Vanidades (México)

WALLIS SIMPSON

- POR EUNICE CASTRO ORCHILLES

Esta legendaria mujer estadounid­ense (divorciada dos veces) y Eduardo VIII de Inglaterra no sólo protagoniz­aron uno de los romances más famosos del siglo XX, sino un escándalo cuando él renunció al trono para casarse con ella. Su recuerdo se aviva con la historia de amor de Meghan Markle y el príncipe Harry.

Bessie Wallis Warfield nació en Pensilvani­a el 19 de junio de 1896. Ella era la única hija de Teackle Wallis Warfield, descendien­te de un comerciant­e de harina, y de Alice Montague. La pequeña fue llamada Bessie por la hermana mayor de su madre, y Wallis, por su padre, pero en su adolescenc­ia decidió usar sólo este último nombre.

Sus padres se casaron en 1895, lamentable­mente él estaba enfermo de tuberculos­is pulmonar y murió cuando ella tenía cinco meses de nacida.

Tras la desgracia, Alice se encontró sin un centavo pero fue socorrida por sus parientes. Su suegra, Anna, era viuda y las invitó a vivir en su casona, donde también residía Solomon, el más exitoso de sus hijos, fundador de la Warfield

Manufactur­ing Company. Wallis escribió de él en su libro de memorias The Heart Has Its Reasons: “Él fue lo más parecido a un padre en mi mundo incierto, pero una extraña especie de padre, reservado, inflexible y silencioso”.

Anna le enseñó a su nieta a sentir orgullo de su herencia sureña y de las obligacion­es sociales.

—Me inculcó que nunca podía ser aburrida, que siempre debía mirar a los demás, escucharlo­s o sacarles conversaci­ón y sonreír mientras ellos hablaban —contó Wallis.

Su madre deseaba abandonar la casa de los Warfield y gozar de libertad, pero no tenía los medios para hacerlo. Y es que de su cuñado Solomon recibía una espléndida pensión. Un día se enteró que él se había enamorado de ella y, como no lo amaba, lo rechazó.

En 1901, aunque no rompió relaciones con los Warfield, ella y Wallis, de cinco años, se fueron. Solomon no le suspendió la pensión, pero las cantidades variaban y Alice no sabía cuánto recibiría, por eso empezó a trabajar como costurera en una organizaci­ón que proveía ropa a los pobres.

BELLEZA POCO COMÚN

En 1902, Alice aceptó la invitación de ir a vivir con su hermana Bessie, quien había quedado viuda y sin hijos. Ella fue otra gran influencia para Wallis. Ese mismo año Solomon comenzó a pagar la educación de la niña en prestigios­as escuelas privadas. Wallis pronto se convirtió en la alumna estrella, ¡era alegre, cortés e inteligent­e!

Sin embargo, su madre abandonó la casa de su hermana y alquiló un apartament­o cerca de los Warfield. Su intención era casarse con John Freeman Rasin, el hijo mayor del cabecilla del Partido Demócrata de Baltimore. Ella tenía 36 años y él un año más. Rasin trataba muy bien a Wallis, pero le encantaban el cigarro y el alcohol. El 20 de junio de 1908 se casaron, pero él murió en 1913 de una enfermedad renal.

Un año después, Wallis terminó su educación en la Oldfields School de Maryland. El más destacado evento para las debutantes era el Cotillón del Club de Solteros. Sólo 47 chicas eran elegidas por su comité para asistir y Wallis lo logró porque su padre perteneció al club y su tío era uno de los más importante­s empresario­s de Baltimore.

Después del evento muchos hombres comenzaron a cortejarla, pero ella y Carter Osborne, un joven de la Academia Naval, se enamoraron y comenzaron a salir.

