¿Cuál México?
Ya es costumbre en el discurso oficial hacer referencia a México aunque cada gobernante tenga su muy particular concepto de país y cuando lo mencionan parecen estar hablando de diferentes países, dependiendo de quien lo haga. Está claro que vivimos en un país que es muchos países a la vez con gran diversidad cultural, de colores y sabores y con enormes riqueza humana y territorial, pero cuando el discurso oficial menciona a México no queda claro a qué país se refieren.
A lo mejor hablan del México de la corrupción donde quien no tranza no avanza, en el que la burocracia no funciona sin su correspondiente moche, en el que la Justicia es un artículo de consumo disponible al mejor postor, en el que dinero mata carita, en el que se cree que un cargo público sirve para enriquecerse como si se tratara de una carrera contra reloj.
Tal vez sea el México de la impunidad, en el que nunca pasa nada aunque suceda de todo o en el que el influyentismo somete a la Justicia con mil artilugios, o en el que ser pobre es un delito.
Tal vez es el México en el que los derechos humanos son violentados a diario, en el que la tortura es una práctica común de las policías para obtener confesiones o algún moche; el de las desapariciones forzosas, el de la re-victimización de las víctimas de violación, los feminicidos y la violencia contra las mujeres, el de la discriminación y del del bullying, o el de negar y entorpecer los derechos de quienes tienen preferencias sexuales diferentes.
O el México de quienes menos tienen, que aunque trabajen de sol a sol difícilmente cubren sus necesidades básicas de alimentación y salud, en el que los niños tienen que dejar de estudiar para ayudar a la economía del hogar, si es que tienen hogar; el de esas personas que solo son tomadas en cuenta cuando hay elecciones o aparecen en la nota roja.
O se trata del México de las mentiras en el que nos prometen disminuir los precios de los combustibles y aumentan lo mismo que la luz y el gas, o es el de que somos una economía sana aunque la inflación aumente, la pobreza avanza y en el que el crecimiento del país es relativo.
Tal vez se refieren al México del engaño en el que nos dicen que pronto llegará la autosuficiencia en la producción de combustibles, del fin de la corrupción porque ya no son como antes, en el que lo que se dice no corresponde con lo que se hace, en el que los líderes obreros son todo menos obreros, en el que prometen mejorar los hospitales mientras por otro lado recortan con crueldad el presupuesto y escasean los medicamentos. Pero eso sí, el presupuesto para los diputados sí aumenta.
O tal vez se refieren al país en el que la finalidad de sus gobernantes es conservar el poder, que solapa el contubernio con sinvergüenzas para acumular incalculables fortunas mientras la desigualdad es insultante y aumenta a diario. O es el México que reduce la democracia únicamente a los procesos electorales y que tolera los fraudes.
O a lo mejor es el México que pone en riesgo su honor cada vez que juega la selección mexicana de futbol y aunque los fanáticos se vistan la verde, griten y festejen terminan con desilusión y frustración al no pasar de donde mismo.
A lo mejor es el México de los pretextos, del “mañana te pago”, el del chisme, el rumor y la calumnia, el de los todólogos en el que todos opinan de todo aunque no se tenga ni la menor idea, o el de los linchamientos sociales en las redes y la desinformación.
Lamentablemente todo eso es México, un país que se nos está escapando de las manos, en el que las instituciones están devaluadas, que carecen de credibilidad, en el que muchos gobernantes no se dan cuenta de que no se dan cuenta y que se duda de su capacidad para tomar decisiones.
Pero afortunadamente hay otro México –y que no es poca cosaque cree en su país, que aún conserva su identidad, que cree en la cultura del esfuerzo y el mérito, en el trabajo productivo, en la justicia, en la honestidad y en la honradez, que es hospitalario, amable, solidario, alegre y entusiasta. Sí, sí hay otro México, pero ese México ya se está hartando.