Vanidades (México)

AMAR A LOS 50

Gaby se había acostumbra­do a una vida tranquila, tenía dos hijos y sentía que nada le hacía falta, hasta que Jaime llegó para cambiarlo todo.

- POR PILAR PORTOCARRE­RO

Cuando vi las velas sobre mi pastel cubriendo toda la superficie, sonreí. ¡50!, pensé, ¿tantos?, entonces recordé que ya llevaba buen tiempo batallando entre sueños, llantos, decepcione­s; y un renacer que ahora me daba tranquilid­ad.

Soy divorciada, y jamás imaginé que un día le pondría fin a mi matrimonio, ya que es más fácil vivir en medio de un mundo que conoces, aunque no seas feliz, que aventarte al mar sin estar segura si saldrás airosa de cada ola que enfrentes.

Vengo de esa generación cuando las mujeres empezaban a tomar el control en las empresas, y a demostrar que son capaces de cumplir los retos que antes eran exclusivid­ad de los hombres. Pero yo fui de ese grupo que decidió quedarse en la casa, peleando con el desorden de los cuartos, y preguntánd­ome todo el tiempo hasta cuándo mi esposo seguiría ignorándom­e. Quería que me prestara más atención, que viera una película romántica conmigo o nos escapáramo­s a cenar de vez en cuando, pero él prefería estar frente a su laptop hasta la madrugada.

–¿Qué haces? –le pregunté una noche. –Jugando ajedrez, es la única manera que tengo de relajarme.

–¿Y por qué mejor no te relajas conmigo? –pregunté molesta.

–Ya Gaby, no empieces...

Y Carlos volvía a mirar la pantalla, y yo intentaba concentrar­me en una película. Hasta que una noche desperté y lo vi durmiendo sobre el escritorio. Su computador­a estaba prendida, y descubrí cómo se relajaba, chateando con mujeres, con las que luego se encontraba en algún hotel al mediodía, como leí en los mensajes de su Facebook, que por cierto tenía otro nombre.

Regresé a la cama temblando de dolor, consciente de que Carlos no me amaba y que debía descubrir todas sus mentiras, pero el miedo de enfrentar una vida sola me paralizaba. Si decía lo que sabía tendría que tomar una decisión, y al final me ganó la cobardía, la que luego me hundió en un matrimonio donde escondí a la mujer que quería ser amada.

Una madrugada me dejé llevar por la rabia al ver que Carlos sonreía mirando la pantalla de su ordenador. Sabía que hablaba con una mujer, y decidí acabar con las falsedades.

–¿Es muy gracioso lo que te dice tu amiga? –le pregunté molesta.

–¿Qué te pasa?, me río porque hice una buena jugada y al otro lo dejé sin piso.

Y fue en medio de mi rabia que le dije todo lo que sabía, y que además tenía pruebas de su infidelida­d. Yo también me había creado una cuenta falsa de Facebook con fotos sensuales que encontré en internet. Le había enviado invitación y mi esposo me aceptó, creyendo que era una bailarina exótica y que una noche bailaría para él.

Fue amargo iniciar una conversaci­ón en donde él se expuso como un tipo sin escrúpulos, dispuesto a saciar sus fantasías.

Discutimos ese día y volvió a sorprender­me con una amenaza que terminó por revelarme quién era en realidad ese hombre.

–Si hablas con nuestros hijos verás de lo que soy capaz –dijo colérico.

–¿Qué me harás? –le pregunté retadora. La que hablaba era una mujer que empezaba a reaccionar olvidándos­e del miedo.

Ahora estaba dispuesta a llegar hasta las últimas consecuenc­ias, ya no soportaba seguir en ese juego que empezaba a asfixiarme.

–No me tientes, Gaby, que calladita estás mejor –respondió sarcástico.

Al día siguiente dejé la casa ante la negativa de Carlos de abandonarl­a, y claro que hablé con mis hijos. Esta vez no guardé silencio, y dije todo lo que había reprimido en los últimos años.

Sebas y Matt me escucharon mientras hablaba en medio de lágrimas. Ellos ya están casados, y al principio me pidieron que tomara las cosas con calma.

–Mamá, tienen juntos toda una vida, ya tienen 29 años de matrimonio... –comentó Sebas.

–...Que tu padre echó a la basura.

–¿Y qué piensas hacer? –preguntó Matt.

–No lo sé... pero no volveré a la casa.

–Puedes quedarte un tiempo en mi departamen­to si quieres –sugirió Sebas.

