Un nuevo proyecto de felicidad
“En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles, hablándoles así: “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufrientes, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos serán ustedes, cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio
será grande en los cielos”. Palabra del Señor. (Mt 5 1-12)
En este domingo Mateo da cuenta de un sermón que Cristo predicó al inicio de Su ministerio. Este se ha llegado a conocer como el Sermón del Monte, donde se narra las enseñanzas de Cristo sobre los principios que conducen a la felicidad. Cristo también manda a Sus discípulos que sean un ejemplo de rectitud.
Al formular las bienaventuranzas, Mateo, a diferencia de Lucas, se preocupa de trazar los rasgos que han de caracterizar a los seguidores de Jesús. De ahí la importancia que tienen para nosotros en estos tiempos en que la Iglesia ha de ir encontrando su propio estilo de vida en medio de una sociedad secularizada. (Con la secularización, lo sagrado y lo religioso se hacen más privados y ceden su preeminencia pública a la sociedad.)
Solo, sobre un monte cerca del mar de Galilea, Jesús había pasado la noche orando en favor de estos escogidos. Al amanecer, los llamó a sí y con palabras de oración y enseñanza puso las manos sobre sus cabezas para bendecirlos y apartarlos para la obra del Evangelio. Luego se dirigió con ellos a la orilla del mar, donde ya desde el alba había principiado a reunirse una gran multitud. “Dichosos…”. El evangelio, la Buena nueva que proclama Jesús es la dicha. Muchas veces hemos transformado esta llamada a la dicha en una religión triste, en una religión de obligaciones. Y, sobre todo, llama (Jesús) a los arrogantes para que reconozcan su fragilidad humana, para que den lugar a una fortaleza que viene de Dios. Son las personas humildes las que son bienaventuradas o dichosas. Pero Jesús nos llama a la dicha. “¡Dichosos los pobres!”. La buena que grita Jesús es que Dios viene a establecer su reino; como un buen rey de su época, empezará restableciendo la justicia. Como que si Dios ya estuviera cansado de vernos pobres. Las bienaventuranzas, o la buena noticia de qué Dios viene a liberar a todos los desventurados de su miseria. Las bienaventuranzas con que se abre el sermón de la montaña hablan, por consiguiente, de personas que son actualmente dichosas o, en todo caso, que lo serán en el momento en que vayan a padecer malos tratos. Quizá no se den cuenta de ello y tendrán que tomar conciencia de su dicha, pero la verdad es que son dichosas. Las bienaventuranzas siguen interpelándonos hoy, cristianos. ¿Nos damos cuenta de que somos felices? Y, si no lo somos las bienaventuranzas nos obligan a preguntarnos por qué no lo somos. Jesús quiere hacer de sus discípulos hombres dichosos; no concibe que puedan ser discípulos suyos sin ser dichosos. La dicha de la que hablan las bienaventuranzas no excluye las contrariedades ni el sufrimiento. Se refieren precisamente a unas personas a las que se considera desgraciadas. Es nuestra concepción de la felicidad lo que debemos revisar. Las personas dichosas de
(Ciclo “A” Mt) 4º DOMINGO ORDINARIO
Las Bienaventuranzas son los Mandamientos dichos de otro modo, exponiendo con mayor detalle cual debe ser el comportamiento cristiano, es decir, cómo espera Dios que nos comportemos, porque de quienes obren de este modo será el Reino de los Cielos. Recapacitemos nuevamente en que no hay recompensa más grande para el hombre, que vivir eternamente en el Reino de Dios.
las que habla aquí Jesús son felices ahora en virtud del porvenir que se abre por delante de ellas.
Jesús sabe de qué habla y es su experiencia de hombre lo que hay que saber reconocer en las bienaventuranzas: una experiencia que nos invita a compartir. La dicha de que aquí habla Jesús es ante todo su propia dicha. Una dicha donde quede sitio para la cruz. Una dicha que, para nosotros, brota de la esperanza que él nos da por su cruz. Una dicha que será la medida de nuestra fe en él. ¿No dijo acaso a sus discípulos qué había venido “para qué compartáis mi alegría y así vuestra alegría sea total?” (Jn 15, 11) Por tanto, es evidente que, si se declara dichoso a los pobres, es porque el reino de Dios va a actuar en su favor; la llegada del reino va a atraer el final de sus sufrimientos; los afligidos son dichosos porque el reino de Dios va a traerles el consuelo…
Cuando entramos al reino de Dios, deseamos parecernos más a aquellos que se llaman bienaventurados —ser más humildes, más misericordiosos, tener más hambre de justicia, ser más propensos a hacer la paz y así sucesivamente. Esto les da un carácter imperativo moral a las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas, así, son promesas paradójicas, sostienen la esperanza en las tribulaciones y anuncian bendiciones y las recompensas ya iniciadas por el amor y la misericordia insondable de Dios Padre, manifestadas en su Hijo.
¿Qué dice la Biblia de los
que lloran? «Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados», Jesús no es indiferente a nuestras tribulaciones, y se implica personalmente en curar nuestro corazón de la dureza del egoísmo, en colmar nuestra soledad y dar fuerza a nuestra acción En la audiencia general, el Papa habló sobre esta segunda bienaventuranza. Aseguró que se trata de una “actitud fundamental en la espiritualidad cristiana: el dolor interior que nos abre a una autentica relación con el Señor y con el prójimo”. “Este llanto tiene dos aspectos. El primero, la aflicción acusada por la muerte o por el sufrimiento de alguien que amamos. El segundo, un llanto por el dolor de nuestros pecados, provocado por haber ofendido a Dios y al prójimo”, añadió. Sobre este, explicó que “el dolor por haber ofendido y herido a quien amamos es lo que llamamos el sentido del pecado, que es un don de Dios y obra del Espíritu Santo, que siempre nos perdona con ternura. (www.romereports.com)
Ahora bien, ¿Cuál es la promesa para los que viven las bienaventuranzas? “Dichosos serán ustedes, cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”. (v 11) Nuestro Padre celestial no se olvida de los angustiados. Dios no desea que quedemos abrumados de tristeza, con el corazón angustiado y quebrantado. Quiere que alcemos los ojos y veamos su rostro
amante. El bendito Salvador está cerca de muchos cuyos ojos están tan llenos de lágrimas que no pueden percibirlo.
La tristeza que es, según Dios, me lleva a reconocer mi propio pecado o incapacidad, y al mismo tiempo me ayuda a seguir adelante en el camino de la salvación y transformación. Si en verdad cuido de esto, me llevará a trabajar en mi propia salvación y purificación, y de esta manera mi naturaleza se vuelve cada vez más como la de Dios. Anhela estrechar nuestra mano; desea que lo miremos con fe sencilla y que le permitamos que nos guíe. Su corazón conoce nuestras pesadumbres, aflicciones y pruebas. Nos ha amado con un amor sempiterno y nos ha rodeado de misericordia. Podemos apoyar el corazón en él y meditar a todas horas en su bondad. El elevará el alma más allá de la tristeza y perplejidad cotidianas, hasta un reino de paz. Las pruebas de la vida son los instrumentos de Dios para eliminar de nuestro carácter toda impureza y tosquedad. Mientras nos labran, escuadran, cincelan, pulen y nos sacan brillo, el proceso resulta penoso, y es duro ser oprimido contra la piedra del esmeril. El Señor no ejecuta trabajo tan consumado y cuidadoso en material inútil. Únicamente sus piedras preciosas se labran a manera de las de un palacio. ¿Estás quebrantado bajo tu insuficiencia de no poder ser realmente bueno para con los otros? ¿Puedes ver que tan lejos estás de vivir la vida como la Biblia describe? ¿Te aflige estar atado y atrapado bajo
el pecado que vive en ti? Si tu respuesta es “sí”, vas a ser consolado porque tu tristeza según Dios va a obrar arrepentimiento, lo que a su vez conduce a la acción, a la obediencia y, finalmente, a la salvación – a la vida. Por eso está escrito en Eclesiastés 7:3: “Mejor es el pensar que la risa; porque con la tristeza del rostro se enmendará el corazón.” Tus lágrimas y lamento serán reemplazados por óleo de Alegría”. (Isaías 61:3; Hebreos 1:9). (www.focolare.com;www. cercaesta.com)
Si quieres saber qué significan las Bienaventuranzas, primero debes saber cómo interpretarlas. Jesús quiere que nos mantengamos firmes en la fe, que no dudemos y que procedamos de conformidad con las bienaventuranzas. No nos hagamos los desentendidos, que este sermón es para nosotros. No se refiere a los demás, como tendemos a creer, sino a nosotros. Y si no nos vemos reflejados en ninguna de estas bienaventuranzas, pues debemos tener suficientes razones para detenernos un momento y examinar lo que estamos haciendo con nuestras vidas, porque podríamos perderlas y nada, ni nadie vale la pena tan grave pérdida. Acaso, ¿No somos humildes, sencillos y pobres de espíritu, sino más bien arrogantes, exigentes y soberbios, creyendo que todos deben servirnos y rendirnos pleitesía, como si estuviéramos muy por encima de nuestros hermanos y lo mereciéramos todo? Así es cómo podemos interpretar las Bienaventuranzas. También puedes interpretarlas de otras maneras si quieres. Pero si quieres saber lo que significan, primero debes saber lo que son. Es importante recordar que las Bienaventuranzas no son reglas que debes seguir. Por el contrario, son palabras de aliento para cualquiera que quiera seguir a Jesús. Las Bienaventuranzas son los Mandamientos dichos de otro modo, exponiendo con mayor detalle cual debe ser el comportamiento cristiano, es decir, cómo espera Dios que nos comportemos, porque de quienes obren de este modo será el Reino de los Cielos. Recapacitemos nuevamente en que no hay recompensa más grande para el hombre, que vivir eternamente en el Reino de Dios.
A las preguntas que específicamente nos hacemos cada día, respecto a lo que está bien y a lo que debemos hacer en cada ocasión, Jesús les da respuestas concretas. Solo tenemos que meditarlas y aplicarlas a nuestra vida. Y si estás buscando ánimo, entonces es posible que quieras leer estos versículos de nuevo. Las Bienaventuranzas te ayudarán a descubrir el tipo de persona que estás destinado a ser. Si te fijas bien, puede que incluso descubras que has sido bendecido en algunos de estos aspectos de la vida. Por lo menos, puedes encontrar que eres más fuerte en otros.
Por entender esto, Señor…te doy gracias.
¡QUE ASI SEA!