Cerca del sol,
Los días de calor nos piden platillos VIBRANTES, frescos y ligeros. Es el momento de los manjares rápidos y fáciles, tan sencillos como ESPLÉNDIDOS, que rindan homenaje al rey Sol, a la reina Mar
Los días de calor nos piden platillos vibrantes, frescos y ligeros. Es el momento de los manjares tan rápidos y fáciles como espléndidos.
La vida es un regalo asombroso. Es tan fácil perder esto de vista; cada día llega con sus propios afanes, y cada uno puede parecer tan igual al anterior. Es algo así como la familiaridad y cercanía con nuestro amor correspondido, que nos impide verlo de lejos, percibir así toda su guapura y magnetismo; hace falta que vuelva de un viaje para ver lo afortunados que somos de tenerlo. Del mismo modo, cuando llega el verano nos damos cuenta con todos nuestros sentidos de lo espléndido que es tener un cuerpo y vivir en este planeta. Tenemos la sensación de que vivimos sobre un lugar estático que periódicamente se enfría y se calienta, cuando el verano significa –nada más y nada menos– que uno de los hemisferios de la esfera en la que viajamos en órbita alrededor del Sol a 110 mil kilómetros por hora se está acercando a esta estrella ardiente. Sí, olvidamos que el universo, y nuestra presencia en él, es excepcional. Es solo cuestión de recordarlo, y el verano ayuda; sentimos cuán fantástico es tener un cuerpo cuando se acercan las promesas de los días de playa, de los hombros bajo el sol, de la desinhibición que el calor provoca.
Cuidar nuestra capacidad de sentir entusiasmo en un día como otro es tal vez lo más importante que podemos aprender. Amar la vida es algo que se cultiva; es una práctica. Para mí, cuidar lo que ponemos en la mesa, los momentos en el día en que nos detenemos para alimentarnos, es una parte esencial de esta práctica. En verano, pasar horas encadenados a una cocina caliente no contribuye para nada a este entrenamiento del disfrute. Dejemos para tiempos fríos las recetas laboriosas, que nos dan una excusa para estar cerquita del fuego; cuando calienta el sol debemos cocinar de manera astuta. De lo que se trata en verano es de transformar con sensatez unos cuantos ingredientes en un manjar sencillo y sublime, que nutra el cuerpo con delicadeza y estimule el espíritu. Si no es necesario ni prender la estufa, mejor aún; para el verano, el maravilloso Nigel Slater propone unos rollitos de salmón ahumado rellenos de salicornias (espárragos de mar) y envueltos en tiras traslúcidas de pepino. Ina Garten, otra reina hedonista, sugiere un tartare de aguacate y tuna fresco con aceite de oliva, jugo de fruta y ralladura de limón, wasabi, salsa de soya y chile pimiento. Me prometo a mí misma aprender a hacer un tiradito apaltado (pescado crudo con olio, alcaparras y aguacates, al estilo del Canta Ranita, en Lima). Es un plato que me hace sentir inspirada, fuerte y ligera: todo lo que el verano requiere. Y si te haría feliz que también haya algo del calor en el sol del plato, una pasadita del pescado por el fuego es todo lo que se necesita. Con solo pocos minutos con el cuchillo y la estufa puedes poner en la mesa una simple exquisitez, como un pescado a la plancha acompañado de rodajas de frutos cítricos, o de ejotes cocinados, en una ollita tapada, con la inmejorable compañía de mucha mantequilla y un poquito de sal. También puedes dejar que el horno haga el trabajo por ti: toma peces relativamente pequeños, úntalos por dentro y por fuera con mantequilla, sal y hojas de salvia, y hornéalos unos veinte minutos, hasta que un tenedor pueda separar sin esfuerzo alguno la carne tierna. Todas estas son excelentes maneras de recordar que vivimos en un planeta hermoso, bendecido con una masa de agua salada llamada mar, y que estamos, por un tiempo, más cerca de una estrella.