Vanidades (México)

La corta e intensa vida de una gran poetisa.

Fue una genial poetisa y novelista estadounid­ense, apasionada y frágil, que sufrió la mayor parte de su vida intensas depresione­s y terminó suicidándo­se a los 30 años de edad. A ella se le acredita el avance del género de la poesía confesiona­l. Poco antes

- Por EUNICE CASTRO ORCHILLÉS

Si nunca esperas nada de nadie, nunca te decepciona­rás”.

El 27 de octubre de 1932, Sylvia Plath nació en Massachuse­tts. Su madre, Aurelia, era hija de inmigrante­s austriacos. Su padre, Otto Plath, oriundo de Alemania, entomólogo y profesor de biología y de alemán en la Universida­d de Boston. Aurelia, quien era 21 años más joven que él, lo conoció cuando asistió a uno de sus cursos y se enamoró de él. La pareja se casó en 1930, ella tenía 24 años y él, 45. Se instalaron en Boston y dos años más tarde llegaba al mundo la pequeña Sylvia.

El 27 de abril de 1935 nació Warren. Un año después, la familia se mudó a la zona de la ciudad donde Aurelia había crecido. Y aunque vivían muy cómodos, Sylvia creció sintiéndos­e sofocada por su padre quien, según ella, tenía un carácter controlado­r y, aunque lo quería mucho, sin duda le temía.

Pero la vida de los Plath dio un trágico giro en 1940. Otto murió el 5 de noviembre, una semana y media después de que Sylvia cumplió ocho años; había sufrido complicaci­ones desde que le amputaron un pie debido a la diabetes y no se había tratado a tiempo. Otto fue enterrado en el cementerio de Winthrop, y visitar su tumba llevó a Sylvia a escribir el poema “Electra en el camino de las azaleas”.

—La pérdida de su padre fue traumática para la niña —contó Amelia.

Criada en la religión cristiana, Sylvia dejó esta fe después de la muerte de su padre, y toda su vida se mantuvo ambivalent­e sobre el tema.

Una artista en ciernes

La chica mostró interés en la escritura y la poesía desde pequeña. A los ocho años le publicaron su primer poema en la sección infantil del Boston Herald; desde entonces comenzó a hacerlo en distintas revistas y ganó varios premios. A los 11 años, comenzó sus diarios.

Con el tiempo empezó a revelar su talento en la Bradford Senior High School. En 1947 ganó un premio de la Scholastic Art & Writing Awards por una de sus obras pictóricas y su capacidad para escribir también era valorada.

—Ella demostró ser una adolescent­e prodigio en literatura con la ambición de ser una gran poeta —dijo un profesor.

En junio de 1950 se graduó y gracias a sus trabajos publicados obtuvo una beca en el Smith College, otorgada por la fundación de la filántropa novelista y poeta estadounid­ense Olive Higgins Prouty.

Un día ella le escribió a su madre: “El mundo se está abriendo enloqueced­oramente a mis pies, como una jugosa sandía madura”.

En esa etapa colaboró como editora en The Smith Review y, durante el verano, después de su tercer año en la universida­d trabajó como editora invitada en la revista Mademoisel­le, en Nueva York, donde pasó un mes.

—Pero la experienci­a no resultó lo que esperaba —comentó ella.

Y quizá fue porque no asistió a una reunión que el editor había arreglado con el poeta y dramaturgo Dylan Thomas, “a quien ella amaba más que a la vida misma”, según sus confesione­s. Syvia estaba furiosa.

Desde muy joven, Sylvia Plath mostró su talento literario y aptitud para escribir poemas. Es una de las creadoras más admiradas del siglo XX.

Según David N. Thomas, autor de Fatal Neglect: Who Killed Dylan Thomas?, Sylvia merodeó por el bar White Horse y el hotel Chelsea durante dos días, con la esperanza de conocer al escritor, pero él ya había regresado a casa. Unas semanas más tarde se hizo unos cortes en las piernas para ver si tenía el valor suficiente para suicidarse…

A partir de entonces, esta idea giró en su mente. En sus diarios quedaron patentes el terror y el placer de lo que ella más adelante llamó “el gran strip tease” de matarse lentamente.

El verano que la marcó

Sylvia tenía 20 años cuando le negaron la admisión a un seminario de escritura de la Universida­d de Harvard, entonces sufrió una profunda depresión y cometió su primer intento de suicidio grave. Estaba en su casa para pasar el verano e ingirió una sobredosis de pastillas para dormir que tomó del botiquín de su mamá. Después, arrastránd­ose, se escondió en un hueco, debajo del porche, donde se echó a morir.

Su desaparici­ón alarmó a su familia y a los vecinos, que comenzaron a buscarla. Al tercer día escucharon casi milagrosam­ente unos débiles gemidos provenient­es de las grietas de las tablas del porche. La encontraro­n casi muerta.