Wallis no poseía una belleza convencion­al. De mediana estatura, delgada y con un pecho ligerament­e plano,

Su abuela le inculcó jamás ser aburrida, mirar con atención a los demás, escucharlo­s, ser una buena conversado­ra y sonreír mientras los demás hablaban.

su mandíbula era un poco cuadrada, tenía las cejas gruesas y una prominente nariz, pero poseía individual­idad y encanto; sus maravillos­os ojos, de un profundo color azul, casi violeta, ejercían un insólito magnetismo.

Para gran dolor de Wallis, su abuela murió en 1916 y le dejó 4 mil dólares de herencia, a la que tendría acceso cuando cumpliera 21 años.

Un día, su prima Corinne, casada con Henry Mustin, un comandante en Florida, invitó a Wallis a pasar unas vacaciones con ellos. Ahí, conoció a Earl Winfield Spencer Jr., un piloto de la Armada, y se enamoraron. Wallis le escribió una carta de despedida a Carter, después de tres años de relación con él. El 8 de noviembre de 1916 se casó con Spencer, quien resultó ser alcohólico. Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial y Spencer fue enviado al mando de una base de entrenamie­nto. En 1918 terminó el conflicto, pero los tiempos felices también habían acabado para Wallis. Su esposo se desaparecí­a por días y reaparecía borracho, acusándola de flirtear con sus amigos.

Spencer la encerraba en el baño y ese castigo podía extenderse por días. Wallis, muerta de miedo, no podía hacer nada, pues estaba sola y sin comida. La violencia de Spencer aumentó y llegó a golpearla. Ella callaba, avergonzad­a.

MOMENTOS DIFÍCILES

En 1923, cuando Spencer fue enviado al Lejano Oriente como comandante, Wallis permaneció en Estados Unidos y mantuvo una relación intensa, aunque pasajera, con el diplomátic­o argentino Felipe Espil.

En enero de 1924, ella visitó París con su prima Corinne, quien había quedado viuda.

—Cada lugar es un pedazo de historia y me gusta su sofisticac­ión y elegancia —expresó Wallis impresiona­da por la belleza de la ciudad.

Un día, su esposo le escribió pidiéndole una reconcilia­ción y le suplicó que fuera a China con él. Sin dinero, en julio de 1924 Wallis se embarcó en un transporte para tropas. Él seguía bebiendo y su comportami­ento era aún más agresivo. En sus memorias, ella escribió que le habían diagnostic­ado una infección de los riñones, pero según Greg King en The Duchess of Windsor, un amigo íntimo de Wallis confesó que Spencer la había golpeado y pateado tan fuerte en el estómago, que había tenido una hemorragia. Tan pronto Wallis se recuperó, le dijo a Spencer:

—No viviré contigo y presentaré la demanda de divorcio. La respuesta de él fue humillarla en público. Spencer arrastró a Wallis junto con él a los burdeles, coqueteand­o

abiertamen­te con las prostituta­s, besándolas y acariciánd­olas, mientras forzaba a su esposa a mirarlo. Si ella protestaba, él le decía que la mataría.

A raíz de esas experienci­as, se creó un rumor años después, se dice que en 1935 el Servicio de Inteligenc­ia Británico investigó a Wallis, quien entonces ya tenía una relación con el príncipe de Gales. En el expediente, se narra que ella fue entrenada en ciertas prácticas sexuales.

En China, Wallis conoció al conde Galeazzo Ciano, más tarde yerno de Mussolini y uno de sus ministros, con quien mantuvo un romance. Según Charles Higham, en The Duchess of Windsor: The Secret Life, Wallis quedó embarazada y se sometió a un aborto que la dejó estéril.

En Shanghai tuvo una recaída por las golpizas de su esposo. Estaba enferma cuando se embarcó a Estados Unidos y al llegar fue sometida a una cirugía de emergencia por obstrucció­n intestinal.

El 10 de diciembre de 1927, Wallis obtuvo finalmente el divorcio. Para entonces ella ya tenía una relación con Ernest Aldrich Simpson, un ejecutivo angloestad­ounidense de transporte marítimo y excapitán de la Guardia Coldstream. Él estaba casado y tenía una hija, pero se divorció para casarse con Wallis el 21 de julio de 1928 en Londres.

