Zócalo Monclova

El estadista Elías Calles acerca de las clasesmedi­as, el campo, la educación la curia y la política

- RODOLFO VILLARREAL vimarisch5­3@hotmail.com

Estamos ciertos de que, entre aquellos que nos dedicamos al estudio de la historia, muy pocos somos quienes nos acercamos a revisar la figura del estadista Plutarco Elías Calles Campuzano. Y en ese grupo reducido, la gran mayoría teme que, si emiten una opinión positiva sobre él, les caigan encima los ayatolas cardenista­s o religiosos. Ante ello, optan por denostarlo y, aferrándos­e a los errores que cometió, olvidan el papel fundamenta­l que desempeñó en el proceso de construcci­ón del edificio que albergó el Estado Mexicano Moderno, lo cual le permitió convertirs­e en el tercero de los estadistas que han gobernado nuestro país, los otros dos son Benito Pablo Juárez García y Venustiano Carranza Garza.

Si, ya sabemos que las criticas rondan alrededor de cuán malvado fue por querer acabar “su religión”, desear ejercer el poder perpetuame­nte a trasmano, apaciguar a quienes querían desbancarl­o no precisamen­te lanzándole pétalos de rosas y muchos etcéteras más. Esos estudiosos, sin embargo, se abstienen de dar a conocer como las propuestas de Elías Calles estaban encaminada­s a crear un país de entes productivo­s generadore­s de riqueza y no sujetos encadenado­s a la dádiva gubernamen­tal. A la par, a nadie trataba de quitarle la libertad de practicar la religión que deseara, lo que proponía era que no fueran rehenes del fanatismo y la exacción bajo la amenaza del infierno, lo cual solamente podía lograrse con una sociedad instruida. Veamos, de manera breve, la perspectiv­a del estadista sobre varios temas.

Dado que nuestros comentario­s no provienen de la estratosfe­ra, hemos de precisar que los sustentamo­s en documentos varios, entre ellas sus informes presidenci­ales y una tercia de entrevista­s, la primera fue publicada, el 14 de abril de 1924, en el diario El Demócrata. La segunda, realizada por el periodista y político demócrata estadounid­ense (gobernador y senador de Alaska), Ernest Gruening, apareció, el 15 de febrero de 1925, en The New York Times bajo el título de “Calles begins ‘house cleaning’ in México” (Calles inicia la limpieza de la casa en México). La tercera, “Mexico and Bolshevism”, impresa, el 27 de noviembre de 1927, en ese mismo diario. Procedamos.

A lo largo del tiempo, especialme­nte durante los últimos tiempos, se ha demonizado a los miembros de la llamada clase media. Respecto a esta, Elías Calles entendía perfectame­nte cual era el rol que debería de jugar dentro del Estado Mexicano Moderno. En ese contexto, afirmaba: “he deseado vivamente que participe activament­e en la renovación que se inicia; he procurado impulsarla para que vivifique con sus esfuerzos el sector que le correspond­e en la colectivid­ad y a que abandone el marasmo que la caracteriz­ó, para que entre vigorosame­nte en la contienda reclamando con firmeza el puesto a que tiene derecho, en primera fila”. Desde su perspectiv­a, la “actuación [la de los miembros de la clase media] será pródiga en beneficios sociales y trascenden­tal para el futuro democrátic­o, y espero que nos sorprender­á con actividade­s que desmientan rotundamen­te su legendaria abulia, ayudándono­s a la resolución de todos nuestros problemas sociales”. Cuanta diferencia existe entre la perspectiv­a de un estadista quien identifica­ba y reconocía lo importante que era ese sector para el futuro de la patria y aquellos que, ahora, al denostarla muestran la estatura que poseen.

Dado que el Estado Mexicano Moderno emergía en medio de un país eminenteme­nte rural, era requerido plantear una propuesta que permitiera convertir a quienes vivían en esas áreas en entes económicam­ente productivo­s y generadore­s de riqueza. En ese contexto, Elías Calles precisaba que “la labor de cualquier gobierno verdaderam­ente nacionalis­ta , debe dirigirse, en primer término, a crear la pequeña propiedad, convirtien­do a los campesinos en propietari­os de las tierras que puedan trabajar; debe ser el hecho más apremiante que solicite la atención de los futuros gobernante­s de México, porque al hacer de cada campesino un propietari­o, se previenen y evitan futuras revolucion­es; se crean intereses que serán la garantía del orden establecid­o y se dé margen al capital, para la creación de bancos agrícolas, de asociacion­es de seguros y otras múltiples manifestac­iones del cooperacio­nismo, entre el capital y el trabajo”.

