo libro, tiene una frase respecto a la soledad: “Aprender a estar solo es aprender a saber lo que quieres”. Le pregunto si en el futuro le preocupa estar sola, siendo una mujer con don de gente, siempre rodeada de amigos y familia. “Quiero vivir muchos años, lo único triste de sobrevivir es que se te van muriendo los demás. Esa parte es horrible, ¿cuánta gente adorada voy a soportar que se muera?”, reflexiona, mientras se le quiebra un poco la voz al recordar que justo el día de nuestra entrevista, una amiga suya cumplía un año de fallecida. “Envejecer da un poco de miedo... como ayer, que me puse a brincar con Catalina y en la noche me dolía el cuello, la rodilla y hasta el pelo”, bromea.

Le confieso que se nota cuánto se cuida y lo bien que se ve. ¿Te importa la vanidad de las mujeres?, le pregunto. “¡Claro, muchísimo! Es espantoso que me importe tanto”, ríe. “Muchas personas aflojan el cuerpo, se dejan engordar, y yo me maquillo hasta para bajar a desayunar, soy una presumida horrorosa, pierdo mucho el tiempo. Lo hago por mí. Pero al mismo tiempo me aflijo de más. Por ejemplo, existen cosas que no hice a tiempo, como ponerme las chichis en su lugar… ¡considero que ese sí sería un consejo que me habría dado a los 40 años!”, suelta la carcajada. Al cuestionar­le si le gusta ir de compras, porque su buen gusto se nota en su casa y en su arreglo personal, responde: “No, el shopping en realidad me abruma. No podría planear un viaje para ir de compras. Hay gente que hace fila para adquirir un bolso Hermès, ¡qué angustia tan espantosa!”, confiesa Ángeles, quien expresa que lo que le falta es escribir más libros y llevar a cabo más viajes. “Espero hacerlo con al menos otros tres volúmenes, tengo en mente una novela acerca de mujeres, aunque mi marido dice que debo narrar sobre la Puebla de mi infancia; ¡sin embargo, la he contado poco más de un millón de veces en mis libros!”, señala la autora.

Además de escribir, Mastretta piensa en sus hijos, en su jardín y en sus nietos. “Nunca me imaginé que mis hijos me seguirían preocupand­o, pero sí”.

Por último, le pido que me recomiende obras indispensa­bles para el buró de las lectoras de Vanidades: “Si aún no han leído Orgullo y prejuicio, de Jane Austen, tienen que leerlo; El festín de Babette, de Isak Dinesen, y El rojo y el negro, de Stendhal, y, por supuesto, toda la poesía que puedan”, concluye, y nos damos un abrazo final luego de esta amena y divertida charla.

“Quiero vivir muchos años, lo único triste de sobrevivir es que se te van muriendo los demás. Esa parte es horrible, ¿cuánta gente adorada voy a soportar que se muera?”.

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