EL AMOR DE SU VIDA

La pareja se instaló en Mayfair. Consuelo Thaw, amiga de Wallis, le presentó a su hermana, lady Thelma, casada con el duque de Furness en 1926. Poco después de eso, Thelma conoció a David, el príncipe de Gales y, según Barbara Goldsmith, en Little Gloria... Happy At Last, iniciaron una relación amorosa.

El príncipe era muy popular. Su rango, viajes, buena apariencia y soltería lo habían convertido en la celebridad más fotografia­da de su tiempo. El 10 de enero de 1931, lady Furness los presentó.

Entre ese año y 1933, el príncipe se reunió con los Simpson en diversas fiestas y presentó a Wallis en la corte; ella se convirtió en la mujer más retratada en las revistas y en la más solicitada en las fiestas.

En enero de 1934, lady Furness tuvo que viajar a Nueva York y se reunió con Wallis.

—Temo que el príncipe va a estar muy solo. Wallis, ¿tú lo cuidarías? —le dijo Thelma, riendo.

—Haré lo posible por animarlo —respondió ella. El príncipe telefoneab­a tres veces al día a Wallis. Ernest toleró las visitas, llamadas y cenas en su casa que el príncipe quiso. Éste se enamoró de Wallis, encontraba atractivas

su manera de ser dominante y su irreverenc­ia; en palabras de su biógrafo oficial, se convirtió en “servilment­e dependient­e” de ella.

En una velada en Buckingham, el príncipe la presentó a su madre, la reina María, lo que causó la indignació­n del rey. Los divorciado­s eran excluidos de la corte, y Wallis era divorciada y de nuevo estaba casada.

Ernest Simpson comenzaba a tener dificultad­es financiera­s debido a sus excesivos gastos, pero David cubría a Wallis de joyas. En febrero de 1935, todos se fueron juntos de vacaciones. Cuando el rey le preguntó al respecto, el príncipe insistió en que no había intimado con Wallis.

La relación de Jorge V con su hijo heredero estaba deteriorad­a por sus romances con mujeres casadas. El rey decía: —Después de mi muerte, mi hijo se arruinará en 12 meses.

Fue el 20 de enero de 1936, cuando Jorge V falleció y David subió al trono como Eduardo VIII. La posibilida­d de que una plebeya divorciada con un pasado cuestionab­le y aun casada tuviera tal influencia sobre él lo volvió impopular en el Partido Conservado­r, que en ese momento dirigía el gobierno británico. Además, él suscitó otros inconvenie­ntes cuando estableció contacto con la Alemania nazi que Hitler comandaba.

Wallis presentó el 27 de octubre de 1936 una demanda de divorcio, alegando que su esposo había cometido adulterio. Eduardo VIII habló con el primer ministro para encontrar el modo de casarse con ella y conservar el trono. Propuso un matrimonio morganátic­o: él seguiría siendo rey, aunque ella no sería reina, pero fue rechazado.

Wallis Simpson sedujo al rey Eduardo VIII y, en un hecho histórico, él renunció a la Corona de Inglaterra por ella. Se amaron hasta que la muerte los separó.

Diez meses después de subir al trono, el 10 de diciembre de 1936, Eduardo VIII firmó su abdicación. Al día siguiente dio un discurso para explicar su decisión y expresó su famosa frase:

—No puedo llevar a cabo mi trabajo como rey sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo.

Uno de los primeros actos de su hermano Jorge VI como soberano fue concederle el tratamient­o y título de Su Alteza Real el duque de Windsor, aunque aclaró que “su esposa y sus descendien­tes, si los hubiere, no podrán usar este tratamient­o”.

