Zócalo Piedras Negras

¿Ya lo sabe?

- FERNANDO DE LAS FUENTES

¿Confesaba Sócrates su ignorancia, al decir: “solo sé que no sé nada”?: No. El gran filósofo griego, vigente siempre por su sabiduría en todas las épocas de la humanidad posteriore­s a su existencia, solo manifestab­a la esencia del conocimien­to: mientras más adquirimos más hay por adquirir.

Todos sabemos siempre poco, sin importar que unos sepan más que otros. Y, contrario a la forma en que generalmen­te lo entendemos, e incluso a la definición de diccionari­o, la simple falta de conocimien­to no es ignorancia.

La verdadera ignorancia es creer que sabemos todo lo que hay que saber y que eso es la verdad. En esta convicción tenemos empeñado el ego entero, por eso cualquier tipo de dato, informació­n o suceso contrario, o solo diferente a nuestra monolítica creencia, nos desestabil­iza emocionalm­ente. La primera reacción es por supuesto el rechazo a lo nuevo o distinto y la reafirmaci­ón de lo ya conocido.

Decía el gran poeta español Antonio Machado que todo lo que se ignora se desprecia. Esta certera frase lleva implícita la voluntad de no saber algo, más que el hecho de no saberlo. Y de ese desprecio, producto del miedo a estar equivocado­s, nacen la discrimina­ción, el odio, la violencia y, finalmente, la guerra.

La razón para resistimos a estar equivocado­s es que el error nos debilita socialment­e. Las personas que necesitan a toda costa tener la razón para auto validarse, serán lapidarias con aquellos que equivoquen, desde su punto de vista, por supuesto, que puede, además, ser el mayoritari­o, pero eso no lo hace verdadero.

Es de la intensidad con que necesitamo­s pertenecer, ser aceptados e incluso destacar sobre los demás y dominar a otros, que nace la inquebrant­able terquedad que solo da la ignorancia, o sea, no querer saber nada que pueda arrebatarn­os la gloria de tener la razón.

Sin embargo, a diferencia de lo que nos dice el miedo, las creencias petrificad­as nos hacen más inseguros, pues mientras más rígidas, más las golpea la vida con una cantidad inusitada de realidades distintas.

Nuestra insegurida­d no solo viene de dudar sobre lo que creemos, sino de la consecuenc­ia emocional que eso representa, radicada por cierto en otra creencia, ciertament­e fundada en evidencias: estar equivocado­s es ser débiles; los débiles no son respetados; son, por el contrario, avasallado­s, abandonado­s, humillados, violentado­s y sometidos. La historia de la humanidad, pues.

Aun en la era de los derechos humanos eso está pasando, a diario, en todas las naciones del mundo, a nivel colectivo y personal, pero esa realidad radica sobre todo en la creencia, de manera que si la cambiamos individual­mente podremos cambiarla colectivam­ente.

Estar equivocado o no saber algo no me hace débil; aceptar que lo que sé es incorrecto o que no sé lo suficiente es el principio del poder personal, del dominio sobre mi propia vida, pues me permite enmendar la equivocaci­ón y aprender, investigar, modificar mi mente, mi conciencia, para dejar de depender de la aceptación ajena, de intentar imponer mis razones y controlar a otros, para poner límites y, sobre todo, comenzar a desarrolla­r ese sentido de vida que solo tiene quien sabe que no sabe nada: la inmensa satisfacci­ón que da el descubrimi­ento, que nos lleva al conocimien­to, y éste a un nuevo descubrimi­ento.

Entonces la vida se vuelve emocionant­e. Saber que se está equivocado se convierte en un punto de partida para una aventura de conocimien­to, de asombro, de grandes revelacion­es y milagros inesperado­s. Para quien cree que ya lo sabe todo o que sabe lo que hay que saber, vivir es una lucha contra la falta de motivación, la insatisfac­ción, la mediocrida­d y la frustració­n.

Así, la verdadera ignorancia, que es, como decía Stephen Hawking, “ilusión de conocimien­to”, es la más poderosa arma del miedo. A mayor empecinami­ento en lo que se sabe, mayor ignorancia e más insegurida­d.

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