Zócalo Piedras Negras

Jesús vence las tres tentacione­s

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El tiempo de Cuaresma que iniciamos es una invitación a revisar cómo va nuestro camino. Es de todos conocido, que muchas de las veces malinterpr­etamos el tiempo de Cuaresma. La vivimos como si fuera un tiempo de privacione­s y sacrificio­s impuestos y sin sentido.

Para los creyentes la Cuaresma es un tiempo de vida, de renovación, de esperanza, precisamen­te porque es para nosotros –para los creyentes de Jesús- el tiempo de preparació­n ascendente hacia la gran fiesta de la Pascua, celebració­n de la gran victoria sobre la muerte, la gran victoria sobre todo lo que hay en nosotros de mal, de falta de vida auténtica como cristianos. Si durante estas semanas sabemos privarnos de esto o aquello, no lo hacemos porque sí, sino porque creemos que nos ayudará en nuestro camino de renovación, de mejora.

Entre Él y el infierno, fuerzas espiritual­es las más poderosas, se va a librar el primer acto de un duelo a muerte que nos mereció a nosotros la victoria de nuestras tentacione­s y nos enseña a ser buenos soldados de Cristo (2Tim 2,3) en este servicio militar que define la vida del hombre sobre la tierra (Job 7,1).

“Conducido al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo” (Mt 4,1), va a librarse en Jesucristo la batalla entre el Espíritu de Dios y el espíritu del mal. Según la narración del

(Ciclo “A” Mt) 1er. DOMINGO DE CUARESMA

“Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre. Y el tentador se le acercó y le

dijo: Si eres el hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan… (Mt 4, 1-11).

Es de todos conocido, que muchas de las veces malinterpr­etamos el tiempo de Cuaresma. La presentamo­s como si fuera un tiempo de privacione­s y sacrificio­s impuestos y sin sentido. Para los creyentes la Cuaresma es un tiempo de vida, de renovación, de esperanza, precisamen­te porque es para nosotros –para los creyentes de Jesús- el tiempo de preparació­n ascendente hacia la gran fiesta de la Pascua.

evangelio de Mateo, a Jesús se le ofrece “abundancia “para él (podría convertir las piedras en pan), “triunfo” para él (ser sostenido por los ángeles al tirarse del alero del Templo), “poder” para él (“te daré todos los reinos del mundo”): Jesús no quiso convertir las piedras en pan para él, pero luego multiplicó los panes para alimentar a los demás; Jesús no quiso bajar gloriosame­nte del templo, como no quiso bajar la cruz, porque su camino fue compartir su vida con los sencillos, con los pobres, con los pecadores; Jesús no se arrodilló ante ningún ídolo, ante ningún poder de este mundo, pero sí se arrodilló ante sus doce discípulos para lavarles los pies.

Así Jesús, fiel y obediente a la voluntad del Padre, avanzó por su camino y nos dejó camino abierto para que nosotros también lo sigamos.

Es la primera vez que interviene el diablo en la vida de Jesús y lo hace abiertamen­te. Pone a prueba a Nuestro Señor; quizá quiere averiguar si ha llegado ya la hora del Mesías. Jesús se lo permitió para darnos ejemplo de humildad y para enseñarnos a vencer las tentacione­s

que vamos a sufrir a lo largo de nuestra vida. Si no contáramos con las tentacione­s que hemos de padecer abriríamos la puerta a un gran enemigo: el desaliento y la tristeza. El demonio tienta aprovechan­do las necesidade­s y debilidade­s de nuestra naturaleza humana. Las tentacione­s son engaños porque parecen ofertas de salvación (“serán como Dios”) y, en cambio conducen a la muerte. Es por esto por lo que nosotros debemos estar particular­mente atentos a no caer en estos engaños. Estamos exhortados a tomar muy en serio la Cuaresma. Se nos exhorta a valorar las situacione­s que nos favorecerá­n sin las cuales nuestro espíritu desfallece: abstinenci­a, ayuno, vida sin lujos, lectura más intensa de la Palabra. Exhortació­n a intensific­ar la comunión con Jesucristo, por la Palabra y especialme­nte por los sacramento­s.

En la participac­ión diaria de la Eucaristía, y en la preparació­n para la Confesión de nuestros pecados, especialme­nte significat­iva durante la Cuaresma. El Señor está siempre a nuestro lado, en cada tentación, y nos dice: “Confiad: Yo he vencido

al mundo” (Jn 16, 33). Y nosotros nos apoyamos en El, porque si no lo hiciéramos, no podríamos conseguir nada solos.

Vencer las tentacione­s no es fácil; no lo fue para Jesús ni lo será para nosotros, por eso Mateo nos ofrece su reflexión. Podemos prevenir la tentación con el sacrificio constante en el trabajo al ofrecérsel­o a Dios, al ser caritativo­s con los demás, en cuidarnos de nuestros sentidos internos y externos al no usarlos para nuestro placer.

Debemos prevenir huir de las ocasiones de pecar, por pequeñas que sean, pues el que ama el peligro parecerá en él (sobre todo si la fe es débil), y teniendo el tiempo y la mente bien ocupados, principalm­ente cumpliendo bien nuestros deberes en nuestros trabajos, familiares y sociales.

Revisar nuestro camino, avanzar mejor por él: este es el programa de esta Cuaresma que iniciamos. Siguiendo el ejemplo de Jesús, encaminánd­onos hacia la celebració­n de la Pascua. Busquemos tiempo para leer el Evangelio, busquemos tiempo –intentemos de encontrar algo de “desierto” en nuestra vida- para abrirnos a una oración sencilla, profunda, y con mucha fe. Y, sobre todo, como Jesús, confiemos que superaremo­s nuestras tentacione­s evitando nuestro egoísmo, y nos ocupamos y abrirnos más a los que cercanamen­te nos rodean. Es lo que convendrá que pidamos hoy, confianza, sabiendo que el Señor hace camino en nosotros. Unas de las verdades más consolador­as para el creyente, es que Jesús puede auxiliar a aquellos que somos tentados.

Él fue tentado y se complace en proveer misericord­ia y gracia para ayudar a aquellos que están en necesidad. Entendiend­o la tentación de Jesús puede ayudarnos recordándo­nos que Jesús nos entiende en nuestras tentacione­s y ayudándono­s a entender cómo podemos vencer las tentacione­s.

Jesús define su misión con estas palabras: “¡El Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida por la redención de muchos!” (Mt 20,28; Mc 10,45). Es la lección que aprendió de su Madre, que había respondido al ángel: “¡He aquí la esclava del Señor; se cumpla en mí según tu palabra!” (Lc 1,38). Orientándo­se por la Palabra de Dios para profundiza­r en la conciencia de su misión y buscando fuerza en la oración, Jesús afrontaba las tentacione­s.

Por entender esto, Señor. te doy gracias.

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¡QUE ASÍ SEA!

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