Las pesadillas de Sergio
Desde que empezó la pandemia, el pintor oaxaqueño Sergio Hernández comenzó a tener muchas pesadillas. A veces las sueña como a las 3 de la mañana. Como puede, abre sus ojos achinados, toma un cuaderno y medio dormido escribe su pesadilla y la pinta. Ha habido ocasiones en las que se sueña metido en un lago de mierda con la cabeza hacia afuera. “De la mierda que estamos respirando. Me afecta mucho ver que en el mundo la gente ya no quiere verdades, quiere mentiras, populismo. Eso me provoca pesadillas”, así le dijo, y otras muchas cosas, a Jan Martínez, del semanario de El País.
Sergio Hernández, hijo de Corazón, como se llamaba su padre, conocido como “el gran matón” en su pueblo, y de su madre Esperanza, quien muriera muy joven en un accidente automovilístico, huyó de su casa a los 11 años a causa de la violencia de su padre, el mismo que un día en que se encontraba muy borracho: “me disparó en la cabeza y me rasuró el pelo. Sentí la vida tan efímera”. Durante cinco años, de 1975 a 1980, Sergio estuvo sumido en el alcoholismo, pero gracias a su siquiatra y a la creatividad de su pintura ha salido adelante: “Al pintar escucho música purépecha, mixteca, zapoteca y Bach. Y cuando pongo Bach veo polillas, las huelo. Sus notas son polillas, madera vieja”. Aunque lo siguen persiguiendo sus pesadillas, debido también a la situación en la que se encuentra el país: “Hay menosprecio por la cultura, populismo, vamos a la deriva. Cada vez hay más pobreza: aquí en Oaxaca empieza a haber hambre, he visto que sacan comida de la basura. Siento que en cualquier momento puede surgir un brote de violencia, la gente está muy jodida, muy pobre”. De allí que el domingo 13 se haya manifestado con absoluto ahínco en Los Ángeles en apoyo al INE.
Actualmente Sergio Hernández, muy buen amigo de Francisco Toledo, tiene muchos proyectos y goza de muy buena salud, buen humor y una novia italiana de la que está muy enamorado. Así tuve el privilegio de verlo el 12 de noviembre en la inauguración de su exposición, Rescoldos de Oaxaca, en el Museo de Arte de San Diego, la primera de forma individual en Estados Unidos. En muchas de estas imágenes oníricas, Sergio recurrió a la pintura “en oro y técnicas muy viejas que son el mercurio con azufre, que es el color cinabrio que existe desde la antigüedad en todas las culturas” (The San Diego Union-Tribune).
La noche de la inauguración, la más entusiasta era la bella y siempre sonriente Roxana Velásquez, directora ejecutiva del Museo de Arte de San Diego. En su discurso habló de la técnica del pintor en cuanto al dibujo, cerámica, escultura y grabados. También habló, en un inglés perfecto y muy colorido, de sus códices prehispánicos, llamados Códice Hernandino-Mixteco, en donde utiliza el lapislázuli, malaquita, azul egipcio, rosa esmalte, cinabrio, piedra rosa, añil, grana cochinilla, blanco de plomo y, desde luego, goma arábiga. Treinta y tres obras conforman la exposición, unas en un formato muy grande. “En la obra de Sergio Hernández existe un gran nivel de sofisticación, que viene de pueblos de Oaxaca, Juchitán, de donde era originario Toledo, de lugares recónditos que muchos no imaginan y de repente vemos cómo todos los críticos ponen sus ojos en él. Es como le pasó a Frida en Francia. Todos la admiraban... estamos abrazando conceptos que nos distinguen del vox populi, que es padre, pero hay escritores y una identidad que refuerza la presencia cultural de México a nivel mundial”, comentó (Roxana) en una entrevista a The San Diego Union-Tribune.
Cuando Sergio Hernández me llevó frente a su pintura que representa a su nahual albino, un oso hormiguero que escarba en las cuevas de las minas buscando pepitas de oro, me explicó, en medio de la música de unas pequeñas marimbas, con una voz grave y tierna a la vez: “Este animalito me gustaba mucho pintarlo desde niño, junto con el armadillo. Yo tenía muchas imágenes en mi casa. Pero desafortunadamente ya están en extinción en el planeta Tierra. A mí me preocupa mucho el ecocidio, que está acabando con la fauna”. Seguramente este “nahual”, que hace las veces de su alter ego, lo sigue protegiendo de los brujos y de oleajes de agua de los que siempre está huyendo.
Felicidades, Roxana, y muchas felicidades, Sergio, por esta maravillosa exposición que estará en el Museo de San Diego tres meses, entre talleres y visitas guiadas.