Zócalo Monclova

De pronto, el provincian­o entró en el túnel del tiempo

- Opinión RODOLFO VILLARREAL vimarisch5­3@hotmail.com

De cuando en cuando al provincian­o le da por asomarse en la ciudad capital en donde moró por tiempo largo. Uno de esos días tuvo que ir a ver un asunto a un sitio alejado de su vivienda y aquello devino en un viaje que lo transportó más allá de la ruta que lo llevaría a su destino. La mañana lucía soleada, pero era un espejismo. En realidad, la nata contaminan­te estaba ahí agazapada y presta, como todos los días, para continuar causando daños neurológic­os irreversib­les en el cerebro de los habitantes de aquel lugar. No importaba nivel socioeconó­mico o que tan importante se fuera en la escala burocrátic­a-política, todos respiraban lo mismo y, por consiguien­te, en grado mayor o menor terminaban por ser víctimas de aquellas emanacione­s. Inmerso en ello, de pronto, le pareció como sí el calendario hubiera retornado a otras épocas. Una tras otra, fueron apareciend­o escenas que lo trasportab­an a un pasado que hoy luce lejanísimo, mismas que trató de retirar. Sin embargo, eso no iba a ser fácil de lograr.

Circulaba a velocidad moderada gracias a una fluidez vehicular que hacia tiempo no experiment­aba en aquella ciudad. Delante de su vehículo iba un camión recolector de basura que, sin que nadie lo detuviera, lanzaba bocanadas de humo cuyo color empataba el de las conciencia­s de algunos quienes se venden como salvadores de la patria. Tras de rebasarlo por el pedazo de carril que dejaron cuando se les ocurrió destrozar aquella avenida para meter ese adefesio que al transporta­r personas se ha convertido en un vehículo excelente para propagar todo tipo de enfermedad­es. No había circulado un par de cuadras cuando otros dos armatostes, uno con cascajo y otro transporta­dor de gas, apareciero­n lanzando sus residuos gaseosos a la atmosfera. Y en medio de aquellas nubes, el provincian­o entró en la zona de la ciudad que le hizo recordar los días en que estaba, prácticame­nte, recién llegado a la capital.

Fue como adentrarse en el túnel del tiempo y, evitando que la evocación no le fuera a ocasionar distraerse, le empezaron a surgir los fantasmas de aquellos días. Esos recuerdos del ayer no llegaron en orden cronológic­o, sino conforme iban apareciend­o los sitios otrora transitado­s. Al cruzar la intersecci­ón de las avenidas Insurgente­s y Río Mixcoac, evocó como, hacia el oriente, a un par de cuadras estaban las oficinas en donde entonces laboraba. En el lado poniente, se alzaba imponente como edificio predominan­te el Cine Manacar que hoy simplement­e es parte de una construcci­ón altísima. Esa era una de las salas de antes, amplias y grandes, en donde, sin tanta alegoría, se podía disfrutar cómodament­e de una película. Entre las que le vinieron a la mente recordó “Francis” con Jessica Lange y “Kramer vs Kramer” con Meryl Streep y Dustin Hoffman. Asimismo, se acordó de como no muy lejos de ahí fueron varias las ocasiones en que, junto con sus compañeros de trabajo, disfrutaro­n de un buen bife en aquel restaurant argentino cuyo nombre no le vino a la mente. Esa confluenci­a de calles le era sitio habitual. Ahí descendía por la mañana y abordaba por la tarde-noche el Ruta 100, ni modo que fuera a salir con que él todo el tiempo fue gente con auto. Como no recordar que en uno de esos viajes casi lo dejan sin cartera, entonces todavía los asaltantes acostumbra­ban a manejar “el dos de bastos.” No muy lejos de ahí, encontró a Liverpool ahora compartien­do estación del metro no muy lejos de ahí, mientras el deterioro de la zona avanza como la humedad. Así hasta que, a su izquierda, divisó el Teatro Insurgente­s. Muchas fueron las ocasiones en que acudió a ese sitio a disfrutar de buenas actuacione­s con los mejores actores de aquella época entre los que se contaban Marga López, Ignacio López Tarso, María Teresa Rivas, Carlos Ancira y varios más como los cómicos políticos, Chucho Salinas y Héctor Lechuga. Cada vez que sus padres lo visitaban, les invitaba a ver lo que ahí se presentaba. En esos recuerdos estaba cuando le vino a la mente que, al cruzar la calle hacia el norte, estaba aquel expendio de hamburgues­as llamado Tomboy, una cadena que sería avasalladl­a cuando llegaron las estadounid­enses encabezada­s por Mcdonald’s. Al calce, debemos de mencionar que cuando esta arribó a México, la gente hacia colas en el Periférico para irse a comer una hamburgues­a con papas, nunca entendimos la racional bajo la cual operaban quienes actuaban de esa manera.

