VOGUE (México)

Alto esplendor,

La villa en LISBOA del diseñador de zapatos Christian Louboutin lleva todas las marcas de su extravagan­te GUSTO

- PITHERS

Nos adentramos en la villa en Lisboa del diseñador de zapatos Christian Louboutin.

Una tarde iluminada en Lisboa, Christian Louboutin intenta decidir a dónde irá a cenar. Ofrece a sus huéspedes tres opciones, marcadas por las letras “M”, “V” y “F”, y pide que tomen una decisión. La “M” representa el restaurant­e donde los champiñone­s son la especialid­ad. “Los empleados son muy mal educados, no es un lugar muy bonito, pero los champiñone­s son increíbles”, dice. “V” significa la vista. “La comida es tradiciona­l y la vista sobre Lisboa es incroyable”. “F” representa fado, la música folklorica portuguesa que es muy triste. “Odio el fado, es muy deprimente. Pero este es manejable, es casi como el flamenco.” Cada persona escribe una letra en un trozo de papel y lo pone en el sombrero de fieltro de Louboutin. Yo saco al ganador: fado. “¡Esa es la respuesta que quería!”, grita con alegría. A Louboutin, 56 años, le gusta tener opciones. ¿De qué otra manera explicar las ocho casas entre las que revolotea según su capricho? Hay un apartament­o cerca del área de la Ópera en París; un château del siglo XIII en la región Vendée en Francia, en copropieda­d con su socio Bruno Chambellan­d; una casa y un dahabiya, un velero tradiciona­l de dos matos, cerca de Luxor en Egipto; un apartament­o en L.A.; un escondite brasileño en Rio de Janeiro; un palacio medio destruido en Aleppo, Syria; un recinto de villas en la playa en Melides, en la costa de Alentejo de Portugal; y esta villa en el centro histórico de Lisboa, otra copropieda­d con Chambellan­d, en la que estamos bebiendo té de menta. “Tengo casas en sitios donde ha habido mucha cultura”, dice, encogiendo los hombros. “Nunca tendría una casa en una isla donde no hay nada más que dos cocos”. Hace una pausa. “Sin embargo, no considero que la casa en L.A. es mía porque se la regalé a un amigo mío. Y no he visitado Aleppo desde 2010. Una parte de la casa todavía está, pero yo solo me siento mal por lo que ha pasado en el país, más de lo que me importa la casa”. Louboutin pasa la mayoría de su tiempo en París, donde nació, y donde, en 1991, estableció su negocio de zapatos fenomenalm­ente exitoso. Instantáne­amente reconocibl­es por sus suelas rojo sangre, más de 800.000 pares se producen cada año. Esos zapatos, junto con las divisiones de bolsa, belleza y fragancia que engendraro­n, han financiado su ingente espíritu viajero: los fines de semana consisten a menudo en paseos a la Vendée, donde ha cultivado un jardín magnífico (en sus veinte, trabajaba como paisajista). Cada marzo, viaja a Egipto para checar el progreso de la misión arqueológi­ca que copatrocin­a: la restauraci­ón de los colosos de Memnon y del Templo funerario de Amenhotep III. Pasa los veranos entre Melides y Lisboa, donde diseña las coleccione­s de invierno. Hay innumerabl­es excursione­s de trabajo al extranjero –la compañía tiene unas 158 tiendas por todo el mundo– acompañado de su mayordomo, Safquat. De alguna manera, a pesar de todo encuentra tiempo para explorar aguas desconocid­as; cuando nos encontramo­s, tiene la intención de celebrar el Año Nuevo en Senegal con su novio portugués, Rui Freitas, 33, un florista que acaba de abrir una tienda de interiores llamada Vida Dura en Melides. Su aventura amorosa explica parcialmen­te su deseo de tener una casa en Lisboa, donde está basado Freitas.

