Zócalo Piedras Negras

Cultura económica, órgano musical y saltillens­es (II)

- Entorno ecónomico FEDERICO MULLER f1953@ricardo.yahoo.com

No cabe duda que las presentaci­ones que tuvo en Saltillo, Yuridia, comediante, que interpretó a una india ladina y grácil, fueron exitosas. Su actuación fue en el Teatro de la Ciudad, y para verla y oírla había que pagar el precio de una entrada. Cientos de personas abarrotaro­n el recinto. Días después, la Facultad de Jurisprude­ncia ofreció la audición de guitarra y órgano, en la Catedral de Santiago. El único requisito que se solicitaba para acceder era tener respeto al imponente lugar y una buena disposició­n para escuchar 45 minutos de música clásica. A pesar de ello, el templo lució, con una ocupación de alrededor de 30% de su aforo.

Las notas musicales emanaron de un valioso, vetusto, pero bien conservado órgano de 400 tubos. Dimensión que por sí sola no dice nada, pero al ponerla en perspectiv­a en el mercado religioso, puede ser un indicador, entre muchos otros, de la relevancia económica de la diócesis local en el contexto nacional.

En Morelia, su catedral cuenta con uno de 5 mil tubos, además los morelianos pueden disfrutar de los recitales, que ofrece el Conservato­rio de las Rosas, que también está afincado en la capital de Michoacán. En la capital del país, que durante décadas ha centraliza­do el poder político y económico del territorio nacional, también lo ha extendido hacia el ámbito religioso. Los asistentes a la Basílica de Guadalupe pueden entonar himnos y coros, acompañado­s de los acordes de un órgano de 12 mil tubos.

Por otra parte, el par de funciones: la cómica y la artística, a la que acudieron un grupo de adultos y jóvenes, sirven de coartada para formular algunas inferencia­s sobre el nivel cultural que prevalece en la ciudad.

1.) En los saltillens­es, en particular los menores de 60 años, no está entre sus preferenci­as y gustos la música “culta”, optan por el buen humor, que los distrae momentánea­mente y les hace pasar un rato de sana recreación.

2.) De acuerdo con la cultura económica, la demanda de la población por conciertos y otras expresione­s de las artes, determina la construcci­ón de recintos y la contrataci­ón de figuras del mercado cultural. Parece ser que no existe el interés de la ciudadanía por las manifestac­iones artísticas, lo que explica que hasta la fecha, la ciudad solo dispone de dos teatros, construido­s en el pasado lejano: el del IMSS, en 1960, y el F ernando Soler, que abrió sus puertas en 1979. Ambos no han completado ni los siete días de la semana con obras puestas en cartelera.

3.) El abandono en que se tiene al teatro García Carrillo habla mal de la sociedad. Fue en su tiempo un figura icónica para los amantes del teatro y ópera en la ciudad, su construcci­ón estilo neoclásico, que se puede admirar observando su frontispic­io desde la Plaza Acuña; el constructo­r quiso dejar su impronta, al coronar la fachada con una cúpula de color cobre. Afirman los investigad­ores, expertos en artes escénicas, que disponía de equipo e infraestru­ctura adecuada para poner en escena las obras más taquillera­s de la época, lograba albergar hasta 600 personas cómodament­e sentadas. Abrió sus puertas en 1910, y fue parte de la agenda cultural gubernamen­tal que festejaba 100 años de la emancipaci­ón del yugo español. Su producción de obras, fue relativame­nte efímera, 8 años después de su apertura, bajaba el telón, desaparecí­an las funciones. En 1918, decía adiós a un elitista sector de la población consumidor­a de arte (https:// www.mexicoescu­ltura.com/recinto/57416/).

Las noches de teatro solo quedaban en la memoria de las generacion­es que precediero­n al Saltillo de la mitad del siglo 20, y quizá al detenerse en mirar lo que queda de esa edificació­n, provoque en la mente de algún conspicuo seguidor de Heródoto, aventurars­e en hurgar archivos y oír testimonio­s de saltillens­es, que quieran contarle de lo que les contaban sus abuelitos sobre el García Carrillo. No querer, o en el peor de los escenarios no saber distinguir entre el valor arquitectó­nico del edificio, y su valor de mercado, condena a la edificació­n a su paulatina destrucció­n.

Parte del inmueble ha albergado comercios, taquerías, cantinas, viviendas y hasta un auditorio municipal, una “caricatura” de lo que se dice que fue en sus años de esplendor. Esa ignorancia artística se ha agudizado por el añejo desdén de las autoridade­s municipale­s a restaurar las escasas “joyas” del patrimonio arquitectó­nico en la capital de Coahuila. Y en donde deben trabajar o participar los mejores urbanistas y restaurado­res de la región, adscritos al patronato del Centro Histórico o en el Implan.

Y siguiendo en la senda de las especulaci­ones, alguna vez alguien, quizá embargado por un sentimient­o de arraigo a su terruño, dijo que Saltillo era la “Atenas de México”. ¿Será?

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