En Saltillo, Monclova y Piedras Negras, algunos, clamaban para que Maximiliano los sometiera
Al igual que sucede en todos lados, allá por los rumbos del pueblo y alrededores, poco se acostumbra a darse una vuelta por los pasajes oscuros que a lo largo de la historia se han vivido, aun cuando ello no les impide rendir pleitesía a un sujeto adorador de la bestia austriaca. En esta ocasión, habremos de ocuparnos de como durante los días en que el barbirrubio austriaco andaba por acá, no faltaron quienes, en Coahuila, creyeron que, si se le arrodillaban, la tonalidad de la epidermis se les blanquearía, el cabello se les teñirían de rubio, el iris de sus ojos tornaría verde y, por supuesto, recibirían una transfusión de sangre azul. Antes de que se nos tache de cualquier cosa y se encomiende a alguien vaya por la leña verde para formar la pira, les recordamos que en el 2022 por estas fechas presentamos cual fue la actitud que los patriotas coahuilenses adoptaron, a finales de 1864, ante esta partida de descastados. Hoy, les presentaremos lo que escribían acerca de sus proyectos y acciones, durante los inicios de 1865, los genuflexos en Saltillo, Monclova y Piedras Negras. Soñaban con adquirir “linaje real” vía el lacayismo.
En su edición del 14 de enero de 1865, el diario La Sociedad editado en la capital del país, reproducía un texto publicado en La Voz de Saltillo. En él, se daba a conocer un proyecto, al perecer idea de varios, que le proponían a Maximiliano para eliminar salvajes y hacer productivas las tierras. En el primero de los casos, mencionaban la situación en Tamaulipas y Nuevo León, pero nosotros nos enfocaremos en Coahuila. En el documento en cuestión, se indicaba que “Coahuila es, sin disputa, el que padece más, pues no solo está expuesto a las incursiones de los salvajes que la acometen por todos lados, sino que estos malos vecinos ya han venido a radicarse en su seno, y apenas bastarían las compañías [militares] que antes tenía para su defensa.” Nadie va a negar que las incursiones de indígenas guerreros representaban un problema para los habitantes de esta región. Lo criticable, sin embargo, era que estos preocupados recurrieran a otros usurpadores para resolver las invasiones. Prueba de ello, la daban al mencionar que “no nos guia más interés que la defensa, engrandecimiento y prosperidad de esta parte del Imperio…” Dado que su preocupación era Coahuila, recalcaban “la necesidad de poner las armas sobre cinco compañías; que estas en el acto abrieran una campaña concertada y bien dirigida sobre los salvajes que se han venido a radicar en el Departamento, persiguiéndolos hasta sus últimas guaridas; y una vez logrado expulsarlos, fueran a situarse, no en los pueblos que ya existen, sino en los sitios en que, cumpliendo con su instituto, habían de formar nuevas poblaciones.” Una duda quedaba: ¿Quiénes se habrían de ubicar en las localidades a crear, los soldados o los salvajes? La respuesta la darían en párrafos siguientes.
Tras de señalar que existían lugares preciosos para levantar nuevos pueblos, mencionaban “que para que los nuevos pueblos que se fundaran dieran un resultado brillante, es preciso que las compañías presídiales se formen no de sentenciados, ni de gente forzada y viciosa, sino de voluntarios (sobrarían) o sorteados con arreglo a reglamento.” Y para cerrar a postrarse de hinojos y mencionar que “ojalá y su S[u]. M[ajestad] I[lustrisima]. se dignara acoger a este proyecto que nosotros desarrollaríamos más extensamente, uniendo a nuestros trabajos y escasos conocimientos los de tantos buenos e inteligentísimos hijos de la frontera del Norte (que no dudamos se mostrarían gustosos a ello) podría hacer la felicidad de estos pueblos y convertir en tierras productivas lo que hoy, asolado por los salvajes, es un desierto abandonado e inculto.” Para estos fulanos la bendición de su emperador les traería la felicidad eterna. En ese contexto, se implantaban otras acciones.
El 8 de enero, La Gaceta, editada en Monterrey, publicó que cuatro días antes el general imperialista, Florentino López, mandó perseguir al gobernador juarista, Gregorio Galindo Flores, a quien calificaba de traidor aun cuando no lo era pues nunca había dado juramento de ser súbdito del barbirrubio austriaco. Acto seguido, se indicaba que “aquella parte del Departamento de Coahuila [Piedras Negras] ha tenido la fortuna de ser ocupada por un jefe muy a propósito para establecer en ella el orden, purgarla de bandidos y dar seguridad al comercio y personas honradas.”
Nunca mencionan cuantos en el pueblo cayeron rendidos ante salvador tan eficaz, de lo que no tenemos duda es de que varios lo cobijaron, nunca faltan genuflexos flexibles para apoyar al triunfante en turno. Eso era nada comparado con la actitud de otros quienes se decían autoridades.
Para finales de enero en La Voz de Coahuila, se publicaba una nota en la que se leía: “Hemos visto un ocurso que el señor presidente municipal [Juan Antonio Salas, quien ocupaba el cargo de alcalde desde el 20 de enero de 1865] del muy ilustre Ayuntamiento
de Monclova, a nombre de y con la autoridad del cuerpo que preside, dirige al señor prefecto superior político de este Departamento, para que si Su Superior, lo acepta, lo apoye y eleve a S[u]. M[ajestad] el Emperador.” En dicho documento, le solicita que reforme el decreto del 7 de noviembre de 1864, mediante el cual creó la guardia rural cuyo objetivo era “atender la seguridad de los pueblos y caminos plagados de malhechores, persiguiendo a estos hasta lograr su exterminio.” Acorde al alcalde Salas, ese no era el caso de Nuevo León y Coahuila en donde los malandros no eran el problema sino “los indios barbaros que asuelan al país.” Lo que a continuación leeremos es para enternecer a cualquiera, al tiempo que inflama el pecho. Desde la perspectiva del munícipe monclovense, “los hijos de esta frontera, obligados constantemente a pelear con tal enemigo, son guerreros por esencia; en la necesidad de defender por sí mismos sus vidas e intereses, casi todos están armados, y todos sin excepción saber manejar las armas [vaya cosa, si no lo supieran tendrían en sus manos un manojo de fierros inútiles].” Y aquí entra la ternura.