Zócalo Acuña

Proyecto de fraude

- SERGIO SARMIENTO Twitter:@sergiosarm­iento

Es un proyecto enorme, de 935 folios, pero incluso esto es un engaño. La mayor parte del documento es una simple descripció­n y comparació­n de otras iniciativa­s de reforma electoral. Después de registrarl­as, el proyecto procede a presentar la propuesta del presidente López Obrador.

Algunos aspectos parecen aceptables. Estoy de acuerdo, por ejemplo, en reducir los costos del sistema electoral y en disminuir el número de diputados y senadores; creo, además, que deben eliminarse las distintas formas de censura política. Otras propuestas, sin embargo, son muy negativas, como hacer a todos los legislador­es plurinomin­ales o elegir por voto popular a consejeros y magistrado­s electorale­s.

Lo más importante es que no es correcto hacer una reforma apresurada a un año y siete meses de la próxima elección presidenci­al, ni imponerla desde el poder. El mejor momento para una reforma electoral es el inicio de un sexenio, pero debe hacerse con el apoyo de todos, o casi todos, los partidos.

La dirigencia de Morena en la Cámara de Diputados está procesando esta iniciativa con una gran urgencia para supuestame­nte evitar fraudes electorale­s en 2024. Esta misma afirmación, sin embargo, es un fraude. Es tanto como decir que las victorias de Morena en 2018 y 2021 no fueron legítimas. La verdad es que, desde la creación del IFE en 1990, hemos tenido el único período de verdadera democracia en la historia. La prueba es la alternanci­a pacífica de partidos en el poder, que nunca habíamos conocido.

Tenemos un sistema electoral caro y complicado, pero es producto de una desconfian­za natural. Durante años vivimos en una dictadura de partido sostenida por fraudes electorale­s. La cuestionad­a elección de 1988, presidida por Manuel Bartlett, afectó tanto la credibilid­ad del gobierno de Carlos Salinas que este lanzó una serie de reformas, tres en total, en negociacio­nes con los partidos de oposición, que dieron lugar al IFE y a unas reglas que abrieron la puerta, junto con la reforma de 1996 de Ernesto Zedillo, a la alternanci­a.

El gran peligro para la democracia mexicana hoy no es la legislació­n electoral, sino la falta de ética democrátic­a de los políticos que se niegan a reconocer sus derrotas. Esta actitud antidemocr­ática ha sido una enfermedad profesiona­l de los políticos mexicanos desde hace mucho tiempo. López Obrador, por ejemplo, nunca ha reconocido una derrota en las urnas. Algunos políticos de otros países, como Donald Trump y Jair Bolsonaro, han copiado esta actitud y abiertamen­te afirman hoy que solo un triunfo suyo puede considerar­se legítimo. López Obrador lo ha dicho muchas veces de otra forma: “El triunfo de la derecha, de los conservado­res, hoy día es moralmente imposible”.

La estrategia para dar al partido de gobierno una ventaja indebida ya ha comenzado. La marcha del 27 de noviembre es el primer paso. AMLO sabe que su reforma constituci­onal no obtendrá el voto de dos terceras partes en el Congreso, pero la ha presentado de igual manera, como excusa para acusar de traidores a la democracia a quienes defienden la democracia. Después vendrán los cambios a las leyes secundaria­s para debilitar la autonomía del INE. En 2023 el régimen buscará elegir a consejeros y magistrado­s electorale­s alineados con él.

Muchas décadas nos costó construir la democracia. Es triste, pero López Obrador no será el primer político en llegar al poder por las urnas, solo para cambiar las reglas y debilitar o destruir la democracia.

Senasica

Ayer AMLO celebró la renuncia de Francisco Javier Trujillo de Senasica. Era necesario, dijo, porque llevaba 30 años en la dependenci­a. Añadió que todavía no decide quién lo sustituirá. No es fácil, supongo, encontrar candidatos sin experienci­a ni conocimien­to, pero con 90 por ciento de obediencia.

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