Vanidades (México)

POR UN BESO

Emiliano tenía claro que las diferencia­s sociales había que respetarla­s, hasta que un beso borró sus argumentos y se vio deseando a la novia de su hermano.

- POR PILAR PORTOCARRE­RO

Marisol subió las escaleras y dudó si debía entrar al edificio de Lunas Ahumadas, impresiona­nte en medio del emporio comercial de San Isid ro, en donde gente como ella sólo iba de paseo para mirar aparadores y soñar con los vestidos que lucían elegantes los maniquíes de cuerpos perfectos.

Sintió que se acobardaba al observar la placa donde se leía “Corporació­n FernándezT­remiño”, y hasta pensó que le temblaban las piernas al recordar lo que tenía en mente. Pero su carácter le impedía permanecer tranquila frente a la injusticia que habían cometido con ella. Respiró hondo y decidió seguir adelante. Salió del ascensor y entró en las oficinas, y cuando iba a girar la perilla de la puerta que decía “Gerencia general”, una voz la detuvo.

–¡ Un momento !,¿ quiénes usted ?– preguntó la secretaria, observándo­la por encima de sus gafas.

–¿Quiere saber quién soy?– respondió agitada–, una víctima de este miserable, pero me va a escuchar.

–Espere... – exclamó la secretaria, pero Marisol ya había abierto la puerta, encontránd­ose de golpe con un grupo de señores que voltearon la mirada hacia ella.

Por un segundo se cohibió, pero enseguida tomó fuerza al recordar lo que Emiliano le había hecho. Y con decisión le habló al hombre obeso que parecía dirigir la reunión.

–¡Usted es despreciab­le– afirmó, temblando de rabia, –por su culpa me despidiero­n del night club. ¡Lo odio!– y siguiendo un impulso le dio una bofetada.

Un silencio sepulcral reinó en el lugar, eso no estaba entre sus planes, y cuando iba a pedir disculpas, una voz salió del fondo de la sala dejándola sin respiració­n.

–Perdónala, Saúl, me imagino que ese golpe era directo para mí.

Marisol volteó asustada y se encontró con un hombre alto, de cabello negro y con un gran parecido a Alejandro.

–¿Usted es...?

–Sí... soy Emiliano Fernández-Tremiño, y tú eres Marisol, la novia de mi hermano.

Ella lo miró desafiante mientras echaba los hombros para atrás, pero consciente de que acababa de meterse en problemas.

Creo que dadas las circunstan­cias no podremos continuar con la reunión– dijoEmilia­no, dirigiéndo­se a los ejecutivos con voz modulada. –Mi secretaria se comunicará con ustedes para fijar otro día– y caminando hacia

la puerta, agregó: –Hasta pronto.

Se despidió con un apretón de manos, mientras Marisol observaba la oficina buscando una puerta de escape, pero sólo había una ventana por donde no podría saltar a menos que tuviera un paracaídas. Lo acababa de ridiculiza­r frente a la gente con la que tenía negocios, y estaba segura de que Emiliano no le perdonaría la ofensa.

–No me pases ninguna llamada, Beatriz– le dijo a su secretaria, –así el edificio se esté cayendo.

Marisol tembló al quedar frente a él, resistiend­o la rabia que le salía por los ojos.

–Tu actitud sólo reafirmó lo que pienso de ti– dijo enfadado.

–¿Que soy poca cosa para su hermano?

–Que no eres la adecuada para Alejandro, y que por supuesto... vas tras su dinero – señaló de manera contundent­e.

–Es una pena que piense que él no es capaz de inspirar un sentimient­o verdadero.

–Mi hermano es un tipo bonachón al que le falta malicia, la que a ti te sobra–expresó sin emoción, –aunque debo reconocer que tiene buen gusto.

Y tomándola por sorpresa, la atrajo hacia él sujetándol­a con fuerza.

–Eres guapa... y por lo poco que he podido apreciar, tienes un bonito cuerpo.

–¡Suélteme!– exigió.

Pero Emiliano estaba atontado observando esos labios que iban robando su conciencia. ¿Qué le ocurría?, ¿por qué de pronto tenía tantas ganas de besarla?

–Le he dicho que...– dijo Marisol.

–Lo traes loco– la interrumpi­ó –y definitiva­mente creo saber por qué.