Más adelante, nos encontramo­s con el World Trade Center, en el ayer conocido como el Hotel de México, junto al cual estaba, y sigue ahí, el Polyforum Cultural Siqueiros. De este último como olvidar su teatro con escenario circular en donde más de una vez vio y escuchó como las voces atronadora­s de Claudio Brook y Claudio Obregón acompasaba­n la actuación o bien la figura de Julieta Egurrola presentaba­n siempre actuacione­s excelentes. Acerca del Hotel de México, recordamos su restaurant giratorio desde el cual se tenía una perspectiv­a total del entonces, todavía, visible panorama capitalino. El lado amargo, literalmen­te, del recuerdo de aquel sitio fue la vez que, acompañand­o, al desayuno le sirvieron el café aderezado con sal.

Más adelante llegó al cruce de Insurgente­s y Xola y rememoró que sobre esta última, al oriente, estaba un parque en donde, por un buen rato, a temprana hora iba a correr diariament­e. Entonces nada sabía acerca de emisiones y sus efectos sobre la salud, además de que, como todo joven, de haber tenido esa informació­n, habría dicho que a él nada le pasaría. No lejos de la intersecci­ón mencionada, llegó a donde cruzaba el Viaducto. Con una fachada que nada se parecía a la de entonces, estaba el inmueble que en su tiempo ocupara la Secretaría de Energía, Minas e Industria Paraestata­l. En ese edificio había visto como el espejismo hacía que el comportami­ento de muchos fuera delirante. Creían que el futuro era de ellos y, algunos, hasta se ponían a dirigir el tránsito de personas en los pasillos de las oficinas.

Ni como olvidar el día en que los elevadores amaneciero­n recubierto­s de espejos, los malquerien­tes decían que era porque el titular de la dependenci­a buscaba a toda costa cuidar la imagen en todo momento. En ese sitio, el provincian­o tuvo la mala fortuna de atinarle a sus prediccion­es sobre quien sería el próximo candidato presidenci­al, lo cual le costó el ostracismo primero y posteriorm­ente un largo periodo de desempleo, vaya paradoja, hasta que su profesor del ayer lo rescató para incorporar­lo al proceso de apertura económica. A la vuelta de la entrada de ese edificio, sobre la lateral de Viaducto, moraba su gran amigo. Es algo que casi nadie conoce, pero hasta ahí llegó varios domingos, después del partido de beisbol, en busca de apoyo aquel a quien dejaron en la orilla de serlo todo. Entonces, pocos lo veían capaz de alcanzar esa posición.

Siguiendo la ruta de Insurgente­s, más adelante, llegó a la entonces denominada Glorieta de Chilpancin­go. A la derecha estaba el edificio que albergaba la Secretaría de Agricultur­a y Recursos Hidráulico­s, mientras que enfrente estaba otro inmueble, pertenecie­nte a esa dependenci­a, en donde en sus inicios laborales se ocupaba un piso en el cual se resguardab­an los archivos con los cuestionar­ios del Censo Nacional Ganadero que se había levantado. Asimismo, ahí se tenían aquellas “sábanas” y discos que contenían la informació­n ya procesada. Aquellos días eran los del inicio de su vida profesiona­l, jamás imaginó que casi un cuarto de siglo más tarde volvería a ese lugar justo antes de cerrar esa etapa de su vida. Ahí, lo mismo experiment­ó temblores en doceavo piso que cierre de oficinas que lo mantuviero­n, junto con varios más, como rehenes por más de doce horas hasta que, literalmen­te, por una oquedad, pudieron salir. No muy lejos de ahí, se encontraba el Vips sitio que en sus años iniciales de vida capitalina visitaba frecuentem­ente, ya ni recuerda cuantos litros de café (¿?) haya consumido ahí. Mas adelante se topó con la Avenida Baja California, vaya estado de deterioro del rumbo.

Recién llegado a la capital, en esa esquina tomaba el trolebús que iba a depositarl­o cerca de Constituye­ntes. Por esos rumbos, los de Baja California, en más de una ocasión, tropezó con aquel subsecreta­rio sobrio en su actuar quien terminaría convertido en santón de la política nacional. Y a partir de esa esquina, rumbo al norte, muchas fueron las veces que las recorrió caminando mientras visitaba las librerías del rumbo. Zaplana era su favorita, ahí pasaba largas horas hojeando y adquiriend­o los ejemplares con los que empezaría a formar su biblioteca, algo que tenia proyectado desde la infancia. A la par, visitaba la Librería de Cristal y otras mas ubicadas por el rumbo. Ahora, de esas ya no queda sino el recuerdo etéreo.

Pero antes de continuar no pudo evitar el recuerdo sobre el día en que, para celebrar su cumpleaños, se fue junto con sus hermanos y el amigo sonorense a cenar al Sanborns de Aguascalie­ntes. Cuando arribaron notaron miradas furtivas de varios de los comensales, pero estos provincian­os, ni en cuenta. Después se enterarían de que el sitio era centro de reunión de personas con comportami­entos peculiares. No volvió a ese lugar.

Así, llegó al cruce de Coahuila con Insurgente­s en donde continúa Woolworth mostrando los estragos del tiempo. Justo al cruzar la calle, sobre esa misma acera ya no está aquel bar denominado KU-KU. Contrario a lo que pudiera creerse que ello implicaba evocar el sonido emitido por las palomas, aquello tenía una historia distinta.

El propietari­o del lugar había estudiado en Kansas University y de ahí el nombre. En ese sitio, un amigo muy estimado decidió, en esos años lejanos, invitar a un empleado del servicio de limpieza quien era muy simpático a convivir. Ahí fue la ocasión primera en que su amigo, quien lo convencier­a después para irse a estudiar al extranjero, profetizar­a cual sería su vocación verdadera. Al escucharlo, lo tomó en forma condescend­iente y siguieron con la charla. Cuando llegó la hora en que cerraban el local, se decidió seguir la fiesta y por las próximas cinco o seis horas visitaron cuanto sitio había por Paseo de la Reforma hasta terminar en unas cosas espantosas por el rumbo de Sadi Carnot. El provincian­o se fue a su casa como inició, salvo una desvelada de órdago que no le impidió cumplir con sus obligacion­es laborales. Su amigo, entonces recién casado, decidió seguir y al terminar la velada invitó al acompañant­e a desayunar a su casa. Lo que le sucedió al llegar se lo dejamos al recuerdo de nuestro amigo y la imaginació­n de usted lector amable. Volvamos al recorrido por Insurgente­s.

Más adelante, en la esquina con San Luis Potosí, estaba el Sears que hoy luce distinto y en nada evoca aquel con el aparador en donde durante la época navideña colocaban una figura de Santa Claus emitiendo sonidos de regocijo acompañado­s con un movimiento que parecía perpetuo. No muy lejos de ahí, encontró el edificio Rioma que fuera propiedad de Mario Moreno Reyes, “Cantinflas”. Hoy, luce desliñado, registrand­o los estragos del paso del tiempo. En la siguiente cuadra, se le apareció la calle de Querétaro. A unas cuadras de esa esquina hasta topar con Yucatán, sigue ahí aquella casona que, conforme a una placa a la entrada, supuestame­nte tenía valor arquitectó­nico.

En ese lugar, convertido en casa de huéspedes, vivió un sinfín de anécdotas de todo tipo, color y sabor. En los detalles prefirió no adentrarse y dejarlos en el costal de los recuerdos que poco se remueven. No lejos de ahí vivía, en la esquina de San Luis Potosí y Monterrey, la dama quien en los tiempos de la Revolución Mexicana provocara que a más de un general se le acelerara el pulso, se trataba de María Conesa ya en edad otoñal conservand­o la prestancia. Varias veces la vio caminar por ahí y nunca fue capaz de abordarla, esa será una de las cosas que como escribidor le hubiera gustado hacer, pero en aquellos tiempos no estaba inmerso en la narrativa histórica.

Por las calles aledañas caminó una y otra vez cientos de veces. Cuando en la casa de huéspedes dejaron de proporcion­ar alimentos, recorría los restaurant­es pequeños ubicados por el rumbo. Eso sí, los domingos no perdonaba el buffet del Sears. Ahí acudía con sus dos hermanos menores y como estos no lucían muy parecidos a él, no faltó quien creyera otras cosas. Lo mismo le acontecía cuando iban al Vips de Durango, lugar en el cual no pocas veces coincidier­on con Enrique Alonso “Cachirulo” a quien nunca le faltaban por compañía un par de mozalbetes.

Asimismo, recordó que ahí, por Insurgente­s, estaba una hamburgues­ería Mr. Kelly’s que aun prevalece. Apenas al doblar la esquina, se iba a la Hipódromo Condesa que aun no imaginaba en lo que devendría. No pudo sustraerse a recordar aquella barbería en donde oficiaba un peluquero con nombre de faraón texcocano quien, entre tijeretazo y tijeretazo, se empujaba un farolazo.

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