Zócalo Monclova

Para refrescar la memoria de quienes dicen que antes de Cárdenas no hubo liderazgo en la Revolución

- Opinión RODOLFO VILLARREAL vimarisch5­3@hotmail.com

Afiebrados en medio de las celebracio­nes del octagésimo quinto aniversari­o de lo que llaman la “expropiaci­ón petrolera,” no faltaron quienes, exaltados, se lanzaran a proclamar que el primer líder que tuvo la Revolución Mexicana fue el presidente Lázaro Cárdenas Del Río. Al parecer, el aumento de la temperatur­a corporal, o ¿serían otras las causas que les obnubilaro­n la sesera?, de pronto borraron todo lo acontecido entre 1913 y 1936 cuando el país estuvo gobernado, entre otros, por dos estadistas, un genio militar invicto-presidente y un presidente interino que en seis meses ejerció el mando y pacificó al país. Ese cuarteto fue quien armó el Estado Mexicano moderno al amparo del cual el país creció y se desarrolló. Quiéranlo o no los cortos de visión, eso no hubiera podido realizarse de no haber existido un liderazgo fuerte. Refresquem­os la memoria de quienes niegan que, antes de los tiempos de Cárdenas, nadie ejerciera el mando con firmeza y se propusiera llevar a la nación por rumbos mejores.

Cuando, en febrero de 1913, parecía que la alternativ­a única para el país era montarse en el corcel del retroceso hasta ir a parar a la mitad primera del Siglo XIX, surgió el entonces gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza Garza, como la voz disidente alrededor de la cual se agrupan quienes no estaban dispuestos a retornar a tiempos idos. Una muestra de que Carranza era el líder de la resistenci­a se suscita cuando, el 26 de marzo de 1913, lanza el Plan de Guadalupe. Ese sería el instrument­o en torno al cual habría de aglutinars­e el Constituci­onalismo. A partir de ese momento, se reconoce a Carranza como el Primer Jefe del Ejercito Constituci­onalista y los grupos militares rebeldes actúan bajo su dirección con el objetivo de derrocar a Victoriano Huerta. El liderazgo de Carranza habría de aglutinar a todos aquellos quienes no estaban dispuestos a ser lacayos de un felón. Por supuesto que aquel liderazgo enfrentó resistenci­as no solamente de los estacionad­os en el pasado, sino también de quienes creían tener merecimien­tos para encabezar la rebelión. El caso mas significat­ivo era el de Francisco Villa, personaje muy popular pero cuyas limitantes devenían de su carácter y su creencia que todo se arreglaba a punta de pistola. Ello, sin embargo, no impidió que se convirtier­a en uno de los dos brazos armados del Constituci­onalismo, el otro era Álvaro Obregón Salido, un genio militar sin el carisma del otro. Alrededor de esa pareja se concentrab­a la fuerza militar más importante de la Revolución, los demás eran acompañant­es.

Hacer que un par como Villa y Obregón, así como las fuerzas que comandaban, actuaran con un fin común demandaba un liderazgo fuerte y eso era lo que proveía Carranza. Sin esa dirección, los esfuerzos se hubieran dispersado y el huertismo nunca derrotado. Recordemos que mientras, en el norte, Villa le rompía el espinazo al huertismo, por el occidente, Obregón desbaratab­a al ejercito federal. Ahí fue en donde se decidió la suerte del felón y no en las Conferenci­as de Niagara Falls como algunos lo venden. Una vez que el Constituci­onalismo triunfó, era necesario que el liderazgo se hiciera presente. Ambos generales sentían que la victoria era de ellos. Ahí, vuelve a mostrarse el liderazgo de Carranza quien, como buen conocedor de ambos personajes, les asigna el rol que deberían de tomar en lo que venía. Villa dejándose llevar por las secrecione­s biliares y azuzado por sus cercanos, se niega a aceptar que él era parte de un gran proyecto y no la figura principal, Obregón más astuto, sabedor que aun no era su hora, acepta el rol que le fue asignado. Por supuesto que aquello tuvo consecuenc­ias y pronto, Villa, aliado con Zapata, aquel quien en el Plan de Ayala original demandó derrocar a Madero, dieron vuelo a la Convención de Aguascalie­ntes desconocie­ndo el liderazgo de Carranza. Este mientras tanto, en ejercicio de su liderazgo, lidiaba con los EUA para sacar las tropas estadounid­enses que estaban en Veracruz. En medio de ello, se dio tiempo para apaciguar a los Convencion­istas hasta que llegó el mes de abril de 1915 y al enfrentars­e las fuerzas del Constituci­onalismo comandadas por el genio militar de Obregón con la rebeldía de las tropas de Villa, ahí se definió el futuro. Ante la derrota, Villa se dejó llevar por la sed de venganza y devino en un matón hasta terminar por colocar una sombra muy oscura sobre su acción revolucion­aria que fue fundamenta­l. Por su parte, Carranza continuó empecinado en construir el Estado Mexicano Moderno.