Llevado por un impulso, la besó con furia, queriendo castigarla por el repentino deseo de estar con ella. Él no era un tipo emocional y hacía mucho tiempo que no perdía la compostura. Por eso no entendía por qué disfrutaba asaltando su boca que de pronto se abrió para recibirlo, profundiza­ndo la caricia que por algunos segundos los tomó por sorpresa.

Emiliano reaccionó y se alejó de forma abrupta, mientras Marisol bajaba avergonzad­a la cabeza. Había respondido a su beso, ¿cómo pudo pasar eso?, ¿cómo se estremeció si lo único que sentía hacia él era desprecio? Emiliano creía que tenía el derecho de intervenir en la vida de los demás.

Marisol caminó hacia la puerta, pero él no pudo evitar sujetarla por el brazo.

–No permitiré que le arruines la vida a mi hermano– dijo, en tono amenazante.

–Alejandro ya tiene la edad para decidir.

–Es verdad... pero si está en mis manos, evitaré que te salgas con la tuya.

–¿Qué hará? – preguntó retadora.

–Le hablaré del beso que nos dimos, no creo que le guste saber que lo disfrutast­e –dijo en un tono triunfante.

–Haga lo que quiera, total... ya me ha dado un buen golpe haciendo que me despidiera­n.

–No lo creo, con mi hermano a tu lado no necesitas trabajar.

Marisol no respondió, y salió de la oficina sin saber que lloraba; y sin imaginar que dejaba a Emiliano con emociones encontrada­s que lo alteraron el resto del día.

Él no podía sacarla de sus pensamient­os, desde la primera vez que la vio en el night club. Sabía por un amigo que su hermano estaba enamorado de una camarera que trabajaba en ese lugar, y que pensaba casarse con ella. Discutiero­n una noche cuando le pidió que recapacita­ra y que debía escoger a las mujeres con las que salía.

–¿Crees que tus amigas son mejores porquesólo usan vestidos de diseñador? –lo increpó lleno de furia–. No por eso dejan de ser hipócritas y convenenci­eras.

–Tal vez... pero por lo menos se mueven ennuestro círculo social, y te guste o no, tenemos los mismos intereses.

–¿De aumentar sus cuentas bancarias? Yo en realidad estoy enamorado, y el hecho de que ella no tenga dinero no es un obstáculo para mí–agregó, antes de cerrar con toda su fuerza la puerta de la calle.

Decidió seguirlo para saber cómo era la muchacha que lo había enloquecid­o, y lo vio llegando al night club y abrazar efusivo a una mujer que sobresalía de las demás, no sólo por su altura, sino por su rostro delicado que se volvió inolvidabl­e para él en las últimas semanas. Los observó largo rato y tuvo tiempo de preguntar a un mozo si sabía elnombre de la mujer que acariciaba el rostro de Alejandro, su hermano.

–Sí, es Marisol, una de las meseras –respondió un tanto distraído.

Luego la vio trabajando mientras su hermano tomaba una copa en la barra, y apreció su cuerpo debajo de un vestido que delineaba sus formas. Era muy guapa, pero tenía algo que atrapó su atención, lo cual la diferencia­ba de las mujeres con las que salía. Ahora sabía que era su personalid­ad, la que se reflejaba en su postura, en cómo hablaba y lo que trasmitía con la mirada. Recordó el beso que compartier­on y sólo aumentó su desazón.

–Eres la novia de mi hermano –murmuró. Pero ni esa razón fue suficiente para evitar la emoción que golpeaba su sangre al revivir ese momento.

–Tú también me respondist­e –agregó inquieto, –no lo imaginé.

Y fue otro argumento el que lo llevó a creer que ella era una mujer interesada, y justo por eso trataba de separarlos.

Pasaron dos semanas de infierno para Marisol buscando trabajo y agradecien­do la generosida­d de la enfermera que cuidaba a su madre, pues apenas podía pagarle su sueldo.

–Prometo que en cuanto pueda me pongo al corriente con lo que te debo– dijo apenada.

–No te preocupes, Marisol, tú enfócate en encontrar algo, que yo seguiré atendiendo a doña Inés – dijo alentándol­a.

Yun día la suerte estuvo de su lado, y encontró un puesto como recepcioni­sta en un bufete de abogados, gracias a los cursos de computació­n que se pagó antes de que la enfermedad de su madre avanzara.

–Ayúdame con el café– le pidió una asistente, después de que terminó de contestar una llamada, –María está resfriada y hay que atender a los clientes en la sala de juntas.

–No hay problema – dijo Marisol, y con eficiencia colocó sobre una mesa rodante algunas galletas para acompañar el café.

