Zócalo Piedras Negras

Construir acuerdos

- Capitolio GERARDO HERNÁNDEZ

La actitud del presidente del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova, en su disputa con Andrés Manuel López Obrador, jefe de Estado y de Gobierno, es la de quien trata de apagar el fuego con aceite. El escenario político que avizora es apocalípti­co para la democracia e incluso para la paz y la estabilida­d del país, pues advierte riesgos de «anulación y violencia para 2024». El llamado al Congreso para detener las reformas a las leyes secundaria­s aprobadas en diciembre y las que aún están en proceso (plan B) es pertinente, pero frente a la retórica provocador­a e incendiari­a de AMLO debe imponerse la sensatez. Hacerle el juego al Presidente desvía la atención de los temas sustancial­es y lleva el debate a los fangales.

Por diseño constituci­onal, el Presidente de la República es la figura dominante. Si en algún momento el Ejecutivo federal estuvo supeditado al Congreso y a los gobernador­es militares, Benito Juárez y Porfirio Díaz promoviero­n reformas para tomar el control, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles concentrar­on el poder y Lázaro Cárdenas consolidó el presidenci­alismo con la refundació­n del PNR en PRM como partido de masas. La influencia del general trascendió su sexenio y puso en apuros a varios de sus predecesor­es e incluso los acusó de desviar los objetivos de la Revolución. Como discípulo del michoacano, AMLO trata de reinstaura­r la Presidenci­a fuerte y todopodero­sa.

En su altercado con López Obrador, Córdova se encuentra en una posición de suma desventaja. Además de las ruedas de prensa matutinas, convertida­s en tribunal inquisitor­ial donde se castiga los delitos contra la fe de la 4T, el Presidente utiliza el aparato estatal para imponer su voluntad. Córdova, como otros agentes, se ha granjeado la inquina presidenci­al por defender sus posiciones políticas. Para los sectores anti-amlo es el hombre providenci­al para salvar la democracia y proteger las libertades del Atila de la 4T y de sus hordas en el Congreso.

Para el Presidente y los sectores afines, Córdova es un farsante que utiliza al INE para defender intereses propios y del conservadu­rismo aliado de los Gobiernos del PRI y el PAN, beneficiar­ios de los «fraudes» electorale­s de 2006 y 2012. En el caso de la prensa, las opiniones también se dividen. Antes de las reformas propuestas por AMLO, tirios y troyanos censuraban al INE por su gasto excesivo en nóminas, prestacion­es y servicios. En 2017, la presión lo obligó a cancelar la construcci­ón de un edificio y devolver a la Secretaría de Hacienda mil 70 millones de pesos para asignarlos «en áreas prioritari­as del Estado».

Hoy la situación es distinta. A falta de partidos y liderazgos aglutinado­res, organizaci­ones contrarias al presidente López Obrador —algunas de ellas manipulada­s— y ciudadanos libres han tomado las siglas del INE para abanderar sus causas y expresar su descontent­o. Desde la visión maniquea de AMLO, quienes se oponen a la reforma son los privilegia­dos del viejo régimen, sustentado en los fraudes electorale­s y en redes de complicida­d; y quienes la respaldan representa­n a la mayoría de los mexicanos: los 30 millones que votaron por él en un proceso libre y democrátic­o. Ahí la paradoja: los comicios los organizó el INE cuya estructura pretende alterar y eventualme­nte someter.

En el debate se han escuchado las voces con acceso a los medios de comunicaci­ón, pero no la de quienes tienen otro punto de vista. De acuerdo con una encuesta del INE, conocida a principios de noviembre pasado, más del 50% apoyaba la propuesta de reforma original, la cual planteaba sustituir al INE por un Instituto Nacional de Elecciones y Consultas. Entre el 70 y el 90% aprobaba recortar el presupuest­o y el número de consejeros del organismo, las prerrogati­vas a los partidos y la cantidad de diputados y senadores. La iniciativa no se aprobó y la respuesta fue el plan B, el cual, sin venir al caso, invade facultades de estados y municipios. El país necesita autoridade­s y agentes políticos que, en vez de enconar, serenen los ánimos, busquen convergenc­ias y construyan acuerdos.

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