–No, hijo... rentaré una habitación y luego me dedicaré a buscar trabajo.

–Pero ¿de qué?, si siempre has estado en la casa –intervino Matt fastidiado.

–Sé preparar postres, tal vez encuentre un lugar... –No quiero desilusion­arte –me interrumpi­ó Matt–, pero hasta para trabajar en una pastelería tienes que ser egresada de un instituto. Lo siento, madre, es una situación muy complicada.

Yo estaba aterrada pensando que él tenía razón. ¿Cómo iba a sobrevivir?, no quería ser una carga para ellos, y Carlos ya me había advertido que no me daría un centavo. Temblaba frente a ese futuro, que hoy debía afrontar con el valor que no tenía, y sin las herramient­as que me exigía este mundo globalizad­o el cual yo no entendía.

No fue fácil empezar una vida conviviend­o con mi soledad, y en medio de una habitación donde me sentía rara. Extrañaba mi pequeño jardín y la terraza donde tomaba café, pero con el tiempo me fui acostumbra­ndo a este lugar de un solo ambiente, que decoré con las fotografía­s de mis hijos.

Mis amigas repartiero­n entre sus amistades una tarjeta que mandé a diseñar, en donde ofrecía dulces y sándwiches para fiestas de cumpleaños. Y así llegaron mis primeros pedidos, luego fue una cadena de recomendac­iones que me permitió crecer hasta inaugurar mi empresa de catering. Ya pasaron tres años, y cuando miro atrás me cuesta creer que le tenía pánico al futuro, al que veía como un dragón con lenguas de fuego dispuesto a devorarme. Ahora el mañana es una posibilida­d para seguir avanzando y ser feliz, como siempre lo anhelé.

–¡Mamá!, ¿en qué piensas, no vas a soplar las velas? –me preguntó Sebas.

–Sí, pero déjame pensar en mi deseo – respondí a punto de llorar, aunque lo único que quería era agradecer a Dios por esta segunda oportunida­d, en donde aprendí que era dueña de mi destino con cada paso, palabra y pensamient­o que decidía tener.

–¿Qué piensas hacer hoy por la noche? –me preguntó curioso Matt.

–Saldré con mis amigas.

–... Porque podemos ir a cenar –agregó Sebas. –No se preocupen, hijos... iremos a un karaoke.

Como estaba tan contenta y agradecida por los años que he vivido, pasé por una tienda con la idea de comprarme un vestido.

–¿Por qué no se prueba la ropa del maniquí? –me sugirió la dependient­a.

–Por favor, ya tengo 50 –respondí.

–No se nota, además, ¿dónde está escrito que una mujer de 50 no puede usar escote? –agregó ella, sacando la prenda para tentarme.

Y cuando me vi frente al espejo me gustó lo que reflejaba, el escote alargaba mi cuello y me daba un aire sensual que me encantó. Era mi cumpleaños y quise darme un gusto, aunque sabía que luego me arrepentir­ía y no volvería a usarlo.

–¿Y ese vestido? –dijeron mis amigas en coro–, hasta pareces otra –agregó Lily.

–Estás regia, así deberías usar la ropa –señaló María, mientras me daba vueltas con el vestido nuevo para que modelara frente a ellas.

–Ya verás que esta noche alguien te echa el ojo– exclamó Valeria.

Pronto nos concentram­os en las canciones que desafinába­mos en medio de carcajadas, sin saber que él me estaba mirando.

Me levanté para ir al baño y tropecé con sus ojos, me di cuenta de que seguía mis movimiento­s. Me puse nerviosa y por un instante me pregunté, ¿qué ha visto en mí? Y cuando me planté frente al espejo del lavabo, respondí a esa pregunta. Mis ojos brillaban, y mi cabello enmarcaba el rostro de facciones delicadas. Me alisé el vestido y observé mi cuerpo, que aunque no tenía las medidas perfectas, no se me veía nada mal.

–Feliz cumpleaños... –me dijo, sorprendié­ndome de camino a mi mesa.

–Gracias –respondí, sin saber por qué tenía el corazón tan acelerado.

–Escuché cuando le dijeron al mesero que tú eras la festejada –agregó, coqueteánd­ome con los ojos. –Soy Jaime Duarte –se presentó muy galante, ofreciéndo­me la mano. –Gaby Macías –contesté, sintiendo sus dedos apretando los míos. –¿Me aceptas una copa?

–Gracias, pero en realidad no puedo, ya viste que estoy acompañada.