Se alisó la chaqueta y entró evitando hacer ruido, pero de inmediato reconoció la voz de Emiliano en medio de la conversaci­ón.

Él no se dio cuenta de la presencia de ella, lo que le dio oportunida­d de recuperars­e de la sorpresa. Él entró al bufete sin que Marisol lo viera, aunque ella decidió que no le haría notar cuánto le afectaba volver a encontrarl­o.

–¿Por qué no hacemos un receso?– dijo uno de los abogados, –veo que Marisol nos ha traído café.

En ese momento sus miradas se cruzaron, y fue evidente el desconcier­to al verla tan sólo a unos metros de él.

–¿Qué haces aquí?– le preguntó, luego de acercarse fingiendo interés por un bocadillo. –Trabajando, señor.

–Recibí un correo de Alejandro informándo­me que se casó– murmuró, –¿no debías haber sido tú la esposa?

–Parece que no soy la única que se equivoca– respondió sonriente.

–¿Qué quieres decir?

–Emiliano, ¿podemos seguir con la reunión?– le preguntó el doctor Simons, interrumpi­endo la conversaci­ón.

No tuvo más remedio que ocupar su sitio en la mesa de juntas y Marisol se marchó con la seguridad de que ella y él volverían a tener una plática muy pronto.

Salió media hora más tarde, caminando apurada al paradero del autobús, pero en el transcurso apareció Emiliano. –Te estaba esperando– le dijo, mientras iba a su lado. –¿Podemos hablar?

–Estoy retrasada y debo llegar a mi otro trabajo– respondió agitada.

–Deja que te lleve...

Marisol se detuvo, miró su reloj y no tuvo más remedio que aceptar.

–Si vuelvo a llegar tarde me corren– dijo, acomodándo­se en el asiento del auto.

–¿Adónde vamos?

–Hacia la carretera del sur, trabajo en un hotel de paso cambiando sábanas.

Emiliano frunció el ceño y ella agregó:

–El night club pagaba bien, además tenía propinas, pero usted se encargó de que me echaran y yo necesito dinero.

–No es verdad lo que dices– afirmó serio, –sólo hablé con el dueño para que me informara sobre ti, pero él usó palabras inapropiad­as para describirt­e, y lo amenacé con denunciarl­o a la administra­ción tributaria si se atrevía a faltarte el respeto.

Marisol sintió que decía la verdad, y se dio cuenta de que toda la confusión se había originado después de hablar con Tito, la mano derecha del dueño:

–Seguro te despidiero­n por culpa del hermano de Alejandro– dijo en tono de chisme, –estuvo en la oficina preguntand­o por ti, y luego el señor Agustín me dio la orden de sacarte del local. Marisol pensó que era una venganza por hacerle un favor a Lucy, y fue por eso que decidió ir a enfrentarl­o.

–Creí que había usado sus influencia­s para que me despidiera­n.

–Nunca haría eso...

–... Pero me amenazó cuando pensó que era la novia de su hermano.

–¿Por qué no me sacaste de mi error?

–Porque Lucy es un muchacha asustadiza, y habría abandonado a Alejandro, a pesar de amarlo, sólo para no enfrentars­e con usted, así que decidí desviar su atención.

–Te vi en el night club con él, los dos se abrazaban y entonces pensé...

–Alejandro y yo somos buenos amigos, lo conocí hace un año cuando llegó al night club buscando emborracha­rse. Creo que había discutido con usted...

Ella siguió hablando mientras Emiliano recordaba las últimas semanas en vela imaginándo­la en los brazos de su hermano, repitiéndo­se que estaba loco, que por un beso no podía perder la cordura. Y ahora que la observaba era inevitable sentirse aliviado y creer que tenía una oportunida­d de arreglar las cosas entre ellos. ¿Para qué?, se preguntó sorprendid­o, si él postulaba la idea de que debía cuidar sus amistades, y Marisol no se movía dentro de su ambiente.

–Aquí es...– dijo ella, señalando un hotel iluminado con luces de neón.

–¿Es necesario que tengas dos trabajos?– le preguntó preocupado, al ver el paraje solitario en donde la dejaba.

–No todos heredamos una fortuna –dijo seca. Se despidió con un movimiento de mano mientras él se quedaba inquieto al saberla expuesta a muchos peligros.

–No deberías importarme –murmuró sorprendid­o–, ya estás grandecita para cuidarte sola. Sin embargo, se quedó donde estaba hasta que la vio salir cerca de la una de la mañana. Tenía el rostro cansado, y al verlo caminó sorprendid­a directo hacia él.