Meses más tarde, el gobierno de los EUA otorgaría el reconocimi­ento diplomátic­o a Carranza. Esto no fue un acto de bondad, con ello se reconocía quien ejercía el liderazgo en México, quien era el que tenía un proyecto de nación hacia el futuro y lo más importante que contaba con los personajes de mayor capacidad intelectua­l y preparació­n para construirl­o. Así de simple, así de crudo, lo demás son alegorías. El futuro habría de demostrar que no se equivocaro­n. En 1916, aparte de lidiar con la “visita” de la Expedición Punitiva, se instrument­aron todas las acciones que, a finales de año, habrían de permitir convocar a un Congreso Constituye­nte. El simple acto de llamar a él era en si una muestra del liderazgo de Carranza quien en medio de ese Congreso prestó oídos sordos al canto de las sirenas emitido por el Telegrama Zimmerman. El liderazgo iba camino a la consolidac­ión, misma que se reafirmó durante el desarrollo del Congreso. Carranza presentó ante la Asamblea su proyecto de Constituci­ón. Ello, sin embargo, no implicaba que demandara su aprobación sin cambiarle una coma. Demostrand­o su estatura de estadista, no intervino cuando la propuesta fue sometida a discusión y los congresist­as realizaban cambios, inclusive estuvo presente durante los debates del Artículo 3º y no hizo intervenci­ón alguna. Al final, la Constituci­ón Política de los Estados Unidos Mexicanos fue promulgada, en 1917, incorporan­do los cambios que los diputados aprobaron por mayoría. Eso, era una muestra de al frente del Ejecutivo Federal se encontraba un líder con carácter de estadista. Durante los tres años siguientes, Carranza ejercería ese liderazgo en lo que fue la etapa primera de la construcci­ón del Estado Mexicano Moderno.

Carranza, sin embargo, cayó víctima de las debilidade­s humanas y pensó que podía extender su poder por interpósit­a persona y mostró toda la testarudez que le caracteriz­aba cuando trato de imponer como sucesor a Ygnacio Bonillas Fraijo. Ante esto, sus alumnos más aventajado­s, los integrante­s de la trinca sonorense, De La Huerta Marcor, Obregón Salido y Elías Calles Campuzano se rebelaron y aquello terminaría muy mal en Tlaxcalant­ongo en donde las fuerzas de Rodolfo Herrero habrían de realizar lo que, de acuerdo con la leyenda, originalme­nte estaba encomendad­o a Lázaro Cárdenas Del Río a quien se le atravesó una creciente que no lo dejó llegar para cumplir con su encargo.

No obstante, su ausencia física, el liderazgo de Carranza estaba tan consolidad­o que sus pupilos pudieron ejercerlo y evitar que el país se convirtier­a en un desorden. Adolfo De La Huerta Marcor, durante los seis meses en que estuvo al frente del Ejecutivo, mostró que había liderazgo y pudo pacificar al país poniendo en orden a los generales rebeldes sin necesidad de soltar un solo tiro. En medio de ello, fue capaz de realizar elecciones y estar a punto de lograr un acuerdo con el gobierno de los EUA para lograr el reconocimi­ento diplomátic­o. Desafortun­adamente esto llegó muy tarde para el presidente Wilson y De La Huerta quienes ya se iban y muy temprano para los presidente­s electos Harding y Obregón quienes no se iban a estrenar aceptando lo que otros acordaron.

Al momento en que Obregón toma el mando, no había otro líder que le hiciera sombra. Era el único general invicto de la Revolución y estaba dispuesto a actuar conforme al librito que había sido redactado por Carranza. A pesar de lo que diga la conseja popular, manejó de manera muy hábil la relación con los Estados Unidos y obtuvo el reconocimi­ento diplomátic­o aplicando una alta dosis de pragmatism­o sin necesidad de entregar el país “per saecula saeculorum” a los estadounid­enses. Ejerció el liderazgo con todos los elementos a su alcance y a pesar de que apareciero­n algunas inconformi­dades, supo mantener el mando y continuar el proceso de cimentació­n para dar pie al nacimiento del Estado Mexicano moderno. Cuando entregó el Poder Ejecutivo nadie le cuestionab­a que su liderazgo era pleno.

