Zócalo Piedras Negras

Vecino poderoso

- CATÓN

Lo que enseguida voy a relatar no es cierto. Eso le otorga una gran actualidad, pues en el México de hoy lo que no es cierto conforma la realidad oficial, y es elemento de importanci­a en la diaria comparecen­cia del presidente. He aquí el apócrifo relato. Una monjita norteameri­cana llegó a un hotel de la Ciudad de México. Vestía el hábito de su orden y llevaba en la mano un libro con frases en español para uso de turistas. Hojeó el manual y tras hallar la frase que buscaba le preguntó con marcado acento al encargado de la recepción: “¿Hay cuartos, señor?”. Le respondió el empleado: “Sí”. Hojeó nuevamente la reverenda el libro, y encontró la segunda pregunta que deseaba hacer: “¿Tiene cuartos de no fumar?”. Contestó el otro: “Sí tenemos”. Volvió de nuevo las páginas de su libro la sor, y leyó la pregunta correspond­iente: “¿Cuánto cuesta la habitación?”. Le informó el recepcioni­sta: “600 dólares la noche”. Hojeó afanosamen­te la hermanita su manual y leyó en seguida la expresión que necesitaba: “Ah chingao, ah chingao”. Pienso que esa frase, denotativa de preocupaci­ón o alarma, la está diciendo López Obrador después del secuestro en Matamoros de los cuatro turistas norteameri­canos y el asesinato de dos de ellos. El suceso ha originado una tensión en las relaciones entre México y los Estados Unidos sin precedente desde el homicidio de Enrique Camarena, agente de la DEA, bárbaramen­te torturado y muerto en 1985. La desgracia de aquellos cuatro infortunad­os visitantes consistió en venir al país equivocado en el sexenio equivocado, un sexenio en el cual el presidente de la República hostiga y vitupera a periodista­s, jueces, académicos, funcionari­os electorale­s, científico­s, intelectua­les, empresario­s y ministros, entre otros, al tiempo que apapacha con actitud conciliato­ria -”abrazos, no balazos”- a los delincuent­es que agobian al país, saluda con deferencia a sus cercanos familiares y ordena la liberación de alguno ya aprehendid­o. Esa errada conducta ha hecho que los capos de la droga se engallen, es decir se ensoberbez­can, y que los diversos cárteles que actúan en el territorio nacional sean ahora como un estado dentro de otro estado. A la vista están los efectos de esa aberrante política, que llevan a muchos a decir que México está ya cerca de ser un narcopaís. Lo sucedido en Matamoros ha traído consigo una crisis internacio­nal de graves proporcion­es. Para colmo, aquéllos a quienes correspond­ería atenderla, los secretario­s de Relaciones Exteriores y de Gobernació­n, son hoy por hoy más corcholata­s que secretario­s. El presidente, ya lo sabemos, culpará de lo sucedido a Calderón y usará a modo de muleta -muletilla- lo de la soberanía nacional, mientras se complica el trato con el poderoso vecino al norte del río Bravo y crece la mala fama de México en el mundo. Digamos entonces nosotros también: “Ah chingao, ah chingao”. Una larga fila se había formado frente al confesonar­io del padre Arsilio. Le dijo el sacristán: “Hoy tiene usted muchos clientes, señor cura”. El buen sacerdote lo corrigió. “No digas ‘clientes’. Se oye muy mal. Di ‘penitentes’”. Acotó el rapavelas: “Eso se oye peor”. Uglina, la hija de don Crésido, le contó llorosa a Avidio, su prometido: “Mi papá se arruinó. Sus empresas quebraron; perdió todo el dinero y todas las propiedade­s que tenía”. “¡Caramba! -exclamó el tal Avidio-. ¡Nunca pensé hasta dónde sería capaz de llegar tu padre con tal de impedir nuestro matrimonio!”. Pepito se asomó por la cerradura de la puerta de la recámara de sus papás y le dijo a su hermanito más pequeño: “No sé exactament­e qué es lo que están haciendo, pero parece que se están divirtiend­o bastante”. FIN.

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