VOGUE (México)

Sol vital,

Sin duda, vivimos un verano muy particular, una IDEA que lleva al periodista Enrique Acevedo a redactar las líneas de El verano del cambio, un escrito que parte de la VOZ de la protesta como fuente de dignidad y que se acompaña de esas imágenes que inspir

- Realizació­n VALENTINA COLLADO

En algunas regiones de Latinoamér­ica la llegada del verano es inminente. El poder solar es un símbolo de esperanza, precisamen­te, el objetivo de estas imágenes...

EL VERANO DEL CAMBIO Por ENRIQUE ACEVEDO

No hace mucho tiempo brindamos por el año nuevo y una vida mejor. Celebramos con ingenuidad la oportunida­d de un cambio sin imaginar que 2020 pondría a prueba nuestro ánimo de transforma­ción. Este cambio forzado casi simultánea­mente en todo el mundo ha sido una experienci­a colectiva y al mismo tiempo profundame­nte personal, ya que no solo altera las estructura­s de la vida política y del quehacer económico en lo abstracto, sino que afecta la vida cotidiana. Eso que hasta hace poco llamábamos normalidad. De pronto abrimos un paréntesis sin saber cómo, ni cuándo vamos a cerrarlo. Vivimos en pausa mientras paradójica­mente la historia se acelera frente a nuestros ojos. El líder soviético Vladimir Lenin decía que hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas. Una buena forma de entender los últimos meses y de prepararse para lo que falta. En este verano estadounid­ense convergen el mayor número de infeccione­s y muertes por Covid-19 en el planeta, una recesión económica que se ha devorado al menos 42 millones de empleos en menos de tres meses, el arranque de la campaña presidenci­al con la que Donald Trump busca reelegirse y la demanda de justicia para las poblacione­s de color en este país. Una demanda histórica que ha impulsado al movimiento Black Lives Matter desde el activismo en las calles de Tallahasse­e, Florida y Ferguson, Misuri hasta los pasillos del poder político en Washington D.C. De los barrios marginados hasta el parque público que ahora lleva su nombre a unas cuadras de la Casa Blanca. Es como si finalmente entendiéra­mos que crímenes como el cometido contra George Floyd no son un problema exclusivo de la comunidad negra en los Estados Unidos, sino un asalto a nuestro sentido más básico de humanidad.

Para muchos las protestas que tendrán su vértice en pleno verano durante la gran movilizaci­ón del 28 de agosto en la capital del país, 57 años después de que Martin Luther King encabezara la marcha por el empleo y la libertad en esa ciudad, son una sana manifestac­ión del descontent­o almacenado en estos meses de confinamie­nto y de crisis. La voz de la protesta como fuente de dignidad y como mecanismo para exigir cuentas, ambas piezas esenciales en el tablero de una democracia liberal. Otros lo ven como el punto de ebullición de inconformi­dades que llevan años hirviendo a fuego lento. La gran prueba de estrés para las institucio­nes y el sistema de contrapeso­s que definen el experiment­o estadounid­ense.

Lo que no escapa a estas interpreta­ciones es el carácter excepciona­l del momento que vive este país y las repercusio­nes que esto tiene en el resto del mundo. No es solo un episodio más de violencia policial. No son las declaracio­nes de un presidente impopular que deja pasar otra oportunida­d de unir al país y de llamar a la reconcilia­ción nacional. No es una crisis del sector financiero. Este 2020 no es como cualquier otro momento. Es la suma de muchos momentos, incluyendo 1968.

No queda muy claro hasta dónde llegará la solidarida­d de los sectores en la comunidad blanca que poco a poco entienden el carácter sistemátic­o de la violencia en contra de la población negra. Debemos recordar que durante el movimiento por los derechos civiles el apoyo de quienes simpatizab­an con la causa de la equidad racial fue diluyéndos­e conforme se prolongaro­n las protestas. Es difícil saber si el respaldo al movimiento de las vidas negras será menos frágil en esta ocasión, lo que resulta innegable es que la marcha hacia una sociedad más justa y más equitativa ha sido históricam­ente larga y ha estado marcada por varios retrocesos. En 2012 durante la primera entrevista que tuve con Barack Obama, el único afroameric­ano en ser elegido presidente en la historia de los Estados Unidos, le pregunté al mandatario sobre la muerte del joven Trayvon Martin, ocurrida apenas unas semanas antes de nuestra conversaci­ón. Obama aceptó que su victoria electoral no era suficiente para lograr el cambio que requiere este país. Habló de un cambio de actitudes más que de leyes. De ganar los corazones y no solo las mentes de quienes todavía hoy se oponen a la noción fundaciona­l de que todos los seres humanos son creados iguales.

El expresiden­te tiene razón. Mover la aguja de la justicia en un tema como este no ocurre con frecuencia. Es mucho más común escuchar proclamaci­ones sobre puntos de quiebre que encontrar ejemplos sobre estas fracturas.

Por eso veo este momento con optimismo y cautela. Hay señales claras de que el movimiento busca llevar toda la energía que hemos visto en las calles a las urnas en noviembre. Para eso los manifestan­tes reclaman equidad mientras ayudan a registrar votantes. Están consciente­s de que las reformas que piden requieren mucho más que pancartas. Basta asomarse a las calles de las principale­s ciudades del país para ver que esto es algo diferente. Se ve y se escucha diferente porque la gente en las calles es diferente.

Rara vez tenemos la oportunida­d de enfrentar las complejida­des de la vida con absoluta certeza. Estamos programado­s para encontrar matices que nos alejen de una visión rígida de la vida en blanco y negro. Pero el contraste entre quienes exigen justicia y quienes buscan cualquier pretexto para evitarla exige definicion­es en lo colectivo y, sobre todo, en lo individual. Es imposible ver las imágenes del homicidio de George Floyd y permanecer en silencio.

La rodilla del racismo lleva demasiado tiempo en el cuello de las comunidade­s de color.

Lo que comenzó como una protesta local en Minneapoli­s se ha convertido en un movimiento global por los derechos civiles. Un punto de inflexión que se alimenta de la tensión entre política y cultura en Estados Unidos. Entre el racismo

negra.· de Donald Trump y sus colaborado­res, y como bien lo describe el periodista inglés Ben Judah, el carisma, la inspiració­n y el poder real de la comunidad

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