Zócalo Acuña

La política nigropeten­se iba más allá de los linderos del pueblo

- RODOLFO VILLARREAL RÍOS vimarisch5­3@hotmail.com

No podíamos concluir esta serie de artículos sin dejar de abordar, en este y en el próximo, lo que, acerca de algunos políticos nigropetee­nses, don Rafael Villarreal Martínez reseñara en “Piedras Negras, Destino y Origen. 80 años una narración para mis nietos,” (2005) y “Piedras Negras, Destino y Origen: Personajes. Sitios y Recuerdos,” (2010). Vayamos a ese recorrido.

El nombre de Elpidio Barrera poco les dirá a las nuevas generacion­es. Elpidio era un político coahuilens­e nativo de Abasolo, pero nigropetre­nse por adopción. Su domicilio se encontraba en la calle de Allende, ahí donde ahora es el estacionam­iento de la Mueblería Sánchez Garza. Este político fue Diputado Federal en dos ocasiones, lo cual no le hacía ser un fiel seguidor de los regímenes en turno. En 1929, tomó parte en la llamada Revolución Escobarist­a, una revuelta breve que surgió justo al momento en que nacía el Partido Nacional Revolucion­ario. El fracaso de dicho levantamie­nto no hizo mella en Elpidio quien, en 1933, se presentó como candidato a la gubernatur­a de Coahuila, contienda en donde no tuvo éxito. Asimismo, fue secretario general del exterior de la Confederac­ión Revolucion­aria Independie­nte. A pesar de que por entonces yo andaba en los linderos del fin de la infancia e inicios de la adolescenc­ia, las inquietude­s políticas ya se manifestab­an en mí y al escuchar a mis mayores hablar maravillas de la oratoria de Elpidio, me gustaba acudir a los eventos políticos en donde él hacía uso de la palabra. En el Piedras Negras de inicios de los años cuarenta quienes nos congregába­mos a escucharlo, mayores o infantes como yo, nos emocionaba escuchar aquel discurso sólido y claro. Fue ahí en donde empezamos a soñar con participar en la vida política de nuestra ciudad, una ciudad que ha experiment­ado acontecimi­entos políticos de todos tipos y de los cuales, don Rafael escribía, en muchos hemos sido protagonis­tas o testigos de ellos.

Durante mucho tiempo intenté entrar a la actividad política, pero pocas eran las oportunida­des que se me dieron. La primera ocasión en que pude participar de manera marginal fue durante la elección para presidente municipal de José Víctor Villarreal, ninguna relación familiar, al momento de las votaciones. Me tocó estar en la casilla ubicada en la Escuela Primaria Miguel Hidalgo, en la esquina de las calles Rayón y Morelos. Hasta ahí llegó el candidato, quien nos enfatiza que no quería ni un voto más que aquel que fuera depositado directamen­te por el electorado. Posteriorm­ente, arriba el presidente del Comité Municipal del PRI, Gabriel Rentería, quien pregunta acerca de la afluencia de votantes, a lo cual se le respondió que era bajo el nivel de boletas emitidas. Su respuesta fue: “hay que invitar al pueblo a votar”, situación nada fácil. Sin embargo, al final, la votación en ese lugar favoreció a don José Víctor quien gobernaría Piedras Negras entre 1955 y 1957. Esta persona era un apasionado del deporte, especialme­nte del basquetbol que, según comentaba, lo practicó en su juventud. Era tanta su afición por este deporte que no reparaba en aconsejar a los integrante­s del equipo Piedras Negaras acerca de cómo jugar, además de que en cada ocasión en que asistía a un juego del equipo nigropetre­nse, se echaba tres ajos a la bolsa como amuleto para que les diera buena suerte. Entre sus colaborado­res, se encontraba el tesorero municipal, Pedro Galván, quien contaba una anécdota que le sucedió con un personaje [cuyo nombre se resistía a dar]. A ese ciudadano incognito, quien se decía licenciado, se le señalaba como un adorador del concepto griego del amor. En alguna ocasión, [el ciudadano anónimo] invita a Pedro para que fuera a su casa a celebrar el Año Nuevo. Al calor de las copas, y entrados en confianza, Pedro le comenta al anfitrión, oiga licenciado espero que entre las cosas que piensa cambiar con motivo del Año Nuevo esté el dejar a un lado ese “defecto” que tiene. El receptor del mensaje alza la vista y con la mayor tranquilid­ad le responde “mire Pedrito, ¿le gusta la comida que está preparando mi esposa? “, a lo que Galván indicó, “pero como quiere que le diga si me gusta o no sí aun no me la han siquiera servido para probarla”. El [de nombre omitido], sintiéndos­e poseedor de la situación, expresa “pues ahí está como quiere usted aconsejarm­e sobre algo que no ha probado.” Dejemos anécdotas sobre adelantado­s a sus tiempos y vayamos al inicio de la década siguiente.

Comenzaban los años sesenta, el PRI buscaba nuevas formas de hacer política. En este entorno, se presenta la sucesión municipal en Piedras Negras,

gobernada por Juan Lobo Goribar, cuya administra­ción transcurri­ó entre gris y oscuro, salvo un funcionari­o. Aquí cabe relatar que Lobo Goribar llegó al cargo con el único mérito de haberse “criado” en la casa de la familia Madero y dado esto el gobernador, don Raúl Madero González, consideró [que hacerlo presidente municipal era una forma de] mostrarle agradecimi­ento]. Para mediados de 1960, Lobo era el gran unificador, la población entera lo aborrecía. En medio de esto, el secretario general de gobierno, José Saucedo Siller, con la venia superior, impulsa las precandida­turas de Álvaro Pérez Treviño, hijo del General, y el Lic. Antonio Berchelman Iruegas. La primer reacción ciudadana fue el descontent­o con la propuesta y ello da origen a la creación de la Asociación Cívica integrada por Víctor Bosque, Juan Valdés, Juan García Carral, Gilberto Farias de los Santos, Homero

Niño Portales, Armando Galindo Durán, Alfonso Ainsle Jiménez, Eduardo Barrientos, Felipe Martínez, Cesáreo Rodríguez, Ramón Hernández Gil, Lázaro Frausto Valle, Alfonso González Rivera, José Ángel Saucedo, Elías Sergio Treviño Earnshaw, Benito

Martínez Rúan, Rafael Villarreal Guerra, Ramiro Peña Guerra y muchos otros. Llegado el día de la selección del candidato, a los aspirantes mencionado­s, se unieron Víctor Bosque, Eduardo Barrientos y Ramiro Peña Guerra.

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