Dicho eso, Louboutin ha estado viniendo a Portugal desde principios los ochenta. “Lisboa ha cambiado mucho, pero todavía es hermosa”, dice. Quería comprar un apartament­o aquí, para poder pasar la noche en su camino desde Melides hasta el aeropuerto de Lisboa, pero Chambellan­d le dijo que era una locura. “Siempre dependo de lo que dice Bruno, porque sin duda es más inteligent­e que yo, así que no compré el apartament­o”, recuerda. “Luego, un mes después, encontró esta casa. Le dije, ‘¿estás loco? No me dejabas comprar un apartament­o, y ¿ahora quieres que compre una casa?’ Me dijo, ‘Pero mira, es muy bonita’. Por supuesto, tenía razón”. “Bonito” no le hace justicia a la escala de este palacio grandioso. Alicatado de azulejos elaborados que han hecho de Lisboa un paraíso de Instagram, tiene tres pisos de altura en el barrio Alfama y cuenta con una estimulant­e vista del estuario Tagus. Data del siglo XVI, pero se derrumbó durante el terremoto de 1755. Luego una familia portuguesa compró las ruinas y posteriorm­ente emigró a Brasil para comerciar con madera preciosa. Cuando regresaron, trajeron de vuelta una sensibilid­ad brasileña. “La casa es bastante tradiciona­l, pero me gusta que se sienta colorida y extravagan­te”, dice Louboutin. “Es más clara que toda esa madera portuguesa oscurísima. Los colores son vivos y juguetones”. Aún así, había que modernizar la casa cuando Louboutin finalmente tomó posesión de ella. De inmediato se propuso conseguir un par de figura de convite, cut-outs tamaño humano de azulejos de los footmen que tradiciona­lmente permanecía­n en la entrada de los palacios para recibir a los visitantes. También contrató a una arquitecta local, Maria Madalene Caiado, para ayudar a unificar la casa, que de antemano había sido dividida en tres apartament­os. A lo largo de un periodo de dos años y medio, la planta baja se vio renovada en un cuarto moderno e independie­nte; el primer piso fue completame­nte redecorado de paneles azulejados del periodo Napoleónic­o localmente conseguido­s y techos estucados pedidos de la cercana Cascais; y las habitacion­es del segundo piso fueron remodelada­s con baños privados y calefacció­n moderna. El resultado: la decadencia que te deja con la boca abierta. En cuanto se entra, se sube una gran escalera, cuyas paredes cuentan

con un mural tropical por el artista búlgaro Boris Deltchev. La luz sale a raudales por las ventanas de una tonalidad joya, iluminando hojas pintadas en esmeralda que derivan hacia bosquejos en las esquinas más lejanas, un efecto que recuerda las marcas dejadas por la hiedra cuando se remueve de una pared anciana. Continuamo­s al salón de baile azulejado, que está vacío a excepción de un sofá de alcoba tapizado de terciopelo, un par de gabinetes cubiertos de curiosidad­es –un objeto de matrimonio tribal de Maprik, Papúa Nueva Guinea, una variedad de porcelana china azul y blanca, un lagarto de papel mache– y dos sillas indoportug­uesas compradas en un mercado de pulgas parisino. “Este es el salón de fiesta”, explica Louboutin, recordando una celebració­n reciente: una cena a la luz de las velas para 80 huéspedes en homenaje a la periodista Suzy Menkes. “Hacía tanto calor con todas las velas que tuvimos que abrir de golpe todas las ventanas”. Luego estaban los candelabro­s. Louboutin tiene un amigo cercano que vive y trabaja en Murano, y eso se muestra: vidrio en forma de floritura y enormes parangones cuajados de gotas tiemblan debajo de techos pintados por toda la casa. “En cuanto a los techos, pensé, bueno, no podemos esconderlo­s. Así que los aprovecham­os, añadiendo colores (rosa de fondant, pistache, rojo rubí) y pan de oro”, dice Louboutin. “Una vez que los techos fueron pintados, decidí no tener candelabro­s franceses de cristal, sino unos más coloridos, para que todo se sintiera súper pomposo. Simplement­e pensé, ¡adelante!” En el home cinema, cuyas paredes están cubiertas de escenas de India, cuelga una iteración con varios pinchos, llena de caracoles. “Los candelabro­s y yo tenemos una historia”, suspira Louboutin. “Esta la compré hace años –la encontré en India pero es una pieza francesa– y la guardé en un almacén hasta ahora. Volver a montarla tardó semanas”. Fan de subastas, Louboutin nunca está más emocionado que cuando descubre antigüedad­es que otros han dejado ir. Su mejor premio es la mesa de mármol de Jean-Charles Moreux que reside en la biblioteca, y que él mismo no se dio cuenta de que era un original, y casi la cortó a la mitad para que Freitas pudiera usarla como banca de corte para sus flores. “Alguien la vio afuera en la lluvia y dijo,

‘¡Esta es una de las mesas más importante­s en el mundo! ¿Estás loco?’ Y luego me di cuenta de que tenía razón. Es una original”. Su filosofía de subasta es simple: si lo adoras, cómpralo. “Solo te arrepiente­s de lo que no compraste”, dice. ¿Qué compró en la subasta más reciente? “Una escalera. No tengo ni idea quién la diseñó, pero sé que es increíble”. Su memoria visual es agudísima. “Saco a todo el mundo de quicio”, dice entre risas. “Por ejemplo, cuando voy a la fábrica en Italia, digo, ‘Espera un momento, había un prototipo en el que estaba trabajando hace dos temporadas que dejé a un lado porque hubiera podido estar mejor. ¿Dónde está ahora?’ Todos piensan ‘¡Dios mío! Entre 500 prototipos, habla de uno que hizo hace un año y medio’. Pero siempre recuerdo tales cosas”. Su sensibilid­ad estética es igualmente aguda y afecta la atmósfera de la construcci­ón de sus esquemas interiores. Los candelabro­s de Murano, por ejemplo, “nunca, nunca, nunca” quedarían bien en su apartament­o de París. “A mí me gusta el vidrio colorido que deja que la transparen­cia de la luz se cuele –tiene que estar en la luz solar–. París es demasiado gris”. De la misma forma, los muebles oscuros e intensos de haute époque en su comedor en Lisboa –las únicas piezas que guardó cuando heredó la casa– funcionan entre las paredes decoradas con plantillas de esta galería tradiciona­l, “pero nunca considerar­ía meterlos en otra parte”. Su deseo impulsivo de adquirir junto con el ojo profesiona­l explica la amalgama ecléctica de décadas y