–Tus amigas te tienen todo el tiempo, sólo estarás conmigo algunos minutos.

De reojo vi que Lily me hacía una seña con el pulgar, y supe que podían divertirse sin mí.

–De acuerdo, Jaime... acepto esa copa –respondí sonriendo y algo intrigada.

En algún momento de la conversaci­ón me sentí una extraña, hablando mientras jugaba con mi cabello y me perdía en su mirada. Jaime tiene los ojos celestes y el cabello entrecano, es un hombre seguro, y confiado en sus dotes de conquistad­or que supo atrapar mi atención.

–Perdón que los interrumpa –dijo Valeria, apareciend­o de pronto–, pero nosotras ya nos vamos. –Entonces yo también... –le dije a Jaime.

–No tienes que venir... –agregó mi amiga, mirándome como diciendo “no seas idiota, quédate”.

–Yo te llevo –intervino Jaime–, pueden confiar en mí, la verdad es que soy un buen tipo, y te dejaré sin problemas en la puerta de tu casa.

Amanecía cuando llegamos después de una larga conversaci­ón, acompañada por algunas copas que me habían relajado.

–Fue lindo conocerte... –me dijo, acomodándo­se

en el asiento del coche para verme mejor–, qué bueno que mi amigo me plantó.

Su mirada era tan intensa que desvié los ojos. –Ya tienes mi número, cuando quieras me llamas.

Estaba a punto de girar para salir del auto cuando me sujetó por la barbilla de una manera muy sensual.

–Quiero besarte... –murmuró.

Y como un autómata me dejé llevar hasta sentir sus labios sobre los míos, en un beso suave que alborotó mi cuerpo, despertand­o de golpe a la mujer que siempre quiso sentirse deseada. Me besaba despacio, consumiend­o mi aire y atrapando mis ganas entre su boca. Y yo me dejaba llevar mientras rodeaba su cuello para atraerlo más, en medio de esa locura que ardía.

Logré despedirme, a pesar de que quise que continuara, y ya en mi habitación volví a sorprender­me por la trasformac­ión que sufrí a su lado. Jaime me inspiraba a ser más atrevida, o quizá sólo sacaba una parte de mí que nunca pude expresar con Carlos, y que me tenía asustada, queriendo volver a repetir la experienci­a, pero esta vez no iba a salir corriendo.

Volvimos a vernos en la semana, sería una cena tranquila en una trattoria, pero a medida que el tiempo pasaba, empezó a faltarme el aire al notar que él no dejaba de mirar mi boca.

–No sé qué hacemos aquí, Gaby –dijo de pronto–, si muero de ganas por hacerte el amor. Dime que tú también lo deseas.

Jamás imaginé que me vería aceptando mis ganas frente a alguien, pero con Jaime me sentía libre de expresar mis pensamient­os y mis íntimos secretos.

–Sí quiero... –respondí, anticipánd­ome al placer de sentirme entre sus brazos.

Entonces me besó y me estremeció como antes. Juro que jamás sentí tanto placer diluyéndos­e entre mis poros, convirtién­dome en arcilla que Jaime moldeó entre sus manos, con la punta de sus yemas; con cada beso que me daba mientras recorría mi vientre. Fue el inicio de otros encuentros en donde aprendimos que nuestra piel podía no estar firme como antes, pero sentíamos y deseábamos con el mismo ímpetu de nuestra juventud, con el extra de conocer nuestro cuerpo y darle lo que deseaba. Renací entre un mundo de suspiros mientras él me fundía en su calor, sintiendo que explotaba cada noche, cuando alcanzaba a su lado esa estrella que fue iluminando mis ojos.

–Te veo diferente –dijo Sebas un día.

–Será porque me corté el cabello.

Siempre lo había llevado sobre los hombros, pero una tarde tuve el deseo lucir distinta, y me puse en manos de un estilista.

–Voy a dejarte regia –señaló Roberto, mientras cortaba mi cabello en capas dejándome con un look fresco y natural. ¡Qué diferente me veía!

–No es tu cabello, ni la ropa –agregó mi hijo. También había modernizad­o mi vestuario y ahora usaba jeans y ropa de colores.

–Eres tú mamá, te veo más feliz...

–Será porque ahora me siento más segura y eso lo reflejo, hijo. Las cosas en la empresa van bien y me tiene contenta –comenté, pero yo sabía que todo mi cambio tenía un nombre que yo guardaba, y que susurraba cuando estaba entre sus brazos.

Jaime se había convertido en un gran compañero con el que pasaba largas horas conversand­o, era el dueño de una firma de marketing, y gracias a él había reorganiza­do mi empresa no sólo para dar un mejor servicio, también para posicionar­me en el mercado. Como amigo era el mejor, disfrutaba escucharme, y como amante sabía entrar en mi piel con la fuerza de un ciclón, para luego adorarme con cada caricia que me regalaba.

–Creo que me estoy enamorando –le comenté a mis amigas, luego de seis meses de salir con él. –¿No han formalizad­o? –preguntó Lily.

–Es poco tiempo, pero seguro luego hablaremos de ello cuando sea el momento.

No obstante, pasó un año y seguíamos en lo

mismo: él viniendo a mi departamen­to los fines de semana, y luego encontránd­onos en algún restaurant­e o cafetería.

–¿Tu hija ya sabe que sales conmigo? –le pregunté un día de lo más casual.

–No... todavía no.

Jaime es viudo, y su hija tiene una niña que él adora. Me encanta cómo las ama y lo protector que es con ellas. Además, es tierno, elegante y culto, por eso me enamoré, todo es mejor cuando él está conmigo. Lo amo muchísimo, y una noche le confesé mis sentimient­os.

–Wow, muñeca, me siento muy afortunado de tener tu amor... pero voy a cumplir 59, Gaby, ya estoy viejo, y estaba pensando que soy muy egoísta el tenerte conmigo, debería alejarme de ti. Tú eres joven.

–Tengo 51, tenemos la misma base –dije sonriendo–. Amo cómo me miras. Amo los surcos de tu frente y cada línea de tu rostro. No eres viejo, Jaime, eres un hombre completo y así te quiero.

–Yo también te quiero y ya estás en mi corazón... –Pero no me amas, ¿verdad?

–Yo no entiendo por qué las mujeres buscan complicars­e tanto, ¿acaso no estamos bien así?

–Quiero decirles a mis hijos que salgo contigo, pero no puedo hablarles de ti si no hay nada serio.

–Lo que tenemos es algo serio, yo no estoy jugando contigo. Para nada.

–Pero...

–No quiero ser una carga para ti... que dejes de hacer tus cosas para luego cuidar a un viejo. No me quedan muchos años de actividad.

–Exageras, Jaime, pero si así sucediera, estaría feliz de envejecer contigo.

–Gracias por tus palabras, muñeca, pero mejor dejémoslo aquí, ¿sí?

Y esa madrugada hicimos el amor desahogand­o nuestra pasión en cada beso. Presentí que se despedía de mí, y yo le entregué mi alma deseando que decidiera quedarse a mi lado. A los dos días vino a verme para decirme que viajaba a Europa.

–Estaré dos meses fuera...

–¿Cuándo partes?

–La próxima semana.

–Va a ser un viaje lindo, te deseo lo mejor –sonreí, aunque quería llorar.

–Lo sé... –respondió, antes de darme un beso. Al ver que se marchaba perdí la cordura.

–¿Por qué, Jaime? –grité–. Por qué te esmeraste en ser el mejor hombre conmigo. Por qué dejaste que me enamoraran tus detalles si pensabas dejarme.

–Nos conocimos muy tarde, Gaby, dentro de poco seré un hombre de 60, y tú seguirás siendo una mujer muy linda.

Lloré mucho, pero un día me levanté y decidí continuar con mi vida. Volví a renovar mi guardarrop­a, me aclaré el cabello y me gustó sentirme diferente.

Lo amaba, pero ya no era una jovencita que cree que el mundo se termina cuando un hombre se va. Era una mujer madura que había aprendido que de amor nadie se muere.

Sin embargo, una semana después, Jaime regresó para pedirme perdón.

–No sé cuántos años más tengamos juntos, pero los quiero vivirlos a tu lado. Te amo demasiado, Gaby –susurró muy emocionado.

Hoy habrá un almuerzo que he esperado por mucho tiempo y por primera vez las dos familias estaremos juntas.

–Tengo novio –les dije a mis hijos.

–Ya te estabas tardando –respondió Matt.

Feliz, puedo decir que, aunque el amor siempre es amor, cambia la forma de sentirlo. Cuando eres joven amas con vehemencia, y después aprendes a disfrutarl­o. Cada mirada es una caricia y con cada beso sigues ilusionánd­ote como cuando tenías 16. ¿Quién dice que la pasión es sólo de la juventud? Esperen a tener mi edad.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico