Diana Vreeland
La primera influencer de la moda.
Fue icono de estilo y elegancia. Durante poco más de medio siglo, primero como editora de moda de Harper’s Bazaar, más tarde como directora de Vogue y, al final, como creadora de fantásticas exhibiciones en el Instituto del Vestido, del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, Vreeland lanzó modas y le dio un nuevo sentido a la palabra tendencia.
La editora de moda Diana Vreeland, quien marcó el estilo en Estados Unidos durante el siglo XX, decía que no hay nada peor en la vida que ser igual a lo que la sociedad exige. Nacida el 29 de julio de 1903, en la avenida Bois de Bolougne en París, Francia, bajo el nombre de Diana Dalziel, fue la hija mayor de Emily Hoffman, estadounidense de la alta sociedad, y de Frederick Young Dalziel, alto y apuesto británico, quien llevaba las cuentas de los corredores de bolsa de Post and Flagg. Cuatro años después, la pareja tuvo a su segunda hija: Alejandra.
La casa de los Dalziel era centro de reunión de personajes, como el acaudalado empresario ruso Sergei Diaghilev, fundador de los Ballets Rusos en París, y la familia solía enviar a Diana y a Alejandra con sus niñeras a Londres. Años más tarde, Diana reconoció: —No tuve una educación formal, pero mis padres nos dieron cosas maravillosas, como asistir al desfile de la coronación de Jorge V en Londres.
En París, sus nanas acostumbraban a llevarlas al Museo del Louvre para contemplar el cuadro más famoso del mundo: ʽʽLa Mona Lisaʼʼ, de Da Vinci.
—Cada semana nos ponían en distintos ángulos y distancias para demostrarnos que la mirada de la Mona Lisa nos seguía a todas partes —recordó.
Pero el 21 de agosto de 1911, sucedió un hecho trágico: la pintura fue robada del museo, provocando conmoción.
—En ese momento no comprendí el alcance del problema y me alegré de su desaparición porque estaba aburrida de verla. ¡Lo que quería era jugar en el parque de Bois y, gracias al incidente, comenzaron a llevarnos!
Por fortuna, la famosa obra fue recuperada el 10 de diciembre de 1913. La había robado Vincenzo Peruggia, un carpintero italiano empleado del Louvre, quien fue arrestado.
Nuevos horizontes
Con la Primera Guerra Mundial, los Dalziel emigraron a Estados Unidos y se instalaron en el 15 Este y la calle 77 de Nueva York, destacando en sociedad. No obstante, Diana tenía un lenguaje ininteligible que su familia ignoró, y al ser matriculada en la Brearley School, se sintió incomunicada. Como no sabía inglés comenzó a tartamudear y sus padres la llevaron con expertos del habla, que les aconsejaron hablar uno de los dos idiomas. Se decidieron por el inglés.
Su madre Emily era seca y distante con ella; no estaba orgullosa de Diana porque era fea, la llamaba “su pequeño feo monstruo”, y su tartamudeo la avergonzaba, pero Diana halló consuelo en su padre, quien siempre fue afectuoso.
Como la niña no avanzaba en la escuela, la Brearley la rechazó a los tres meses. ¡Un alivio para ella! Porque allí se había sentido humillada. Y ya que debía estudiar algo optó por el ballet, el cual amó desde que vio a Anna Pávlova bailando Gavotte en el Carnegie Hall.
Diana fue aceptada en una escuela de danza rusa y recibió clases de Michel Fokine, el único maestro del Ballet Imperial que había dejado Rusia. Fokine era exigente y ella le agradeció toda la vida que le enseñara una estricta disciplina y a dar el máximo en todo. Más tarde, estuvo bajo la tutela del también ruso y gran bailarín Louis Harvy Chalif.
En 1917, una mortal epidemia de poliomielitis infantil asoló la ciudad y sus padres la trasladaron a ella y a su hermana a Cody, Wyoming, donde conoció al cazador Buffalo Bill, quien abatió a 4,289 búfalos entre 1867 y 1868 para dar alimento a los obreros que construían el ferrocarril; una leyenda viva de la conquista del Oeste y un héroe popular.