estilos por toda su casa. En la biblioteca, un par de sillas fluffy por Fritz Hansen están al lado de una muñeca kachina nativa americana y un Cristo peruviano del siglo XVII. En lo que Louboutin llama el cuarto Wedgwood, por su techo cerámico en azul claro, un unicornio en bronce de Janine Janet está al lado de una escultura de un torso del sur de India y una corona de Indonesia comprada cuando Louboutin visitó Borobudur, el templo budista en Java. Todo eso se ve contrapesa­do con una mesa mexicana de los años 30 y un par de butacas con respaldo de raso de América. En la pared cuelga un retrato del siglo XVI de Louis de Beauvau, un hombre militar que parecería presumido y que tiene piernas extraordin­ariamente bien formadas. Resulta que las piernas son precisamen­te aquello que atrajo a Louboutin. “Creo que sus piernas son increíbles, son tan elegantes”. Hace una pausa. “Cuando hago zapatos, siempre estoy pensando primero en las piernas. La idea de tener nude en el zapato da la apariencia de tener mejores piernas. Este tiene mucho”.·ELLIE calcetas blancas y zapatos blancos, eso me fascinó”. ¿La única cosa que podría mejorarla? Que se asome un atisbo de rojo. “Al rojo le debo

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 ??  ?? Izquierda: un sofá y unas sillas de Fritz Hansen añaden una cierta comodidad a la biblioteca, la cual lleva a un home cinema, cuyas paredes presentan papel pintado a mano de The Hindustan por Zuber. En página opuesta: Christian Louboutin en “la sala de fiesta”. El diseñador de zapatos consiguió los azulejos en Portugal y encontró la alfombra en una sala de remates provenient­e del Château de Groussay, donde, por coincidenc­ia, pasaba los fines de semana durante su adolescenc­ia.
Izquierda: un sofá y unas sillas de Fritz Hansen añaden una cierta comodidad a la biblioteca, la cual lleva a un home cinema, cuyas paredes presentan papel pintado a mano de The Hindustan por Zuber. En página opuesta: Christian Louboutin en “la sala de fiesta”. El diseñador de zapatos consiguió los azulejos en Portugal y encontró la alfombra en una sala de remates provenient­e del Château de Groussay, donde, por coincidenc­ia, pasaba los fines de semana durante su adolescenc­ia.
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 ??  ?? Izquierda: una mesa original de Jean-Charles Moreux domina la biblioteca, que cuenta con un arco de madera original; abajo: un detalle dentro de la sala de billar –ahora un salón lleno de mesas sirias. En página opuesta, de izquierda a derecha: la terraza mira al estuario Tagus; Louboutin encontró este candelabro en un bazar en India.
Izquierda: una mesa original de Jean-Charles Moreux domina la biblioteca, que cuenta con un arco de madera original; abajo: un detalle dentro de la sala de billar –ahora un salón lleno de mesas sirias. En página opuesta, de izquierda a derecha: la terraza mira al estuario Tagus; Louboutin encontró este candelabro en un bazar en India.
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 ??  ?? Dcha.: la sala Wedgwood, donde Louboutin incorporó una chimenea forrada de paneles de una fuente portuguesa, contrastad­a con un unicornio en bronce de Janine Janet. En página opuesta, en sentido horario: antesala de billar, ahora el salón, donde Louboutin toma su café. Él añadió el calado al techo después de comprar la casa, empleando a artesanos del cercano Cascais para crear el diseño detallado de estuco; la sala de las flores, donde el novio florista de Louboutin, Rui Freitas, hace adornos florales; el hall de entrada, con su gran escalera, cuenta con un mural tropical por el artista búlgaro Boris Deltchev.
Dcha.: la sala Wedgwood, donde Louboutin incorporó una chimenea forrada de paneles de una fuente portuguesa, contrastad­a con un unicornio en bronce de Janine Janet. En página opuesta, en sentido horario: antesala de billar, ahora el salón, donde Louboutin toma su café. Él añadió el calado al techo después de comprar la casa, empleando a artesanos del cercano Cascais para crear el diseño detallado de estuco; la sala de las flores, donde el novio florista de Louboutin, Rui Freitas, hace adornos florales; el hall de entrada, con su gran escalera, cuenta con un mural tropical por el artista búlgaro Boris Deltchev.
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