VOGUE (México)

El camino a CASA

Eugenia González de Henn relata en primera persona lo que fue CRUZAR el mundo durante la pandemia, para poder llegar a su casa en Alemania. La mexicana estaba de visita en su país, con su HIJA de dos años y medio y esperando a su segundo bebé, cuando tuvo

- Fotógrafa ALICIA KASSEBOHM

Al pasar por el aeropuerto casi vacío de Ámsterdam, donde casi tres semanas antes había hecho vuelo en conexión camino a la CDMX, me di cuenta de lo apocalípti­co de la situación que estamos viviendo. Restaurant­es cerrados, vuelos cancelados, la poca gente que estaba se veían disfrazado­s como película de terror, cubiertos en batas de plásticos de pies a cabeza. Estaba en Ámsterdam porque era el único aeropuerto que me llevaba a Berlín, relativame­nte sin problemas. Llevábamos ya tres paradas y nos faltaba una más para estar en casa. Londres y París eran muy riesgosos, ya sea por falta de conexiones o por peligro a quedarme atorada en una cuarentena forzada por el gobierno –embarazada y con una hija de 2.5 años–. Esa opción era imposi

ble. Ámsterdam era mi única esperanza para volver a casa.

Tenía planeado trabajar todo el mes de marzo en México. Jamás esperé el cambio drástico que la vida iba a dar en solo semana y media. Desde Berlín tenía batallando con bronquitis y una infección del oído de mi hija, ambas volvieron cuando llegamos a CDMX. La segunda mucho más leve que la primera. En la segunda semana mientras las noticias del coronaviru­s se ponían cada vez más fuertes y temerosas, la bronquitis volvió, y junto con ella otra para mi mamá. Ambas ya en Ciudad Juárez, con mejor clima y menos contaminac­ión. Me regresé de un viaje a Puerto Escondido para encontrárm­elas muy averiadas. Esos días fueron los días de locura. Visitas a doctor seguido. Las noticias eran un horror. Casos positivos por todo México de gente que venía de Colorado. España al nivel de Italia con enfermos y muertes, y Angela Merkel saliendo en la televisión y anunciando que después de la Segunda Guerra Mundial no había existido un desafió más grande para los alemanes.

Lufthansa eliminó todos los vuelos de México a Alemania y yo llamé desesperad­amente a todas las embajadas: mexicana, alemana y estadounid­ense, para ver cómo y quién nos ayudaba salir, pero nadie sabía bien qué estaba pasando ni qué pasos sugerir. Y pues ahí se empezaron a complicar las cosas. Tenía varias razones para quedarme. La casa de mis papás con jardín y espacio, a comparació­n de mi vida en Berlín en un departamen­to con una terraza pequeña. El soporte familiar para ayudar con mi hija y la seguridad de que en cuarentena en mi casa nada nos podía pasar.

Mis papás era otra, hasta cierto punto a todos nos daba tranquilid­ad saber que uno de los hermanos estaba con ellos si algo les fuera a pasar. ¿Y la razón más grande? Evitar el viaje. El peligro de contagio en cuatro aeropuerto­s y tres aviones diferentes era inmensamen­te alto, y solo podía pensar “si evité el contagio ahorita, ¿qué va a pasar cuando viaje?”. Las razones para irme eran pocas, pero con mucho más peso. Para empezar, el cuidado médico en Alemania. Sabía que, si me enfermaba, quería estar en manos de mis médicos. Mi esposo, pensar en la posibilida­d de que la cuarentena se alargara a meses y la posibilida­d de que se infectara y estando solo me estresaba muchísimo. Y el peligro más grande de todos, mi papá. Sé que no soy la única. Todas las que tenemos padres entre 60 y 80 años parece que estamos peleando con el mismo demonio. Su falta de cuidado, ausencia de algún sentimient­o de pánico, y mentalidad de “a mi nada me va a pasar” era lo más terrorífic­o de todo. De qué nos servía estar todos en cuarentena si una persona de la casa seguía saliendo y haciendo su vida como si nada pasara. Se creen inmunes a este virus. Creen que pueden seguir su vida haciendo lo que quieran, como siempre lo han hecho y sin tomar considerac­iones a los demás.

Mientras sabemos que el coronaviru­s no afecta en el tercer trimestre del embarazo, aún no sabemos con certitud si lo mismo sucede en el segundo y el primer trimestre. Y yo no quería ser la prueba en el mundo para averiguarl­o. A pesar de estar en la lista de rescate del gobierno alemán, logré conseguir dos pasajes que nos llevaban por Estados Unidos a El Paso, Atlanta, Ámsterdam y, finalmente, a Berlín. Después de 26 horas llegamos a casa. Nunca se me va a olvidar lo que vi esos días, el sentimient­o de miedo de la gente, la desesperac­ión de

tiempo.· los pasajeros por llegar a sus casas sanos y la fuerte impresión de los aeropuerto­s vacíos. Un giro a la vida en tan corto

NUNCA SE ME VA A OLVIDAR LO QUE VI. EL SENTIMIENT­O DE MIEDO DE LA GENTE, LA DESESPERAC­IÓN DE LOS PASAJEROS POR LLEGAR A SUS CASAS Y LA IMPRESIÓN DE LOS AEROPUERTO­S VACÍOS. UN GIRO A LA VIDA EN TAN CORTO TIEMPO

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Izquierda: el viaje de Eugenia para regresar a Alemania con su hija de dos años y medio, Aitana.

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