—Buffalo Bill me enseñó a montar. Le regaló uno a mi madre, y a mi hermana y a mí nos dio unos ponis —reveló.
—Señora Vreedland —preguntó un reportero—, ¿eso es verdad o ficción?
—Es “facción” —le respondió Diana jugando con las palabras, porque la realidad no era importante para ella.
Cuando regresaron a ‘La Gran Manzana’, Diana se incorporó a sus clases de ballet. Años más tarde contó que el aviador estadounidense Charles Lindbergh sobrevoló su casa cuando hizo el primer vuelo sin escala, en solitario, desde Nueva York hasta París. ¿Verdad o fantasía? No hay evidencia de ello.
Lo cierto es que una de sus biógrafas, Marie Louise Wilson, alguna vez comentó que “Vreeland se miraba como una reportera cuya ambición era la de estar siempre dispuesta a decir ‘yo estuve allí’, y eso tenía validez para todas las áreas de su vida, en especial las relacionadas con la moda”.
Amarse a sí misma
Su madre Emily, atractiva y elegante, adoraba acaparar miradas y coquetear, pero su padre no se alteraba, pues comprendía que ésa era su debilidad. Asimismo, su hermana era hermosa contrario a ella, así que Emily no paraba de compararlas. Hasta que un día le dijo: —¡Odias a tu hermana! ¡La envidias! A la chica se le rompió el corazón, pues amaba a Alejandra y la admiraba. Y aunque Diana no era agraciada, tenía encanto, seducción e inteligencia. La definición que más se ajustó a su físico y personalidad la expresó su gran amigo el escritor Truman Capote cuando ella ya era famosa. Dijo que era “un pájaro exótico fuera de la selva con su perfil de tucán”. Una encarnación de “ese no sé qué” que aman los franceses.
No es un secreto que Diana se sintió incómoda con su apariencia hasta que se casó con Reed Vreeland, según contó ella. Lo conoció en Saratoga, Florida, en 1924, en una fiesta y cuando sus miradas se cruzaron ¡fue amor a primera vista! —Reed era el hombre más guapo que había visto en mi vida. Tranquilo y elegante. Me encantó todo eso —escribió en su autobiografía D.V., de 1984.
El noviazgo fue corto y se comprometieron mientras Reed se entrenaba como banquero. Una semana antes del matrimonio, que se efectuaría el 1 de marzo de 1924, el New York Times informó que Emily había sido nombrada en el proceso de divorcio de sir Charles Ross y su segunda esposa Patricia, un escándalo social que lamentó Diana.
La boda finalmente se celebró en la iglesia de Santo Tomás, engalanada con flores y velas. Con su traje blanco de satén y encaje bordado en brillantes y perlas, Diana lució guapísima, igual que Reed. Cuando llegaron a la iglesia estaba casi vacía. Les explicaron que ninguna invitación había sido enviada porque, por error, habían sido arrojadas a la basura, y debido al escándalo que avivaban los periódicos sobre Emily, la boda no se había anunciado. La joven se entristeció, pero rápidamente reaccionó: —¡Nada echará a perder mi felicidad! Después de la luna de miel, la pareja se estableció en Albany, en una calle de casas pequeñas, donde cada puerta estaba pintada de un color diferente. La de ellos era roja y en las ventanas habían macetas llenas de hortensias azules. La ciudad estilo holandés era muy bonita.
Diana estaba por cumplir 21 años y Reed 25, y ella tomó su papel de ama de casa en serio. Como admiraba a las geishas, se regocijaba en atender a su esposo como una de ellas. Hasta que en 1925 tuvo a su primer hijo: Thomas “Timmy” Reed Vreeland Jr., quien se convirtió en profesor de arquitectura en la Universidad de California. En 1927 dio a luz a Frederick “Frecky” Vreeland Dalziel, quien llegó a ser embajador de EUA en Marruecos.