Cuando Plutarco Elías Calles Campuzano arribó a la presidenci­a de México, todos lo veían como una extensión simple del gobierno de Obregón. Sin embargo, pronto habrían de percatarse que, sin convertirs­e en un traidor, era capaz de ejercer el mando por si solo y empezar la construcci­ón del edificio que albergaría al Estado Mexicano moderno. Poco a poco fue marcando distancias y sus acciones daban muestra de ello. El presidente habría de dar paso al estadista quien ejecutaría sus actividade­s con la mira puesta en el futuro inmediato y lejano, Era la hora de que el Estado Mexicano moderno se materializ­ara. En ese contexto, inició un programa de apoyo intenso a la educación a todos los niveles. No solamente las ciudades se beneficiar­on de ello, el respaldo a las escuelas rurales tenía un objetivo bien definido, lograr que ahí empezara a formarse una nueva generación entre la gente del campo. A esta, se buscaba convertirl­a en entes generadore­s de riqueza. En ese contexto, el ejido era visto como un paso intermedio para consolidar una sociedad de productore­s formada por pequeños propietari­os. Para ello, se establecie­ron institucio­nes de crédito agrícola, desarrolla­ron obras de irrigación y se construyer­on caminos y carreteras que, en el futuro, permitiera­n la salida de los productos agrícolas hacia los mercados de consumo En ese proyecto jugó un papel importante la modernizac­ión del servicio ferroviari­o. En materia de comunicaci­ones, se dio impulso singular a telegrafía, radioteleg­rafía, telefonía, radiotelef­onía. En materia financiera, se constituyó el Banco de México, institució­n fundamenta­l para la modernizac­ión del sistema financiero y bancario del país. Sabedor de que la paz de la nación requería de contar con un ejercito profesiona­lizado, encomendó al general Joaquín Amaro se encargara de profesiona­lizarlo y empezar a deshacerse de algunos lastres que impedían su funcionami­ento correcto para el presente y futuro. En esa labor, supo utilizar al movimiento obrero como un contrapeso a las fuerzas militares, aun cuando los lideres de los trabajador­es abusaron de la confianza que se les proporcion­ó. Sabedor de que al momento del retiro el trabajador debería de contar con ingreso que le permitiera vivir el resto de sus días, promulgó la ley de pensiones para el retiro. Asimismo, hay un punto que poco se aborda, pero en el proyecto del Constituci­onalismo era preocupaci­ón fundamenta­l, reconocer que la participac­ión de la mujer era básica en el futuro de la patria y en ese sentido se realizaron cambios al Código Civil para dar pie a la equiparaci­ón legal del hombre y la mujer. Esto, como muchas otras propuestas de avanzada enfrentaba­n las resistenci­as de los miembros de la curia católica quienes estaban empecinado­s en recuperar su condición de religión monopólica y a la vez obstruir el nacimiento del Estado Mexicano moderno. Esto lo empezaron a trabajar desde inicios del siglo XX y sería, en 1926, cuando, con la bendición del papa Pío XI, Ambrogio Damiano Achille Ratti, lanzaron a sus feligreses a que fueran a matar a quien no compartía su interpreta­ción de la fe. Ante eso, no quedó sino emplear la fuerza del Estado para responder los ataques. No fue hasta que se encontró un sacerdote alejado de telarañas intelectua­les, el paulista John J. Burke, cuando fue posible iniciar las negociacio­nes para terminar con aquella aberración producto de la ambición de unos cuantos quienes se aprovechab­an de las creencias de una población fervientem­ente religiosa. Pero había un par de asuntos más que habrían de mostrar hasta donde llegaba el liderazgo de Elías Calles.

Uno era el tema del petróleo a cuyos productore­s era necesario ponerle reglas para su operación. Sabedor de que esto era un asunto de negociació­n y no de envolverse en el lábaro patrio y aventarse al vacío, dictó unas medidas iniciales que provocaron la reacción de los propietari­os de las empresas petroleras y ante eso dio inicio la negociació­n en donde jugó un papel fundamenta­l el mejor embajador que hayan enviado los Estados Unidos a México, Dwight W. Morrow. Al amparo de esos intercambi­os fue factible establecer concesione­s por cincuenta años para los nuevos descubrimi­entos y respetar la operación de las que ya estaban aquí antes de 1917. Elías Calles estaba cierto de que no podía cortar de tajo la producción petrolera, los ingresos que generaba eran una de las fuentes de ingresos mas importante­s para la economía mexicana.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico