Una telaraña ante los ojos
Descubramos como la percepción de la realidad distorsionada por las emociones nos invade.
Hay momentos en los que quisieras salir corriendo, gritar y golpear cualquier pared. ¿No les ha pasado que son un volcán a punto de estallar? Pues es así como me sentí en un momento de ira y frustración.
Fue una mañana cualquiera, desperté sin ganas de ir a la escuela, todo me irritaba emocionalmente, no sabía si desayunar o dejar el plato lleno en la mesa. ¡De repente! Mis papas comienzan a discutir, mis hermanos y yo sentados en el gran comedor, escuchando como sus voces llenas de coraje atravesaban nuestros oídos agudamente. ¿Miedo? ¡No! ¿Coraje? ¡Mucho!.
Los tres hermanos comenzamos a gritarle a mamá, con dos finalidades, detener la discusión y evitar llegar tarde a la escuela.
Yo ya no sabía qué hacer, si desde mi cama comencé a sentirme incómodo, molesto, odioso y sumando lo que ocurría con mis papás, me sentía como un volcán a punto de estallar. ¡Si! Los problemas existenciales de mi vida se agraviaban según cada suceso qué ocurrida durante el día.
Ya durante clases era imposible concentrarme, era un gran reto poder fluir y obedecer.
Los maestros quejándose de todo mi grupo de clase, mis compañeros insultando a compañeros ¡mi tolerancia estaba en el suelo!.
Pacheco, nuestro profesor de historia, un hombre inteligente, alto y de mucho mundo, puso un alto al bullicio y mal comportamiento de todos, comenzó a explicar el por qué era tan importante mostrar un poco de cordura y buena conducta.
Ya tranquilos, nos dio la institución de formar una fila para la revisión de trabajos finales. Yo por supuesto traía mis trabajos, cumpliendo con todas las reglas que se nos impusieron.
Durante la final, solo escuchaba a Jáuregui molestarme, hablar mal de mi, interpretando mi sexualidad con un todo irónico y despectivo. En ese momento, mi sed de explotar como
un volcán reapareció, todos los problemas en casa, mi temperamento cambiante, mi frustración e ira, comenzaron a conectarse y sin dudar dos veces, volteé hacia él y mi reacción fue fatal.
Había golpeado a un compañero, toda la clase quedó pasmada, yo por supuesto ¡reaccioné! Me di cuenta de lo mal que estuve en segundos, traté de pedir disculpas, pero ya era tarde.
En ese momento entendí la poca capacidad que tenemos los seres humanos en la adolescencia para controlar nuestras emociones, fue en aquel instante que decidí primero hablar sobre mis sentimientos para evitar actual bajo un estado de ceguera emocional.