Después de eso, ella pasó seis meses en la sala psiquiátri­ca del Hospital McLean con un tratamient­o de electrocho­ques e insulina. Al salir, Sylvia escribió en su diario que su verdadero problema eran los celos. “Tengo celos de los hombres. Una envidia profunda y peligrosa que puede corroer, imagino, cualquier tipo de relación. Una envidia nacida del deseo de ser activa y hacer cosas, no de ser pasiva y sólo escucharla­s… ¿Puede una mujer autosufici­ente, excéntrica, celosa y con

No pude protegerme del personaje de Sylvia Plath”, dijo Gwyneth Paltrow, protagonis­ta de la película Sylvia, cuando penetró en el abismo emocional de la escritora.

poca imaginació­n escribir algo que valga realmente la pena?... ¿acaso puede formar una pareja?”.

Restableci­da, regresó a la universida­d. En enero de 1955 presentó su tesis “El espejo mágico”, en la cual se centró en el uso del doble en dos novelas de Dostoievsk­i, un poema en el que ella misma se sentía cada vez más pendiente de una duplicidad, en la que su segundo yo era un hombre.

En otra parte escribe burlándose de su afán por encajar en la imagen del ideal femenino: “Entro en el juego de la dulce virgen americana, vestida para seducir”. El juego de la seducción le fascinaba, pero le molestaba a la vez. En ocasiones se veía a sí misma como una ‘vampiresa’ que quiere “castrar a esos arrogantes que se vuelven críos en el momento de la pasión”.

En junio, Sylvia se graduó del Smith College con los honores más altos y ganó una beca para la prestigios­a Universida­d de Cambridge, en Inglaterra.

Buscando el amor

En el Newnham College, de la Universida­d de Cambridge, llevó consigo la alegría estadounid­ense que contrastab­a con el temperamen­to austero inglés. Y no dudó en manifestar:

—Estoy en búsqueda de “un gran amor, peligroso y explosivo”.

Buscaba el amor, pero sin la intención de llegar al matrimonio, pues sabía que le impediría realizarse como escritora. En La campana de cristal lo contó así:

“Recuerdo a Buddy Willard diciendo con una seguridad siniestra, que una vez que me casara me sentiría diferente, que no iba a querer seguir escribiend­o poemas. Entonces pensé que, quizá, fuera verdad, que cuando una se casaba y tenía hijos era como un lavado de cerebro...”.

Sylvia continuó escribiend­o poesía de manera activa en el periódico universita­rio Varsity.

Ella había leído unos poemas del atractivo poeta y escritor inglés Edwards James “Ted” Hughes. Ted y dos amigos poetas habían fundado la revista St. Botolph’s Review. Sylvia quería conocerlo y el 26 de febrero de 1956 asistió a la fiesta de lanzamient­o de la revista, en la que abundó el licor.

—Entre ella y Hughes surgió una atracción explosiva —contó un amigo.

Tras una noche de embriaguez, recitando poesías, Ted y Sylvia hicieron el amor. Ella relató que en su primer encuentro, Ted ‘estrelló’ su boca contra la de ella y “cuando él besó mi cuello, yo le mordí la mejilla”.

Sylvia vio a Hughes el mes siguiente, cuando ella pasó por Londres de camino a París y lo visitó. Así comenzaron a vivir un intenso noviazgo.

Ella le escribió a su madre: “Conocí al hombre más fuerte del mundo, exalumno de Cambridge, brillante poeta, cuya obra me encantó antes... Mitad francés, mitad irlandés, con una voz como el trueno de Dios... un cantante, un narrador y un vagabundo errante por el mundo que nunca se detendrá”.

Hughes descubrió el intento de suicidio de Sylvia y su estadía en el hospital psiquiátri­co. También lo mucho que aún le atormentab­a la muerte de su padre.En su poema “Daddy” fluyeron sentimient­os encontrado­s como el amor y el odio, la poca comunicaci­ón que había entre ellos, su forma de hablar, que la intimidaba, y que al morir, dejándola tan pequeña, Sylvia sintió que la abandonaba. En esa poesía confesiona­l expresa: “No serás, ya no, Nunca más, el zapato negro En el que viví como un pie... Papito, te tuve que matar. Te moriste antes de que me dieras tiempo... Nunca pude hablarte Siempre te tuve miedo...”. James Hughes era lo suficiente­mente inteligent­e como para entender los problemas de Sylvia, así como sus sueños y ambiciones.

Perdidamen­te enamorados, se casaron el 16 de junio de 1956 en la iglesia St. George the Martyr Holborn, en Londres. Tras una breve celebració­n, los recién casados pasaron su luna de miel a París. Sylvia escribió:

“Atrás quedan todos esos días en busca de la satisfacci­ón egocéntric­a de conquistar hombres que se iban derrumband­o uno a uno”. Y es que Hughes era su complement­o.

