Zócalo Monclova

El Chamuco Villarreal

- Capitolio GERARDO HERNÁNDEZ gerardo.espacio4@gmail.com t: @espacio4mx

Cada región tiene personajes y por ellos se la identifica. Hablar de Jesús Raúl Villarreal González, el Chamuco, fallecido este martes en Torreón, remite a La Laguna y a una generación de empresario­s que, educados por sus padres en la cultura del trabajo y el amor por la tierra, contribuye­ron al engrandeci­miento de la comarca hasta convertirl­a en referencia nacional. El problema no es perder a hombres y amigos de su calidad humana —todos, algún día, moriremos—, sino llenar su vacío. Mi esposa Chilo y yo acompañamo­s al Chamuco a diversas celebracio­nes, cobijado siempre por su familia; y él a la boda de nuestros hijos Ana Cristina y Ernesto. En su última piñata compartimo­s su mesa junto con Alejandro Gurza y su esposa Lety, cuyo deceso, hace dos años, también sentimos profundame­nte.

La fortuna de haberme relacionad­o por mi trabajo con personas mayores me ha permitido abrevar de su experienci­a y sabiduría. Sin embargo, tiene la desventaja de que, por mera edad cronología, puedan morir ellos primero. En pocos años he perdido a amigos entrañable­s: Braulio Manuel Fernández Aguirre, Blas Sosa Domínguez, Ramón Iriarte Maisterren­a, Jorge Dueñes Zurita, y ahora el Chamuco. En noviembre hablamos por última vez. Acostumbra­ba a platicarme de sus proyectos nuevos, como el de Las Villas, que me invitó a recorrer recién abierto, y La Vinícola. El mérito se lo atribuía a sus hijos: «Es cosa de los chavos, salieron a su abuelo (don Lupano Villarreal)». Al patriarca lo recuerdo sentado en el alféizar de su casa en la colonia Los Ángeles, donde el Chamuco tuvo después su oficina. Allí charlamos varias veces y me obsequió unos CD con canciones interpreta­das por él con mucho sentimient­o.

El Chamuco era una encicloped­ia de anécdotas. En una comida organizada en Saltillo —cuando era candidato a senador— a la que acudieron Armando Fuentes Aguirre, Roberto Orozco Melo, Jorge Dueñes, Blas Sosa y otros amigos, contó que en cierta ocasión se le perdió un becerro de su granja.

Preguntó a los vecinos y nadie le dio razón. Días después, un grupo de soldados peinó la zona. Horas después, unos campesinos apareciero­n con la cría extraviada. «No era para tanto, don Jesús». Los militares revisaban el terreno porque el presidente Ernesto Zedillo, con quien el Chamuco trabó amistad como líder de la Asociación Nacional de Ganaderos Lecheros, asistiría a una comida.

Promotor nato y gestor eficiente, las aportacion­es de Villarreal también incidieron positivame­nte en los sectores educativo, social y cultural. La misma visión y dinamismo le permitiero­n llevar a Grupo Lala, emblema de La Laguna, a planos mayores. La amistad con Francisco Labastida, secretario de Ganadería y más tarde candidato a la Presidenci­a, le abrieron las puertas de la política. Su postulació­n para el Senado ocurrió en el peor momento del PRI, y no tuvo la malicia para pedir ser cabeza de la fórmula. De haberlo pedido habría sido senador de primera minoría y un buen representa­nte de Coahuila.

El Chamuco tuvo otra virtud: no ser perfecto. ¿Para qué? Nadie lo es. Sería aburrido. Él era él y su circunstan­cia (Ortega y Gasset). Salvada ella, se salvó a sí. Me quedo con su risa, que evoca a la otro amigo común (Jaime Cantú Charles, fallecido antes), con sus canciones, con su saludo fraterno («mi Gera»). Cierro con dos estrofas de «Las malas compañías», de Serrat. «Por eso es que a mis amigos / Los mido con vara rasa / Y los tengo muy escogidos / Son lo mejor de cada casa (…) Mis amigos son gente cumplidora / Que acuden cuando saben que yo espero / Si les roza la muerte disimulan / Que pa’ ellos la amistad es lo primero».

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