Long live the ROYALS
En el lado oscuro de la era digital la paciencia se acorta. Las sociedades se segmentan, se polarizan e INCREMENTAN sus demandas. La realidad se distorsiona. Ante este panorama, en parte, es que la democracia vive su peor crisis y los políticos sus momentos de GLORIA más acotados
Mientras, nuevas o sobrevivientes ideologías se cuelan como agua en los agujeros que el poder o las modas vigentes presentan. No es que antes no existieran agujeros y hasta hoyos negros, no obstante, era más complicado observarlos y más tardado rellenarlos. En nuestros tiempos, el populismo y la monarquía, por ejemplo, encuentran oportunidades en lo político y en lo social.
Dejando para otra ocasión el populismo, podemos decir que una monarquía no es un sistema que se inventaría hoy en día, sin embargo, sí es un sistema que tiene posibilidades de sobrevivir sin necesariamente amenazar el futuro de la democracia. Esto porque no ostenta tanto poder como lo hacía previo a las revoluciones y las dos guerras mundiales, aunque sus líderes, quienes han sabido modernizar la institución de manera hábil y sutil, tienen algo qué decir.
Entonces Meghan Markle, una declarada feminista y de madre de origen afroamericano, es la atractiva figura que la reina Isabel II deja entrar a la familia real; la misma reina que abrió las puertas del Palacio de Buckingham al público (1993), la misma que paga impuestos y se lanza —a los 86 años de edad, y a lado del sexy James Bond— desde un helicóptero durante la inauguración de las Olimpiadas, Londres 2012. Su colorido look no proviene de un gusto personal, sino de una astuta indicación de marketing que sabe que así ella será inevitablemente, en público, el centro de atención visual.
Los números de seguidores van incrementando. La boda de Kate y William (2011) fue vista en televisión por casi 23 millones de personas en el mundo, y la de Harry y Meghan (2018) superó los 29 millones. Al día siguiente de haber inaugurado su cuenta oficial de Instagram, Meghan y Harry tenían 2.4 millones de seguidores. Su primer post: un millón de likes. Mientras Theresa May renuncia como primera ministra y suelta lágrimas que provocan memes en redes sociales, el pueblo disfruSegunda ta los primeros gestos del bebé real de raza mixta. Estamos presenciando el fracaso de la segunda mujer primera ministra de Inglaterra, y asimilando que no se tiene que ser blanca para ser princesa.
Citando otro ejemplo, en abril pasado, el emperador Akihito, descendiente de la diosa del sol Amaterasu, y muy respetado entre los japoneses —por acercarse a los ancianos, discapacitados y a los afectados por desastres naturales, y por comunicar constantemente en sus discursos remordimiento por las atrocidades cometidas por su país durante la Guerra Mundial, entre otros muchos actos que elevaron la moral de la realeza nipona— abdicó para solo aumentar su popularidad.
En el lado lucrativo de la era digital, el sentido de aspiración y admiración llegan a rincones nunca antes vistos. El royal-watching, detonado por los medios masivos de comunicación en el siglo XX, ha cobrado hoy dimensiones insospechadas. Las fotografías que en los 80’s Diana de Gales se dejó tomar por Mario Testino, o que Carolina de Mónaco por Helmut Newton, y que alcanzaban a los medios impresos, generando fascinación, fueron solo el comienzo de una batalla por ganar. Hoy en día, la realeza británica tiene activas cuentas oficiales en Twitter, Instagram, Facebook y Youtube. Y así una imagen del príncipe Harry practicándose la prueba del VIH se vuelve viral antes de que el príncipe salga del laboratorio siquiera. Las redes sociales son tan importantes para la monarquía como cualquier ceremonia pública. Así lo entendió la británica desde 2015, cuando puso no solo mayor énfasis en ellas sino toda una estrategia de comunicación. Con tantos puntos a favor, podría pensarse que en Buckingham se preparan para su próxima crisis: la coronación del hoy poco carismático Charles. Mientras sucede esto, nos quedamos con la firme idea de que hoy la política tiene más qué
une.·LAURA ver con lo que divide, mientras que la monarquía, confirma un antiguo cortesano de la Reina Isabel II, con lo que