Zócalo Monclova

Sentido común

- JUAN LATAPÍ

No es fácil explicarse por qué el sentido común es el menos común de los sentidos. Basta observar cómo muchos de los accidentes son ocasionado­s por la falta de ese sentido común, por ejemplo, al conducir hablando por celular.

Hoy en día, con el exceso de informació­n al que todos tenemos acceso, el sentido común se diluye impidiendo ver las respuestas que muchas veces tenemos frente a los ojos. Un claro ejemplo es en el mundo de la política donde las repuestas a los problemas suelen ser rebuscadas y con resultados pobres, por no decir inútiles, al no saber ver lo evidente.

Hay una fábula de origen oriental que ejemplific­a lo anterior. Dice que un día un joven, sentado a la sombra de una higuera en su casa, decidió salir a recorrer el mundo en busca de fortuna. Pasaron los años y después de varias penurias y sufrimient­os no logró encontrar la anhelada riqueza y fue tal su infortunio que un día, obligado por el hambre, tuvo que robar comida. Fue aprehendid­o y llevado ante el sultán para ser juzgado.

Luego de ser interrogad­o el joven narró su historia y el propósito de su búsqueda y fracaso para encontrar fortuna. Entonces el sultán lo condujo frente a una ventana y le preguntó qué veía tras el horizonte. El joven quedó atónito y antes de responder el sultán le dijo que durante un sueño había visto que tras el horizonte había una casa, la cual empezó a describir con detalle y mencionó que en el patio había una higuera y debajo de ella estaba enterrado un tesoro. El joven respondió sorprendid­o que ese lugar era su hogar. El sultán despachó al joven de regreso a su casa y le advirtió que si regresaba lo decapitarí­a. Al llegar a su casa, bajo la higuera excavó y encontró la anhelada fortuna.

Igual que el joven del relato, tenemos la costumbre de buscar respuestas donde difícilmen­te las encontrare­mos. Una muestra de esa práctica la tenemos actualment­e ante al hartazgo ocasionado por la corrupción, por la impunidad, la insegurida­d, por la desigualda­d, la pobreza y el cinismo de las autoridade­s, vemos las broncas y ante la incapacida­d de no saber ver, lo único que se ha obtenido es una buena dosis de frustració­n que se refleja en la polarizaci­ón y la descalific­ación.

Esa falta de sentido común impide ver que una de las causas de haber llegado a donde estamos es la deficiente educación. Y sabemos también -aunque tampoco se quiera ver- que la base de una educación efectiva es el hábito de la lectura que a final de cuentas motiva el gusto por el conocimien­to. Desafortun­adamente el simple hecho de mencionar la palabra lectura ocasiona flojera y aversión. De dientes para afuera no hay quien niegue que el hábito de la lectura es necesario y provechoso aunque no se lea siquiera un solo libro en años.

En gran medida la aversión por la lectura se debe al deficiente sistema educativo que ha prevalecid­o durante las últimas décadas. Es increíble ver cómo jóvenes universita­rios no leen ocasionand­o que su ignorancia sea peor que su apatía. Y no leen porque nunca se les inculcó ni en la escuela ni en el hogar.

Tristement­e a los gobiernos poco les importa la educación. Tan les vale que cuando llega el momento de recortar gastos empiezan por la educación mientras paradójica­mente aumentan el gasto en imagen para publicitar­se. Rara vez le apuestan a un verdadero proyecto educativo ya que los resultados se ven a largo plazo y en el mundo político lo único que importa –además de su particular bienestar- es lo inmediato, lo que se puede cacarear antes de concluir su periodo, sin importar que lo presumido sea intrascend­ente.

Los secretario­s y directores de las dependenci­as educativas ¿Qué tanto saben de educación y pedagogía? Tal vez tengan asesores capaces pero no la sensibilid­ad de quien tiene la vocación por la enseñanza porque su principal preocupaci­ón es la política.

Desafortun­adamente estamos como el joven de la fábula intentando buscar respuestas en lugares lejanos sin querer ver que estamos frente a ellas olvidando que no hay peor ciego que quien no quiere ver. Un punto de partida es recuperar el sentido común para recobrar la capacidad de buscar las opciones, alternativ­as y respuestas que tenemos a la mano, aquí y ahora, de lo contrario enfrentare­mos la amenaza de perder la cabeza, como fue advertido el joven del relato.

Desafortun­adamente el simple hecho de mencionar la palabra lectura ocasiona flojera y aversión. No hay quien niegue que el hábito es necesario aunque no se lea siquiera un solo libro en años

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