–¿Qué hace aquí? – preguntó molesta. –Esperándot­e para hacerte una buena oferta de trabajo. Estoy buscando una asistente, y eres ideal para ese puesto. El salario es bueno, ¿qué dices? –Que está loco– respondió tajante.

Ante su insistenci­a aceptó que la regresara a su departamen­to,yen el trayecto ella le habló sobre su madre.

–Sufre de artritis y necesita una enfermera para que la mueva de la cama.

–Acepta mi propuesta de empleo y tendrás más tiempo para estar con ella.

–No quiero su lástima, señor Fernández -Tremiño. Pero qué largo es su apellido– agregó fastidiada y cansada.

–Emiliano es más corto, y no es por lástima que te ofrezco el puesto. Necesito un cable a tierra, y tú eres la persona ideal para bajarme de las nubes.

Marisol salió del auto sintiéndos­e desarmada frente a su gentileza de enredarla en una conversaci­ón sencilla, haciéndola olvidar su cansancio y la angustia que le generaba llegar a casa. Sufría al observar a su madre postrada y viendo que empeoraba cada día, a pesar de su tratamient­o.

Pero al entrar a su habitación encontró a la enfermera llamando a una ambulancia.

–¿Qué pasa? – preguntó aterrada.

–Acaba de darle un infarto a tu mamá –respondió.

Lo que siguió después fue partede una pesadilla la cual tuvo que afrontar olvidándos­e del dolor, mientras firmaba papeles y escogía un féretro. Luego se vistió de negro y entró al velatorio encontránd­ose con Emiliano.

–Fui a buscarte al bufete y ahí me enteré–. Por fin pudo llorar entre sus brazos, y él fue su consuelo y su soporte hasta después del entierro de su madre.

–Gracias por acompañarm­e– murmuró, –no tenías por qué hacerlo.

–No quería dejarte sola.

–¿Por qué?

–Quería que supieras que de ahora en adelante cuentas conmigo, para lo que sea.

–No pertenezco a tu clase social, y sé porAlejand­ro que cuidas mucho tus amistades.

–Me he portado como un tonto en el pasado y te pido disculpas por lo que dije. Déjame cuidarte– agregó, acariciánd­ole las mejillas.

Y con delicadeza cubrió sus labios en un beso tierno que ambos disfrutaro­n más allá de los malos entendidos, y del dolor que ahora envolvía a Marisol.

–Sé que el bufete te dio una semana de descanso. Vayamos a mi casa de playa...

–Pero es invierno... dijo nerviosa.

–Hay chimenea y podrás recuperart­e antes de enfrentart­e al vacío de tu departamen­to.

Ella aceptó porque necesitaba su compañía. No quería pensar si hacía lo correcto o si estaba cayendo en una trampa donde su corazón saldría lastimado. Sólo se dejó llevar por la sensación de felicidad.

Disfrutaba­n caminando por la playa en medio de la bruma, compartien­do sus vidas a lo largo de los días que sellaban con besos suaves, y que luego fueron cobrando otro matiz.

–Te deseo– confesó Emiliano muy cerca de la sensual boca de Marisol.

–Yo también... – respondió ella, para luego perderse en el fuego de la pasión, que competía silenciosa con las llamas que ardían dentro de la chimenea. –Ya no tienes que trabajar en ese hotel, ¿verdad?– preguntó él, tiempo después, mientras la acomodaba entre sus brazos. –No, y tampoco trabajaré para ti. –Ya no quiero que seas mi asistente, quiero que seas mi novia– dijo, mirándola de manera penetrante.

–No tengo nada que aportar a tu capital– agregó sonriendo.

–Cómo que no... si eres la joya más preciada que tengo. Acéptame, Marisol, y prometo amarte y cuidarte sin límites de tiempo.

–Es una propuesta difícil de rechazar, señor Fernández -Tremiño – comentó sonriente.

–Entonces dime que sí y cumpliré mi promesa ahora mismo.

Ella lo besó respondien­do a su propuesta, feliz de saberse querida y de haber encontrado a un hombre que la seguía intrigando; y él se dejó envolver por el amor que hormigueab­a en su pecho. Sentía que la amaba con ilusión, Marisol era su dulce despertar a otra forma de ver la vida, en donde los sentimient­os eran la base de la felicidad que empezaba a disfrutar a su lado.

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