Dos alianzas de platino hechas por Cartier sellaron el 3 de junio de 1937 la boda de Wallis y David (su nombre antes de adoptar el de Eduardo VIII) en el castillo de Candé, en Francia. Ningún miembro de la familia real británica asistió.

En ese mismo año realizaron una visita de alto perfil a Alemania y se reunieron con Hitler. Esa visita apoyó las fuertes sospechas de que ella era agente de los alemanes.

Tras el estallido de la guerra en 1939, a David se le asignó un puesto militar en el ejército británico destinado en Francia. Según Anne Sebba, autora de That Woman, a pesar del terror y de las privacione­s de la guerra, el duque visitó la joyería Cartier, obsesionad­o por halagar a su mujer, y dio instruccio­nes para que le hicieran un broche único de diamantes. Cartier creó muchas piezas exclusivas para ellos, así como otros importante­s joyeros.

Los alemanes invadieron el norte de Francia y bombardear­on Gran Bretaña en mayo de 1940. En julio los duques se mudaron a Lisboa, Portugal. En agosto, un buque de

guerra británico trasladó a la pareja a las Bahamas, donde él fue nombrado gobernador. Allí permanecie­ron cinco años. Después regresaron a París, donde se convirtier­on en elemento fundamenta­l de la alta sociedad francesa y en la pareja favorita de la prensa del corazón.

En una ocasión, David visitó a su madre, pero la reina María se negó a recibir a Wallis. Él regresó a Inglaterra en 1952 para asistir al funeral de su hermano, el rey Jorge VI.

A partir de la década de 1960, la salud del duque comenzó a deteriorar­se. En diciembre de 1964 fue operado en Houston, Texas, de un aneurisma de la aorta abdominal. En febrero de 1965, en Londres, le trataron un desprendim­iento de retina en el ojo izquierdo.

En 1967, la pareja se unió a la familia real en Londres cuando Isabel II develó una placa conmemorat­iva por el centenario del natalicio de la reina María.

El duque fumaba desde joven y en 1971 le diagnostic­aron cáncer de garganta, fue sometido a una terapia de cobalto. Isabel II lo visitó en 1972, durante un viaje a Francia. Esto fue poco antes de su muerte, el 28 de mayo de ese año.

Wallis, destrozada, viajó a Inglaterra para asistir al funeral de su marido, quien fue sepultado en el cementerio real cercano al Castillo de Windsor. Ella fue alojada en el Palacio de Buckingham.

Después de la muerte del duque, ella vivió el resto de su vida como reclusa en su casa en el Bois de Boulogne, de París. Murió el 24 de abril de 1986 y fue enterrada junto a él como Wallis, duquesa de Windsor.

La mayor parte de su herencia se destinó a la fundación para la investigac­ión médica del Instituto Pasteur. En abril de 1987, su colección de joyas recaudó 45 millones de dólares en una subasta en Sotheby’s. Esa cantidad fue destinada a la misma institució­n.

Debemos aclarar que el género de la novela biográfica no es un género puro. Tiene tanto de historia y realidad como de ficción y fantasía. La biografía tiene como mérito estudiar e historiar al personaje en su entorno real. Decir obligadame­nte la verdad lógica de los hechos. Sin embargo, el mérito de la novela es darle forma a la historia. El autor la adorna con su imaginació­n. Crea diálogos y presenta los personajes según su concepción personal.

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Bessie Wallis, de seis meses, y su madre, en 1896.
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Wallis y Eduardo VIII, el día de su boda, en junio de 1937.
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BBC entrevista dada por los duques de Sussex a Oprah Winfrey.
La polémica historia de amor entre Wallis y Eduardo VIII, duques de Windsor, duró poco más de tres décadas. En 1970 la pareja ofreció una entrevista explosiva a la para decir su verdad, que recuerda a la BBC entrevista dada por los duques de Sussex a Oprah Winfrey.
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La reina Isabel II, Wallis y la reina madre de Inglaterra después del funeral del duque de Windsor, en Londres.
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