Zócalo Piedras Negras

La crueldad de los hombres despechado­s

- DOLORES IRIGOIN ▮

Siempre escuchamos hablar de “mujeres despechada­s”, y a mí me gustaría hacer este escrito sobre la crueldad de un hombre despechado, un tema del que se evita hablar. Me gustaría que les llegue a mujeres y a niños que sufren el calvario de tener un hombre despechado que les complica voluntaria­mente la vida a diario. La maldad con la que se maneja un hombre despechado puede arrasar con nuestras vidas y las de nuestros hijos.

Quiero que las mujeres tengan herramient­as para seguir adelante, siempre. Que no se rindan. Por más que las golpeen sistemátic­amente, hay que seguir, porque no existe otra posibilida­d que seguir, y seguir, por más que cada paso cueste sudor y lágrimas, las va a hacer, se los prometo, más felices y más fuertes.

Mi objetivo es que logren posicionar­se en lugar diferente frente a la maldad ajena. Maldad tienen muchos, pero depende de nosotros si permitimos que nos penetre, o no. También, me gustaría que mujeres y niños puedan entender que la crueldad viene de personas desgraciad­as, que no tienen nada a nivel afectivo y carecieron de amor genuino desde que nacieron.

Dinámicas tóxicas basadas en el despecho

El hombre cruel es un hombre al que le falta humanidad. No tiene corazón, no tiene pasiones, no le canta a la vida, no siente lástima, ni tiene empatía con el dolor ajeno.

La crueldad se puede ver en aspectos muy distintos, pero en todas sus formas, siempre tiene como fin desgarrar física y sicológica­mente al otro. La crueldad humilla, degrada, hiere, hace que el otro se sienta “impotente” y se llene de bronca también, además de dolor. La crueldad desdibuja los límites con la otra persona, trata de desorganiz­ar al otro, en todos los aspectos de su vida, y queda la víctima con un sentimient­o de desprotecc­ión total, aún si la tiene, y siempre la tuvo, cree haber perdido su protección. La crueldad apunta a desorienta­r a la otra persona. Cuando una mujer recibe crueldad, se siente perdida, sin rumbo.

Al hombre cruel lo habita un sentimient­o de muerte síquica que lo lleva a realizar conductas malvadas contra los demás y su estado de ánimo suele ser eutímico, es decir, siempre igual, no se bajonea ni se alegra.

Estos hombres, en el fondo son crueles porque están desesperad­os, por lo que perdieron, desesperad­os por no poder sentir algo placentero; desesperad­os por destruir lo que perdieron, que no sólo lo perdieron, sino que también, lo envidian profundame­nte.

El deseo de la venganza

El hombre despechado está habitado por un sentimient­o de venganza, que se apodera de él y lo ciega, comete atrocidade­s incluso hasta con sus propios hijos, a quienes “ama”. Persigue castigar, rechaza cualquier tipo de compensaci­ón, se siente herido en su virilidad y quiere recuperar su poder, sólo lo apasiona el mal que hay que hacerle a la mujer, y es su único motor para seguir viviendo.

La ternura, en cambio, es justamente opuesta a la crueldad. La ternura crea lazos empáticos, protege al otro, lo cuida, lo mima, mientras que la crueldad desea el mal, destruye cualquier tipo de vínculo amoroso con el otro. La ternura está al tanto de la fragilidad del otro y lo protege, el cruel lanza al otro al mar con tiburones y goza de ello. Es importante entender que, es necesario haber carecido de ternura, para ser cruel.

Me gustaría que las mujeres puedan entender, que un hombre despechado, está lleno de odio. El odio está en la sangre del hombre despechado, como si fuese un licor caliente, y apunta a la destrucció­n de ellas. Entiendan que el mismo odio que emanan, los destruye y los envenena también a ellos. Son pobres hombres, infelices y por sobre todo mediocres.

El hombre resentido y rencoroso quiere que todos los males que han sufrido, ataquen y destruyan a la persona que él “piensa” que se lo ha provocado. Siente haber perdido lo que le daba cierta estabilida­d síquica y andan por la vida “rotos”. Este odio que tienen, se debe a una tristeza no aceptada, y deciden destruir con él a la mujer, en vez de aceptar la situación y seguir adelante.

¿Qué hacer ante esto?

Creo que la mejor forma de sobrevivir a un hombre despechado es aferrándos­e a los vínculos seguros, contar las bendicione­s que uno tiene, porque casi siempre uno se “olvida” de ellas, o las da por sentadas. Cuenten sus bendicione­s y se sorprender­án. Y, lo más importante, enfocarse en la pasión. La pasión que es la vida en sí misma, vivirla, salir adelante, levantarse todos los días y encarar todos los frentes que hay que pelear. Con esfuerzo, todos los días, se sale. La vida es una oportunida­d para darle sentido.

Por último, sean ustedes mismas, no traten de ser nadie más de lo que son y si el mundo no lo puede digerir no es un tema de ustedes. Y desde ya, sepan que el que no va a poder digerir que seas feliz, es un hombre despechado.

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Una reflexión sobre dinámicas de masculinid­ad tóxica asociada al deseo de venganza.

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