Diana era el patito feo de su familia y fue muy herida en su niñez. Su hermana Alejandra era una belleza y su madre las comparaba.
Diana contó años después que Timmy había nacido en sólo dos minutos y Frecky, en siete. Y que no tuvo dolores.
Sin embargo, una noticia trágica la embargó: en septiembre de 1928 se enteró que su madre había muerto en Massachusetts. Ambas se habían mantenido distantes la una de la otra.
—Mi madre murió a los 52 años y creo que fue porque no encontró nada que le interesara en la vida —dijo.
Su aventura con la moda
Los Vreeland permanecieron en Albany hasta 1928, cuando se mudaron a Londres al número 17 de Hannover Terrace, en Regent Park. Durante su estancia en Inglaterra, Diana trabajó y bailó con las Tiller Girls. En esa época también conoció al británico Cecil Beaton, fotógrafo de Vanity Fair y Vogue, quien después se convirtió en uno de sus colaboradores imprescindibles y en su gran amigo.
Ya que algunas damas de sociedad tenían sus propias boutiques, ella no dudó en poner la suya y de ropa interior.
—Estaba cerca de Berkerly Square y entre mi clientela tenía a la socialité estadounidense Wallis Simpson, quien después fue duquesa de Windsor. Años más tarde, coincidió en cenas con Wallis y con su esposo Eduardo.
Diana adoraba comprar ropa en París, sobre todo de Coco Chanel, a quien admiraba y conoció en 1926. Igual que a ella, a la reina Mary le encantaba ir de compras y, según Diana, un día, estando ella en Goode’s, en un salón de floreros de cristal, un vendedor le dijo:
—Discúlpeme, pero Su Majestad viene hacia acá. Tal vez usted tenga que dar un paso hacia atrás por un minuto.
Diana, deslumbrada, miró a la reina que entraba toda vestida de azul. Entretenida, le dio con el codo a un jarrón, y cada pieza de cristal golpeó la que estaba al lado, y toda la cristalería se vino abajo estrepitosamente. En el libro D.V. contó que la reina pasó y la miró sin decirle una sola palabra.
Entonces no sabía que el 18 de mayo de 1933 sería una de las 15 estadounidenses presentadas al rey Jorge V y a la reina Mary en Buckingham.
Para 1937, el trabajo de Reed los había llevado de regreso a Nueva York, donde vivieron el resto de sus vidas. Y gracias a su apellido de soltera, enseguida se incorporó a la alta sociedad neoyorquina.
En A Dash of Daring, el libro autobiográfico de Carmel Snow, directora de Harper’s Bazaar en esa época, Snow narra que una noche la vio bailando en la terraza del Hotel St. Regis. Llevaba un vestido blanco de encaje, de Chanel, y un bolero, con rosas como adorno en la cabeza, y le impresionó su estilo.
—¡La quiero en la revista! —pensó Carmel, entusiasmada.
Pronto le ofreció trabajo y Diana dio rienda suelta a su audacia, agudeza, sentido del humor e ironía redactando una columna titulada Why Don’t You? (¿Por qué tú no?) en la que daba descabelladas sugerencias sobre moda y decoración. Algunas de sus propuestas fueron: ¿Por qué no le lavan a sus hijos el pelo con champagne para que se vean más rubios, como en Francia? ¿Por qué no pintas un mapamundi en la habitación de tus hijos, para que no tengan un punto de vista provinciano? ¿Por qué no forras la cabecera de tu cama en seda amarilla para que las mariposas vuelen en ella? ¿Por qué no llevar mitones violeta? ¿Por qué no pedir a Elsa Schiaparelli un cinturón de celofán con tu nombre y tu teléfono? ¿Por qué no conviertes a tu hija en una Infanta para una fiesta de disfraces? ¿Por qué no le pones mermelada de frambuesa a tu té helado? La acogida que recibió fue fabulosa.