Zócalo Piedras Negras

Un juego de dos verdades

- PENILEY RAMÍREZ. Peniley Ramírez@penileyram­irez

La Corte del distrito este de Nueva York es un complejo de estructura art decó, con escaleras circulares, una vista gloriosa de Manhattan y un profundo olor a chilaquile­s.

En la cafetería, casi todos los cocineros son mexicanos. Pero no se interesan en lo que sucede en el octavo piso, donde se celebra el juicio a Genaro García Luna. Arriba, periodista­s, guardias y jurado llevamos tres semanas escuchando una clase de historia reciente de México. Mientras, los jurados a veces se ríen, bostezan o miran al techo de la sala como quien dice: ¿qué rayos hago aquí?.

En la sala principal, el ambiente es solemne. Al otro lado del pasillo, hay una sala idéntica, sin juez, jurado ni abogados, donde los reporteros vemos lo que sucede en la sala principal en unos televisore­s con transmisió­n de circuito cerrado.

Esta semana estuve allí. En esta sala vacía, una puede discutir lo que acaba de decirse o reírse a carcajadas. Es más fácil, desde aquí, entender por qué este juicio es una pugna de dos verdades, de la Fiscalía y la defensa, en un set de madera y mármol.

En estas semanas, la Fiscalía no ha tenido empacho en llamar como sus testigos a criminales confesos, algunos muy sanguinari­os, que hablan de sus crímenes como si ellos y sus víctimas fueran personajes de una película. La defensa tiene oportunida­d de interrogar a cada uno, pero con frecuencia dedica muchos minutos a preguntas banales, que no tocan ningún hecho grave de los que el testigo acaba de revelar.

Esta semana, por ejemplo, un expolicía mexicano dijo que había visto cómo la Policía Federal daba órdenes en el aeropuerto de Ciudad de México para que dejaran pasar maletas, sin revisarlas, en vuelos que llegaban de Colombia. En su contrainte­rrogatorio, la defensa no le preguntó sobre el aeropuerto. En cambio, le cuestionó si tenía envidia de García Luna porque llegó a jefe sin tener carrera policial.

Habló también un agente de la DEA que estuvo en México. Dijo que Sergio Villarreal, “El Grande”, le reportó que García Luna recibía sobornos de su jefe, Arturo Beltrán Leyva. Después, la defensa le mostró al testigo fotografía­s de García Luna con Barack Obama y Hillary Clinton, cuando él era presidente de Estados Unidos y ella secretaria de Estado.

Luego, un fiscal le enseñó al agente una foto de Clinton con el Presidente ruso Vladimir Putin. Objeción, dijo el abogado de García Luna, implicando que nada tenía que ver Putin en este juicio. Se sostiene, respondió el juez, con cara de hartazgo, y añadió: Pero nada le impide (al fiscal) decir al jurado lo que es obvio.

Estas semanas, la defensa ha insistido en que García Luna era alguien en quien confiaba el Gobierno de Estados Unidos. Con ello, trata de implicar que es inocente. Quizá hartos de esta estrategia, la Fiscalía trajo la foto de Putin, para mostrar que una foto con Clinton no prueba nada.

Del otro lado, la defensa insiste en que no se ha mostrado una prueba documental, un papel, foto, audio, ni video, que revele cómo García Luna recibía sobornos. Y tiene razón. Hasta ahora, lo más que hemos escuchado es que García Luna estaba en un documento de la contabilid­ad del Cártel de Sinaloa, entregó informació­n secreta a Beltrán Leyva y lo vieron en reuniones, recibiendo dinero.

La fuerza de la Fiscalía está en la repetición. Testigo tras testigo repiten los mismos detalles de las mismas reuniones donde García Luna o sus empleados más cercanos habrían estado, lo que habrían hecho a cambio del dinero.

En el sistema judicial estadounid­ense, esta multiplici­dad de testigos que vienen por separado a contar lo mismo es suficiente si el jurado decide que esto le comprueba los delitos, más allá de la duda razonable.

Aún faltan testimonio­s estrella del caso, como el exfiscal de Nayarit, Édgar Veytia; el exsicario Édgar Valdez, “La Barbie”, o Jesús Zambada. Si el caso sigue así, la pregunta es cuál historia convencerá al jurado: ¿el culpable que nunca fue fotografia­do o el inocente que sufre una venganza del narco? Cualquiera que sea, lo triste es asistir a esta crónica en vivo del desastre desde una sala en Brooklyn, donde se discuten hechos que nos conciernen y deberíamos juzgar en México.

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