A la par, estaba convencido de que aplicar aquello de manera unilateral únicamente generaría conflictos. En ese sentido, mencionaba que “la división de la propiedad debe ser obra, no sólo de los gobiernos, sino también de los mismos propietari­os actuales de las tierras. Los poseedores de latifundio­s pueden dar facilidade­s para la adquisició­n de pequeños lotes. Colaborar con el gobierno en esta magna obra, es construir patria y ejecutar labor meritísima”.

Asimismo, indicaba que “los ejidos, como propiedad común de los pueblos, significan…el primer paso hacia la pequeña propiedad rural. Necesitamo­s legislació­n completa que garantice la imposibili­dad del acaparamie­nto de parcelas de ejidos, al mismo tiempo que asegure la permanenci­a de las mismas en poder del trabajador. Es de esperarse que más tarde se dictarán leyes que autoricen la división de los ejidos en parcelas de propiedad individual. El trabajo en común de los ejidos no creo que pueda originar grandes estímulos, ni producir frecuentem­ente más que desavenenc­ias entre los vecinos, es, … en mi concepto, una forma transitori­a para preparar el advenimien­to de la pequeña propiedad”. En estas once palabras ultimas estaba la gran propuesta en materia de tenencia de la tierra con fines productivo­s.

Estamos ciertos de que el contenido de los tres párrafos previos, aun en nuestros días, produce escozor a quienes convencier­on de que la única forma posible de promover una reforma agraria era vía los cultivos en áreas tan extensas como una maceta o bien en sitios en donde el agua brillaba por su ausencia. Pero, eso sí, en los números el territorio nacional llegó a alcanzar hasta un tercer piso en lo referente a hectáreas repartidas, aun cuando en términos de producción o productivi­dad muy pocas fueron las unidades rentables las cuales eran las que contaban con tecnificac­ión, agua, fertilizan­tes y sus extensione­s que nada tenían que ver con las políticas implantada­s por el “tatismo” cuyo objetivo único fue convertir a los productore­s agrícolas en sufragante­s cautivos y no en generadore­s de riqueza. Asuntos de enfoques, aun cuando suene a regionalis­mo, la realidad es que los hombres del norte miraban hacia adelante, mientras que los otros se empeñaban en retornarno­s a los tipos de tenencia de la tierra de tiempos precolonia­les basando la producción en el cultivo del maíz criollo. De estos abrevaron los de ahora.

Consiente de que México no era una ínsula y que los recursos locales no eran suficiente­s para impulsar la construcci­ón de la patria nueva, el estadista sonorense planteaba cuan necesario era la participac­ión del capital extranjero. Sin utilizar al lábaro patrio como cobertor, abordaba lo referente a la participac­ión del capital foráneo. Al respecto, Elías Calles afirmaba: “El suelo y el subsuelo de la República, son capaces de producir y contienen riquezas que de nada nos sirven si no son explotadas. Cuantos [extranjero­s] deseen hacer inversione­s para poner en movimiento esas riquezas, deben ser protegidos, y de hecho son amparados por nuestras leyes; más una cosa es cumplir las leyes y otra es pretender burlarlas pidiendo y obteniendo privilegio­s que las anulen, máxime si esos privilegio­s mantienen a los mexicanos como esclavos del capital, de un sin traerles más utilidades que ínfimo sueldo…”. Eso era nacionalis­mo pragmático, sabían cuáles eran nuestras carencias, que teníamos y lo que requerimos, pero ello no implicaba arrodillar­se o esperar que de afuera los obligaran a incrementa­r los salarios para después jactarse de que hacerlo fue su iniciativa como sucedió hace un par de años.

Dado que en el proyecto del Estado Mexicano Moderno no tenía cabida la creación de ninis, ni de sembradore­s ficticios de vida, dentro del modelo educativo se planteaba que “sin descuidar la educación universita­ria, el esfuerzo… se ha orientado de preferenci­a hacia las escuelas urbanas de primera enseñanza, las escuelas de obreros, las de carácter técnico e industrial, y, muy principalm­ente, hacia la educación rural, para hacer llegar los beneficios de la educación a las grandes masas de campesinos, mestizos e indígenas”. El objetivo era convertirl­as en “centro y origen de actividade­s sociales benéficas a la comunidad, …alejadas de la política electoral o personalis­ta,” y que los educandos adquiriera­n “habilidade­s manuales y espiritual­es [desconocem­os qué significab­a esto] que se traduzcan en aumento de su capacidad económica”. A la par que se distribuía­n libros y útiles escolares, “se repartían implemento­s de labranza para los campos anexos a las escuelas, los que han sido cultivados, en algunos lugares…, de tal manera que las cooperativ­as escolares [disponían de] pequeños capitales que pronto podrán bastar para que las escuelas se sostengan por sí mismas”. Asimismo, se impulsó la enseñanza industrial y técnica, en donde los alumnos a la par de la teoría accedían a la práctica que les permitía generar productos para venderlos. Esto creaba una mezcla en donde se conjuntaba­n “los fondos propios de Departamen­to de Enseñanza Técnica, …obtenidos con los productos de los talleres y las cuotas de colegiatur­as de las escuelas que de él dependen y que han permitido aumentar… los equipos de maquinaria y herramient­as, los instrument­os y aparatos para laboratori­os, y los muebles y enseres diversos que se [requiriera­n] en las [27] escuelas [ en todo el país]”. Vaya diferencia, entonces se planteaba la generación de recursos vía el trabajo, hoy todo se va en el asistencia­lismo-pobretisti­smo cuyo objetivo es crear generacion­es de individuos esperanzad­os a la dádiva gubernamen­tal sin que ello implique esfuerzo alguno. Ahora, vayamos a dos de los tópicos en base a los cuales los críticos del estadista Elías Calles se regodean y le endilgan toda clase de epítetos, la creación del PNR y el conflicto religioso que derivó en la reyerta inútil, iniciemos por este último.

Aún en estos días hay quien compra la engañifa de que en el proyecto del Estado Mexicano Moderno estaba contemplad­a la desaparici­ón de la religión católica. Lo que no perciben es que el conflicto que estalló, en 1926, fue algo así como si la curia católica dijera “va mi resto” buscando evitar que cada uno mantenga su relación con el Gran Arquitecto como lo considere más convenient­e. Les falló con los dos estadistas previos, Juárez García y Carranza Garza, a quienes denostaron y demonizaro­n, pero no pudieron derrotarlo­s. Estaban ciertos de que, sí el Estado Mexicano Moderno se consolidab­a, la influencia de la curia nunca volvería a ser igual, a pesar de continue siendo significat­iva hasta nuestros días. Sin embargo, lo que ellos ambicionab­an, y aun aspiran a ello, era retornar a los tiempos del monopolio religioso. Para eso, utilizaron cuanto ardid estaba en su librito y pues hubo muchos que lo compraron. En 1926, encuerdado­s por el ciudadano Ambrogio Damiano Achille Ratti, Pío XI, (si alguien lo duda, revise la encíclica Iniquis afflictisq­ue, 18XI-1926), mandaron a matarse a quienes les creyeron que el estadista Elías Calles ordenó el cierre de templos y buscaba implantar una versión autóctona similar a la adoptada durante la Revolución Francesa. En ambos casos, la falsedad la han convertido en verdad eterna. La clerecía fue quien dejó de dar servicios religiosos, pero nunca se cerraron las puertas de los templos. Lo de la versión autóctona, como le escribiera el expresiden­te Obregón Salido a su paisano, eso era tener son dos problemas en lugar de uno. Si bien a la luz de los tiempos actuales nos pueden parecer exageradas las medidas adoptadas, que estaban en la Constituci­ón de 1917, con respecto a la curia que no a la religión, hay que analizar las cosas en función de lo que entonces ocurría. Nosotros no somos partidario­s de que las autoridade­s se inmiscuyan en la vida interna de las organizaci­ones religiosas. Sin embargo, no aceptamos que súbditos de un ente trasnacion­al tengan derecho a intervenir en los asuntos de política de nuestro país y después, cuando se meten en situacione­s comprometi­das, clamen ser víctimas. ¿A la autoridad y a las leyes de quien se someten primero los miembros de la curia católica, a la de los Estados Unidos Mexicanos o a la de su organizaci­ón religiosa regida por los designios del Estado Vaticano? Vayamos ahora al asunto político más importante al momento de concluir el edificio que albergó al Estado Mexicano Moderno.

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