Vogue Hombre

EL TRAJE PERFECTO

La moda masculina puede estar dando uno de LOS VUELCOS MÁS INTERESANT­ES de las últimas décadas, pero ciertos clásicos permanecen inmóviles, y que bien que sea así

- — José Forteza

La alta sastrería, como los buenos clásicos, sigue más vigente que nunca.

En la calle Saville Row de Londres, el bespoke deja de ser algo de lo que hablamos para convertirs­e en el testimonio tangible de lo que se ha convertido en la esencia del lujo a la hora de hablar de la moda masculina. Allí están la prestigios­a Anderson & Sheppard y Gieves & Hawkes, una decana que abrió sus puertas en 1771. De sus talleres salen piezas confeccion­adas totalmente a mano y con parámetros de rigor absolutame­nte estrictos y establecid­os. La realidad es que no muchos tienen acceso a esas confeccion­es que, con justicia, suelen ser tan costosas como las creaciones haute couture en el mundo femenino. El proceso del bespoke se inicia con un minucioso mapa del cuerpo del cliente a través de la toma más meticulosa de sus medidas, que se traduce a un patrón único y exclusivo con el que se realizarán las prendas que elija, no importa cuál sea su diseño. Una vez que está lista esa etapa, llega el momento de dejarle saber al sastre lo que se quiere, para llevar cuándo y en qué ocasión, en qué temporada y bajo qué condicione­s climáticas. Una prenda bespoke siempre es reflejo del carácter, el estilo de vida y las aspiracion­es de quien la lleva. Pero ¿cómo empezó todo eso y qué lo llevó a tal estatus de exclusivid­ad? A lo largo de más de dos siglos, las principale­s manos dedicadas a la costura masculina fueron emergiendo como un emblema de perfección. Los nobles británicos, por supuesto, se encargaron de nutrirlos con su demanda y crearon la elite de maestros cortadores, que comenzaron a imponerse como máxima autoridad a través de su destreza para crear patrones originales que nunca compartían con sus competidor­es. De hecho, tomaban a sus aprendices y los retenían con el mayor celo para perpetuar sus “fórmulas” artesanale­s. Igualmente, selectivos fueron —y son— con sus materiales. La primacía de uno sobre otro fue desde siempre parte de la astucia para encontrar esos proveedore­s que les proporcion­aran tejidos realizados exclusivam­ente para ellos. Lo que en un inicio significab­a importar de sitios lejanos y, con frecuencia, exóticos, derivó en la creación de géneros y mezclas únicas para cada casa. Se explica así que ese nicho se haya convertido en el escalón más alto cuando hablamos del traje perfecto. Pero no hay que desesperan­zarse si no llegamos hasta ahí. Por supuesto, la mayoría estamos felices con un traje bien cortado que nos destaque lo mejor de nuestra anatomía y disimule lo que no nos tiene tan contentos. La categoría de “hecho a medida” está para eso. Fíjense en los actores de aquellas películas del siglo pasado, desde Valentino hasta Redford, que lucen impecables. De eso se trata.

Como en el caso del traje bespoke, en este peldaño se puede crear un traje único y a gusto del comensal, con elección del tejido, el tipo de cierre, los pespuntes, los ojales, la anchura y forma de las solapas, el tamaño de los bolsillos o la altura del cuello. La diferencia es que todo se hace sobre un patrón general previament­e hecho que se personaliz­a, a diferencia de los más exclusivos, que exigen patrones únicos. En cuanto a la confección, el traje a la medida requiere un mínimo 10 horas de trabajo entre cada una de las tres pruebas que se realizan después de confirmado el diseño, el color y los materiales. En la primera, está el traje hilvanado, frecuentem­ente sin cuello ni ojales. En la segunda, ya están todos los elementos, pero el sastre necesita ver qué necesita corregir sobre su modelo. La última, ya es el traje acabado, solo para colocar detalles. En los “hechos a la medida”, el proceso se simplifica. Habitualme­nte se hace una sola prueba previa, con la prenda ya terminada, y se rectifica cualquier imprecisió­n.

De cualquier manera, el resultado es excepciona­l, aun si su realizació­n es menos artesanal. Las ventajas están en términos del tiempo de confección y los costos considerab­lemente menores, pues una gran parte es industrial, en cuanto a armar las piezas, coserlas y llevarlas al acabado. Hay una tercera vertiente muy de la era millennial. Conocida como “Su Misura”, esta modalidad —que toma su nombre del italiano fatto a su misura (sin el fatto, que le compromete como hecho a la medida)— incluye la elección de un material entre un catálogo más o menos amplio y un modelo entre varios preconcebi­dos. Se administra­n después algunos cambios como el cierre de uno, dos o tres botones, simple o cruzado, con una o dos aberturas, los tipos de bolsillos y la solapa. El patrón es estándar y solo se rectifica de acuerdo con la talla de quien lo va a llevar, pero hay opciones de detalles para hacerlo más personal. Este es el escalón que nos separa, en su primera y más elemental instancia, del pret-à-porter, o sea, el traje que encuentras en la tienda con las tallas regulares y los estilos estandariz­ados... Ya tienes el ABC para tu traje perfecto. La elección queda en ti.

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LA NOSTALGIA POR LOS AÑOS 70 HA INFLUENCIA­DO LA SASTRERÍA MÁS ACTUAL.
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EL TRAJE MODERNO SE EXPRESA CON NUEVAS TELAS Y ESTILOS. TODO DEPENDE DE CÓMO Y CUÁNDO LO QUIERAS LLEVAR.
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