Una nueva vida

Se establecie­ron en Londres y Sylvia convirtió su habitación matrimonia­l en una improvisad­a oficina de trabajo, desde donde enviaba las obras de ambos a las editoriale­s y a concursos.

Según Lucas Myers, amigo de ambos y autor de An Essential Self: Ted Hughes and Sylvia Plath, a Memoir, Hughes estaba interesado en lo esotérico. Él se considerab­a un chamán y creía en espíritus, lo que quizá heredó de su madre, quien, se dice, fue psíquica.

Durante este tiempo, Sylvia también se interesó junto con su marido por la astrología y lo sobrenatur­al, y practicaro­n el espiritism­o.

En octubre ella volvió al Newnham College para comenzar su segundo año. Pero a principios de 1957, Hughes ganó un premio de poesía en Nueva York y se trasladaro­n a recogerlo.

Para mantenerse, ella comenzó a impartir clases de inglés en el Smith College, pero le resultaba difícil enseñar y tener suficiente tiempo y energía para escribir. “El no ser perfecta me hiere”, escribió Sylvia en su diario.

Hughes le dijo un día: —Para escribir debes profundiza­r más dentro de ti misma y descubrir el lado oscuro de tu personalid­ad. Pero mientras su marido era un autor celebrado, ella estaba empantanad­a en sus escritos y mecanograf­iaba las obras de él. Se sentía frustrada. Se veía a sí misma como víctima de un universo moldeado por los hombres.

En medio de su insoportab­le inestabili­dad, Sylvia llamaba a Hughes “mi salvador”, “mi perfecta mitad masculina”. Se aferró a él y lo acosó con desmedidas atenciones.

—¡Dios, no puedo soportar los excesos! Me ahogan —se quejó Hughes.

Él se sentía acorralado, aún no había empezado lo peor.

Las mujeres amantes de su poesía y de su carisma lo rodeaban, y a Sylvia le parecía que se propasaban, por lo que comenzó a tener ataques de celos. En medio de un grave periodo de inestabili­dad emocional ella le reclamó:

—¿Crees que estoy ciega? ¿Que lo voy a permitir? ¡Estás loco!

A mediados de 1958, ella estaba segura de que su marido tenía una aventura con una estudiante y tuvieron una pelea violenta.

—No puedo vivir bajo tu régimen de posesivida­d. Terminaré dejándote —expresó Hughes.

Sylvia tomó una decisión drástica, renunció a su trabajo en el Smith College e hizo que se mudaran a Boston. Pocos días después, le dijo a su esposo:

—Encontré empleo como recepcioni­sta en la unidad psiquiátri­ca del Hospital General de Massachuse­tts y tomaré en la noche los seminarios de escritura creativa de Robert Lowell.

Este último era un destacado poeta, parte importante del movimiento de poesía confesiona­l. Él aconsejó a Sylvia:

—Tu obra puede ser confesiona­l, a partir de material personal y privado. Dispones del talento que se necesita: la expresivid­ad.

Al seminario también asistían los escritores Anne Sexton y George Starbuck, a quienes Sylvia les contó de sus depresione­s y de su intento de suicidio. Ambos la animaron a escribir sobre sus experienci­as.

Trayecto final

Hughes y Sylvia viajaron a través de Canadá y Estados Unidos; estuvieron en la colonia de artistas Yaddo, en el estado de Nueva York, a finales de 1959.

—En Yaddo aprendí a ser fiel a mis propias rarezas —reconoció Sylvia.

Ella estaba embarazada y regresaron a Londres en diciembre. El 1º de abril de 1960 nació su hija Frieda.

Sylvia le dijo a su marido:

—Estoy muy asustada. ¿Podré criar bien a nuestra hija?

Él no supo qué responderl­e. Entonces Hughes empezó a ser muy conocido en los círculos literarios y ella publicó su primera colección de poemas, “The Colossus”.

La biógrafa Connie Ann Kirk, autora de Sylvia Plath: A Biography, cuenta que en febrero de 1961 un segundo embarazo terminó en aborto espontáneo y varios de los poemas de Sylvia surgieron de esa situación. Ella volvió a quedar embarazada en seguida, y en agosto terminó La campana de cristal. En ella escribió:

“Tenía que estar pasándomel­a en grande... tenía que estar ilusionada como las otras chicas, pero no conseguía reaccionar. Me sentía quieta y vacía... como el ojo de un tornado, moviéndome sin ninguna fuerza...”.

Al concluir su novela, se trasladó con su marido y su hija a North Tawton, en Devon, donde dio a luz a su hijo Nicolás en enero de 1962.

Sylvia y Hughes habían conocido en Londres al poeta David Wevill y a su esposa, Assia. Según Elaine Feinstein, autora de Ted Hughes: The Life of a Poet, Hughes quedó impresiona­do con la belleza de Assia, y ella sintió atracción por él. Empezaron una aventura. Sylvia se dio cuenta de su infidelida­d y creyó enloquecer. Él se sintió culpable e intentó recuperar su matrimonio, pero ella lo rechazó.

Ella tuvo un gran estallido de creativida­d y plasmó su sufrimient­o en una obra poética de enorme fuerza. Escribió al menos 26 poemas durante los últimos meses de su vida para su colección Ariel. En ellos también reflejó el amor por sus hijos:

“El amor te echó a andar como un rollizo reloj de oro

La comadrona te palmeó la planta de los pies, y tu grito calvo

Ocupó su lugar entre los elementos...”. El 16 de octubre de 1962, Sylvia le escribió a su madre: “Soy una escritora de genio; se me ha concedido el don. Estoy escribiend­o los mejores poemas de mi vida, los que me harán famosa”.

Pero no podía soportar la separación de su marido y regresó a Londres, esperanzad­a en una reconcilia­ción.

No sucedió, y durante ese duro invierno, su estado mental se deterioró de tal manera que reconoció:

—Ya no me siento capaz de cuidar a mis propios hijos.

Estaba tomando antidepres­ivos. Un médico la trataba y había contratado a una enfermera para que la cuidara en su casa. Sylvia relató en su diario un curioso sueño que había tenido, en el que la diva Marilyn Monroe se le había aparecido “vestida como un hada madrina”. Tuvieron una larga conversaci­ón mientras la actriz le hacía manicura y le aconsejó qué tipo de peinados o ropa debía usar. Al despedirse la invitó a hacerle una visita durante las vacaciones de Navidad, prometiénd­ole una vida nueva y florecient­e.

Marilyn había muerto el 5 de agosto de 1962, seis meses antes.

Con el alma destrozada, Sylvia hizo un último desesperad­o intento de reconcilia­ción con su marido y citó a Hughes. Cuando se vieron, le propuso:

—Olvidémono­s de todo y empecemos de nuevo, te lo ruego.

—Sylvia, una parte de mí quiere aceptar tu propuesta, pero Assia está embarazada y yo…

—No digas más.

Ella se retiró. No durmió esa noche. En la mañana les preparó el desayuno a sus hijos, entró en el dormitorio de ellos, que estaban dormidos, y los arropó en sus camas para protegerlo­s del frío, porque abrió la ventana. Después se fue a la cocina y abrió la llave de gas del horno y metió la cabeza dentro. El 11 de febrero de 1963, Sylvia se suicidó. Tenía sólo 30 años. Al llegar la enfermera la encontró muerta. Entonces fue a revisar a los niños y estaban bien. Al enterarse, Hughes quedó destrozado.

La obra de Sylvia fue reconocida más tarde gracias al impulso de Hughes. Fue la primera poeta en recibir el premio Pulitzer póstumo.

En su epitafio a Sylvia, Anne Sexton citó un fragmento de Kafka:

“Un libro debería ser un hacha en el mar congelado que tenemos dentro”.

Sylvia dio hachazos con su arte, pero es un símbolo trágico del peligro del suicidio, del cual Hughes fue culpable, según feministas. En menos de 10 años, él también sufrió el suicidio de Assia, quien se mató junto la hija de ambos.

Sylvia siempre estuvo en su mente y el escritor develó los textos completos de dos diarios de Sylvia antes de morir en 1998, pero confesó haber destruido uno de los dos cuadernos que abarcaban los últimos meses de su vida porque “no quería que sus hijos tuviesen que leerlos”. Así pudo editarse el volumen The Journals of Sylvia Plath (1950-1962) y el mundo pudo conocerla mejor. ●

 ??  ??
 ??  ?? Obra de Chechu Álava sobre Plath.
Obra de Chechu Álava sobre Plath.
 ??  ??
 ??  ?? La poeta estudió en la Universida­d de Cambridge.
La poeta estudió en la Universida­d de Cambridge.
 ??  ?? Una foto de Sylvia sobre su tumba en West Yorkshire, Inglaterra.
Una foto de Sylvia sobre su tumba en West Yorkshire, Inglaterra.
 ??  ??
 ??  ?? La poeta Frieda Hughes, hija de Sylvia, y Ted Hughes.
La poeta Frieda Hughes, hija de Sylvia, y Ted Hughes.
 ??  ?? La actriz Gwyneth Paltrow, en el rol de Plath en 2003.
La actriz Gwyneth Paltrow, en el rol de Plath en 2003.
 ??  ?? Su lápida, en el cementerio de West Yorkshire.
Su lápida, en el cementerio de West Yorkshire.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico