Zócalo Piedras Negras

Relevo pactado

- Capitolio GERARDO HERNÁNDEZ

Manolo Jiménez ha emprendido el vuelo hacia el despacho principal del Palacio Rosa con el viento a favor y el padrinazgo y dirección de Miguel Riquelme. El lagunero procede de las infantería­s, y el saltillens­e, de una dinastía cuyo patriarca Luis Horacio Salinas lideró el PRI y también aspiró al Gobierno. La nominación del delfín se cantó hace años, pero el 13 de enero fue cuando se oficializó a bombo y platillo. Para guardar las formas, primero se echó mano de una encuesta cuya metodologí­a se ignora. Los gobernador­es nombran sucesor desde que la alternanci­a le amputó el dedo al Presidente.

Durante la presidenci­a imperial, los aspirantes a gobernador forjaban casi siempre su carrera en la capital del país y debían esperaban décadas para ser postulados. No siempre lograban su propósito ni llegaban al cargo los mejores. Manolo Jiménez fue diputado, dos veces Alcalde de Saltillo -por periodos de uno y tres años- y secretario de Desarrollo Social. Las mayores oportunida­des las recibió de Riquelme cuya estrella, como pasa cada seis años, ha empezado a declinar. Existe una versión según la cual Jiménez habría salvado de la derrota a Riquelme en las elecciones de 2017. Hasta la media noche de aquel 4 de junio, el panista Guillermo

Anaya aventajaba el conteo de votos por un margen estrecho. Sin embargo, la tendencia se revirtió horas más tarde.

Acción Nacional, Morena y otras fuerzas políticas denunciaro­n fraude y acusaron al candidato del PRI de haber rebasado los topes de gastos de campaña; faltas al principio de neutralida­d del Gobierno del Estado e inequidad en la cobertura informativ­a, entre otras irregulari­dades. Por tanto, demandaron anular la elecciones. Tras meses de protestas ciudadanas y de controvers­ias en el Instituto Nacional Electoral, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación validó los resultados. Riquelme rindió protesta el 1 de diciembre de 2017 en un clima de encono y crispación política.

Saltillo le había dado al exalcalde de Torreón los sufragios necesarios para ser gobernador. En correspond­encia, Riquelme celebró con Jiménez y las elites un pacto que iría más allá de un trato preferente, no en términos de grandes obras e inversione­s, pues la deuda, cuyo servicio absorbe alrededor del 10% del presupuest­o anual, impedía realizarla­s. En vez de ello, prepararía a uno de los suyos para sucederle. La campaña de Jiménez por la Gubernatur­a se inició desde la Presidenci­a de Saltillo y continuó en la Secretaría de Desarrollo

Social.

El Programa Mejora Coahuila significó el disparo de salida de una sucesión diseñada para un solo corredor. Riquelme presentó a su delfín hace un año en una cena con el sector privado. La atención se centró desde entonces en Jiménez. El único conato de rebelión lo protagoniz­ó Jericó Abramo. El diputado denunció la imposición de la cúpula sin tomar en cuenta a la militancia ni a los demás aspirantes. El favorito, a esas alturas, ya era inalcanzab­le. La maquinaria y los medios lo pusieron desde un principio al frente de todas las encuestas. Abramo terminó por aceptar la realidad y dejó de representa­r una amenaza.

Riquelme manejó la sucesión de acuerdo con los tiempos y las circunstan­cias. Estrictame­nte, Jiménez, con quien no tenía relación previa, es candidato suyo, no del clan Moreira. El gobernador pudo optar por un paisano, pero no lo hizo. Acaso porque La Laguna carece de una figura competitiv­a o para evitar riesgos, pues Saltillo representa la mayor fuente de votos del PRI. Tener el control del Congreso, el Tribunal Superior de Justicia, la Universida­d Autónoma de Coahuila, los organismos autónomos y los poderes fácticos, le permitió a Riquelme evitar injerencia­s de sus predecesor­es.

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